domingo, 21 de octubre de 2012

Spain’s New Old Flag / by Jonathan Blitzer *


MADRID.-  Every Thursday evening, in the middle of the Puerta del Sol, a small crowd gathers around an equestrian statue of King Carlos III to stage a modest protest. There are rarely more than 25 people, most of them in their 70s. The first thing several of them do is unfurl a banner that reads: “Against impunity, in solidarity with the victims of Francoism.”

Then, a few others hoist up the tricolor flag of Spain’s Second Republic. Its yellow, red and purple bands hearken back to an era of democratic promise. That tumultuous period, which began in 1931 with the election of a left-leaning coalition that sent King Alfonso XIII into exile, had its share of political squabbles and reactionary violence. But it also brought heady euphoria and a raft of egalitarian reforms. A new constitution enshrined women’s suffrage and freedom of speech, while stripping the nobility of its erstwhile privileges.
Those days had a palpable air of reformist zeal and ambition. Today, amid a painful recession and a crisis of political leadership, the promise of that bygone era has a renewed purchase.
The Spanish public is reeling. But unlike in the years of the Second Republic, much of the drama revolves around what seems to be happening outside Spain. National politicians have been reduced to beleaguered spectators. The Republican flag is a bedeviling, homegrown symbol underlining the enervated state of the current political class.
Under the circumstances, its relevance and meaning are shifting. Until recently, older Spaniards who remember the years of the dictator Francisco Franco, just after the Second Republic, regarded the Republican flag with a mix of pained nostalgia and a flash of activist fervor. And Spaniards born after democracy was restored in the late 1970s tended to think of it more as a recondite artifact than a galvanizing symbol. Now it’s making a comeback with them, too, thanks to the growing democracy deficit in the European Union generally, and in Spain specifically.
At public demonstrations against austerity measures, an ever diverse array of protestors, including young people, wave the old tricolor. As the journalist Javier Valenzuela told me, “Young people in their 20s and up are identifying the flag as a symbol of protest against the current state of affairs.”
Bearers of the Republican flag at public demonstrations say it has a range of meanings. Some cite historical memory of the atrocities of the Civil War and its enduring legacy of unburied enmities. Others, drawing on the history of the Second Republic, mention the waning prestige of the Spanish monarchy.
Still more carry it to rallies as a call for economic justice at a time when the government is doing nothing about the widening gap between the rich and the poor — a chief issue also during the early years of the Republic. As one activist remarked: “The question shouldn’t be ‘Why are we seeing so many more Republican flags now?’ It should be ‘Why weren’t we seeing more of them in the years before?’”
The flag is, crucially, a catchall. In the current political morass it’s hard for engaged citizens to know where exactly to take aim with a pointed critique. So much seems to be going wrong. The Republican flag invites and sustains activism while also keeping criticism flexible and open-ended. 
Last Thursday, at around 7 p.m., two 18-year-olds walked to the center of the Puerta del Sol. One of them was carrying a backpack. She paused for a moment, as if she were having second thoughts, but at her friend’s prodding she unzipped her bag and pulled out a Republican flag. She draped it over her shoulders and joined the group of elder protestors.
“Why this flag? Why now?” I asked her. ”It’s because I don’t identify with the current Spanish flag,” she said. Then, gesturing to the flag of old hanging off her shoulders, she shrugged: “I feel closer to this one.”

(*) Jonathan Blitzer is a journalist and translator based in Madrid
http://latitude.blogs.nytimes.com/2012/10/19/spains-new-old-flag/?smid=fb-share 

La infanta que no da guerra / Isabel F. Barbadillo

Pocos miembros de la realeza logran conjugar elegancia y espontaneidad de una forma tan natural como lo hace la infanta Elena, persona de genio y carácter donde las haya. ¿Imaginó la primogénita de los Reyes que aquel 12 de octubre del 2011 sería el último en que su hermana, Cristina, y su cuñado, Iñaki Urdangarin, presenciarían el desfile de la Hispanidad desde la tribuna de la Casa Real? ¿Guiño o ironía del destino? Aquel día doña Elena se puso el mismo traje chaqueta rosa palo, diseñado por Christian Lacroix, con el que tantos elogios cosechó precisamente en la boda de los duques de Palma catorce años antes, aunque esta vez prescindiera de la pamela. Si no fuera porque conocemos la historia de imputaciones por fraude, prevaricación y malversación de fondos, parecería que aquel gesto, más que a reciclaje de armario obligado por la crisis, sonaba a homenaje de despedida. Justo un año después, ella, la cuarta en la sucesión al trono de España, también es 'apartada' de la tribuna principal en los actos del jefe de Estado.
 
La fotografía del pasado día 12, en la que aparecía aguantando el desfile junto a Alfredo Pérez Rubalcaba, se convirtió en la imagen del día. Las ausencias de Cristina de Borbón y Urdangarin ya no son noticia por sí mismas, pero la interpretación generalizada atribuye el cambio a la necesidad de la monarquía de disimular este vacío. Nada más lejos, según la Casa del Rey, que respalda la escueta explicación de doña Elena cuando dijo: «Este momento tenía que llegar». Desde La Zarzuela aseguran que si no hubiera estallado el 'caso Nóos' también se hubiera modificado el protocolo: hacía tiempo que se barajaba dar más relevancia a los Príncipes. «Su posición como infanta no ha variado, pero se ha decidido que en los actos de Jefatura de Estado estén presentes los Reyes y los Príncipes, que es lo constitucionalmente previsto. Ella seguirá representando a la Corona donde se considere que debe hacerlo y seguirá con su agenda habitual». Punto.
 
¿Pero por qué ahora y no antes?, se pregunta la periodista Carmen Duerto, coautora de la única biografía (no autorizada) que existe de la infanta Elena y a quien ese desplazamiento de tribunas le parece «injusto» para la primogénita de los Reyes y «un agravio que se suma al que ya sufriera al ser ignorada como heredera a la Corona». «A los 50 años (48 para se exactos) le dicen que desaparezca, pero es que eso no figura en ningún decreto ni estatuto. Y no está imputada», comenta Duarto indignada.
 
Por contra, la experta en Casa Real y periodista Carmen Enríquez opina que el nuevo protocolo no supone marginar a la duquesa de Lugo, sino que adquiere un nuevo tratamiento para que las actividades de don Felipe tengan más realce. «Además, la familia crece, tiene muchos miembros y es necesario distinguir entre el núcleo duro, que conforman los Reyes y los Príncipes, y el resto». Lo que no comparte Enríquez es el lugar que ocupó junto al jefe de la oposición. «Eso sí fue chocante, yo creo que hubiera encajado mejor delante del presidente del Tribunal Constitucional», matiza.
 
En cualquier caso, doña Elena desempeñó su nuevo papel con la dignidad que la caracteriza. Tal vez ni siquiera la importe, volcada como está en su trabajo en Mapfre -que es de lo que vive-, en sus hijos y en las tareas domésticas. Con frecuencia se la ve comprando en el Mercadona de la zona del Retiro, próximo a su casa. Y quienes la han visto con el carrito cuentan que gasta la marca blanca El Hacendado tanto en yogures griegos como en leche con calcio y otros productos. Intenta pasar desapercibida como cualquier mujer de a pie y hace caso omiso a sus guardaespaldas, que soporta por obligación. El poco tiempo que le queda lo ocupa en el deporte y en los actos sociales a los que representa a la Familia Real y por los que percibe una asignación.

Doña Elena fue disciplinada y educada para ser infanta, no reina, un puesto que no la gustaría ocupar y que, sin embargo, temió durante el romance de su hermano con la modelo noruega Eva Sannum. Carmen Duerto habla del «alivio» que sintió al romperse esa relación por la que el Príncipe «estuvo a punto de renunciar a sus derechos como heredero». Añade que es «la más auténtica de la familia», mientras Enríquez resalta su preocupación por las personas y el hecho de que tenga «detalles muy humanos». 
 
También un gran genio (prohibió a su madre asistir a una de las pruebas del vestido de novia porque estaba enfadada con ella) y un fuerte carácter que ha sabido atemperar con el paso del tiempo y la práctica de la equitación. En cierta manera, los caballos han domado a la amazona real y su afición a la hípica, que volvió a practicar tras la separación de su marido y padre de sus dos hijos, Jaime de Marichalar, le sirvió de terapia y le permitió reencontrarse con sus viejos amigos.
 
París, donde vivió los primeros años de casada, y la moda no eran lo suyo. La infanta aceptó los consejos de su esposo y exhibió un nuevo estilismo a costa de dietas, diseñadores y saraos que la mantenían en primera plana del papel couché. Hasta que el 13 de noviembre del 2007, después de 12 años de matrimonio y el ictus sufrido por su esposo, la Casa Real oficializaba de forma sui géneris lo que ya se masticaba en la calle: «El cese temporal de su convivencia matrimonial».
 
La infanta ha sido, quizás, la más sufridora de los tres hermanos, unidos por muchas confidencias personales y separados aparentemente por el deterioro que sufre la imagen de la Corona, dañada por la presunta corrupción de Urdangarin y la cacería de elefantes del Rey. Con su padre es con quien doña Elena comparte más aficiones. Toros, vela, caza, chistes y buena cocina. Dicen que sus temperamentos son los más coincidentes. De niña veían juntos en la tele 'El coche fantástico' y se marcaban algún que otro baile. Campechana y desinhibida como él, y ambos con un pronto que asusta. Bonachona y de gran corazón, dicen de ella personas a su servicio. También simpática, divertida y tan bailonga que lo mismo se desmelena en un concierto de Bisbal que se contornea al ritmo del 'waka-waka' o recibe a 'La Roja' con efusividad. Deporte e identidad española es algo que ha inculcado a su hijos, Felipe Juan Froilán, de 14 años, y Victoria Federica, de 12, con quienes asistió a los Juegos Paralímpicos de Londres 2012. Se le han atribuido aventuras sentimentales con jinetes, militares y hasta con toreros. A ella le da igual. En estos tiempos que corren, por su sensatez, es un valor en alza.