Como tentativa de mejorar la averiada imagen del Rey, la entrega televisada del encuentro Hermida-Juan Carlos
fue un patinazo en toda regla. Y siento señalarlo como un borrón en
relación a los meritorios esfuerzos y la política generalmente acertada
de Rafael Spottorno, jefe de la Casa del Rey, y su equipo,
después de haber inspirado, entre otras cosas, el famoso acto de
contrición pública y propósito de la enmienda: “Lo siento, me he
equivocado, no volverá a ocurrir”.
Se vienen arriba los
republicanos y crecen los partidarios de la abdicación. Abucheo
generalizado en las redes sociales, donde se expresan las nuevas
generaciones, y paños calientes en la prensa convencional, con un alto
grado de resistencia a ver al Monarca como ese juguete roto que asoma en
amplias franjas sociales. Ni siquiera se le dio la oportunidad de
mostrar su mejor gracia en las distancias cortas: la campechanía. No cabía en el tono formalista, complaciente e impostado de la conversación, que no pasará a la historia del pensamiento político ni de los hechos relevantes de nuestra reciente historia.
La conversación, colgada del 75 aniversario del Rey, resultó afectada y poco creíble.
Se quedó en un enésimo repaso a tiempos mejores. Difíciles, pero
mejores por su airoso desenlace, tantas veces celebrado. En cambio, sólo
hubo faena de aliño para los graves problemas de la España de hoy,
incluido el de la desafección monárquica. Si se trataba de acercar la
figura del Rey a los españoles para mejorar su valoración, fue una
entrevista fallida. Por no decir contraproducente. “Un paso en falso”,
en palabras de Gaspar Llamazares.
Para repetir los lugares comunes de los mensajes navideños no hacía falta correr el riesgo de que el Rey acabase siendo juzgado no por lo que dijo de forma desganada, sino por lo que calló:
los yernos, los elefantes, las amistades extramatrimoniales, la
sucesión, el desamparo de las nuevas generaciones o el creciente
desapego de los ciudadanos por la Corona. Nadie se lo preguntó. Y eso es
lo malo, que a los españoles les asalta la sospecha de que los toman
por tontos, si al mismo tiempo detectan en los dos grandes partidos
políticos la misma tendencia a no darse por enterados del desgaste que
está sufriendo una institución exenta de la transparencia y ejemplaridad
exigibles a todos los servidores públicos. Más significativo en el caso
del PSOE, cuyo líder, Pérez Rubalcaba, se ha convertido en un dique ante la marea neorrepublicana de las bases socialistas.
Tampoco
han estado muy lúcidos quienes ayer, con motivo de la Pascua Militar,
le hicieron decir al Rey que la actual crisis económica actúa como una
amenaza a la seguridad. ¿Se refiere a la posibilidad de que, en el
desigual reparto de los sacrificios, acaben perdiendo la paciencia los
que se llevan la peor parte? Me parece una extravagancia relacionarlo con el mantenimiento de la capacidad militar que garantice una “disuasión verosímil”. Peor que una extravagancia: una provocación.