Arrecia el debate sobre si don Juan Carlos tiene que abdicar, animado
por algún artículo de prensa reciente y también por la arremetida del
líder socialista catalán, Pere Navarro, entre otros argumentos últimos. Y
quizá vale la pena aportar algunas reflexiones sobre el asunto.
A pesar de la teoría de que los reyes no abdican sino que dejan de
serlo porque mueren, pienso que la abdicación no puede descartarse de
forma absoluta. Cierto es que la ‘costumbre’ de la Casa Real española no
es ésa, pero otras muchas tradiciones han saltado ya por los aires (por
ejemplo, el requisito de contraer matrimonio con iguales, es decir, con
personas de sangre real). Además, tampoco sería la primera vez que se
produjera en la historia de la dinastía: hay al menos cinco antecedentes recientes.
El rey de España debería, sin duda, abdicar en su hijo si se
produjera uno de estos tres supuestos: que cometa un delito grave, que
su permanencia en el trono cause daño irreparable a la corona, o que
devenga incapaz para desempeñar su misión constitucional.
En el primer caso, el del delito, sería exigible la abdicación a
pesar de que la Constitución declara inviolable la figura del rey, es
decir, que en ningún caso puede ser imputado, procesado o condenado. No
obstante, tal supuesto penal no se ha producido.
Respecto al segundo, si su continuidad causara, por el motivo que
fuera, daño y deterioro grave a la institución, lo adecuado sería,
igualmente, que abandonara el trono, pensando en el bien de la corona,
del sucesor y del país.
¿Ocurre eso ahora, resulta un perjuicio para la monarquía la
permanencia de don Juan Carlos? Me parece que no. Padece, sin duda, un
desgaste, las encuestas reflejan una clara pérdida de aprecio, pero no
hasta el extremo de que resulte dañino para la institución. Es que, a
pesar de la notable rebaja, la corona sigue figurando entre las
instituciones más valoradas.
El tercer supuesto de abdicación se resume en que el monarca no esté
en condiciones de cumplir sus deberes constitucionales. Para tal
eventualidad existe incluso la vía, prevista en la Carta Magna, de que
las Cortes declaren la incapacidad del monarca.
Sin embargo, pienso que tampoco nos encontramos, hoy por hoy, en esa
coyuntura. Cierto es que don Juan Carlos se ve físicamente minado por
sucesivos y hasta graves episodios de salud, pero hacen referencia sobre
todo a su capacidad de movilidad, no a su situación psicológica, mental
o anímica. No en vano alguna personalidad de La Zarzuela ha comentado,
medio en broma medio en serio, que la corona no se lleva en la cadera
sino en la cabeza.
¿Por qué don Juan Carlos se encastilla en su voluntad de no abdicar?
Al margen del recurso a la tradición monárquica, del ‘a rey muerto, rey
puesto’, que como hemos dicho no es argumento decisivo, el monarca tiene
en cuenta sobre todo tres reflexiones.
La primera. Ante la constatación de que su persona y ejecutoria están
viéndose ahora discutidas como consecuencia de episodios lamentables
como el viaje a Botsuana (del que pidió perdón públicamente) y al caso
Urdangarín, piensa sin embargo que sus 38 años de servicio no deberían
resumirse así. Considera que su papel como rey ha sido bastante más
trascendental para España, y por eso desearía algún tiempo con el fin de
tratar de ‘recuperar’ imagen, y con ello el aprecio de los españoles. Y
afirma que está dispuesto a intentarlo.
La segunda es que un cambio en la jefatura del Estado constituye un
paso difícil y aun traumático, que, en lo posible, habría que cumplir en
un entorno lo más pacífico posible y en un clima de tranquilidad, algo
que en estos momentos no se da, como consecuencia de la grave crisis
económica y social que padece España. Don Juan Carlos desearía traspasar
la corona a su hijo en las circunstancias más favorables, y eso ahora
no ocurre.
Además (y en ello coinciden los dos grandes partidos, que en estos
momentos no quieren ni oír hablar de abdicaciones), suficientes retos y
dificultades afronta hoy este país como para añadir una nueva
incertidumbre y un factor de riesgo como sería un relevo en La Zarzuela.
El tercer motivo para una abdicación se resumiría en que el propio
don Juan Carlos no se viera en condiciones para desempeñar su trabajo. Y
estimo que eso tampoco acaece en estos momentos.
No obstante, tengo para mí que, si el rey llegara a la conclusión de
que no reúne los mínimos vitales, físicos y psicológicos, no dudaría en
dejarlo. Por sentido común, por sentido de responsabilidad, y también
porque es persona que ama a su país. No son pocos los que hablan de don
Juan Carlos como un patriota. Creo que lo haría sin dudar.
Los servicios de La Zarzuela, por cierto, se han apresurado a
proclamar que don Juan Carlos no se plantea ni tiene ninguna intención
de abdicar, y que nadie en el Palacio de la Zarzuela trabaja en plan
alguno. Es una reacción previsible, de manual, sólo dirigida a intentar
que el debate no vaya a más.
Porque resulta increíble pensar que nadie en el entorno de la Casa
Real y de la Casa del Rey se haya planteado, aunque sea solamente con
carácter de hipótesis o de mero análisis teórico, la posibilidad de una
abdicación de don Juan Carlos. Es seguro que se han estudiado los
distintos escenarios. Entre otras cosas porque, además de una elemental
medida de prudencia, es su obligación.
En resumen: abdicación ahora no, pero no es descartable que se
produzca en algún momento. La cuestión es el cuándo. Y no parece muy
próximo.