domingo, 3 de abril de 2016

Póngase gafas negras, majestad / Jaime Peñafiel *

La temporada taurina que se inició como feria en las Fallas de Valencia, alcanza su plenitud con el inicio de los festejos taurinos con motivo de la Feria de Sevilla, el Corpus de Granada… De ahí, ya imparable hasta las Fiestas de El Pilar en Zaragoza, con cientos de corridas y novilladas.

No soy taurino pero sí aficionado a los toros. Sobre todo, a las corridas de rejoneo, esas que los buenos aficionados llaman, despectivamente, “del caballito”. También soy amigo de muchos toreros: Espartaco, Ponce, Cordobés padre e hijo, etc. Lo fui mucho de Luis Miguel Dominguín y de los Bienvenida y de Paquirri hasta el extremo de que, cuando le mató un toro en Pozoblanco, en 1984, iba a acudir, en representación de “La Revista”, que yo dirigía, a la Fiesta de la Hispanidad en Miami, acompañado de Isabel Pantoja. Ya tenían hasta los billetes.

Las recientes manifestaciones en pro de la llamada Fiesta Nacional en Valencia, con decenas de miles de aficionados y con toreros de la categoría de José Tomás, Ponce, El Juli, Morante de la Puebla, Manzanares, Castella, al frente “reivindicando el toro como parte de nuestra cultura”, es una demostración de que este espectáculo tan español no puede morir.

A pesar de que a la Familia Real o lo que de ella queda, no suele vérseles en las plazas de toros. Salvo a don Juan Carlos y a la infanta Elena, los dos grandes aficionados como lo fue también la condesa de Barcelona, madre y abuela de ellos.

Tan buenos aficionados son, que al Rey emérito le gustan las corridas, no desde el palco real, que tienen casi todas las plazas, como casi todos los teatros, sino desde la barrera.

En una de las últimas ferias madrileñas de San Isidro, don Juan Carlos asistió a cuatro de los veintiocho festejos. En todos ellos, ocupó la barrera del 1.

Un dato curioso: no se olvida nunca de llevar ni los puros, que le envía Fidel Castro, ni el regalito, un llavero de plata con el escudo de la Casa Real, para corresponder a los brindis de cortesía que los toreros le hacen, en el primer toro de su lote. Pero, en una corrida, regresó al palacio de La Zarzuela con uno de esos regalos en el bolsillo porque, uno de los matadores, decidió no cumplir con este deber de cortesía. El Rey se fumó un puro ante el desabrido y descortés gesto, que no pasó desapercibido para nadie ya que el desprecio del torero, Fran Rivera, quiso que fuera ostensiblemente visible. No fue la política el motivo. Fue algo peor. ¿Una revancha? ¿Una venganza? ¿Una mezquindad? Corramos un “estúpido” velo porque de esto hace ya algún tiempo.

Las reinas de España y la Fiesta Nacional

Camilo José Cela, por boca de don Oliverio, en el “Nuevo viaje a La Alcarria”, “lo que se dice demasiada razón no tiene nadie. Pero, a los anti taurinos, que se las dan de muy europeos, pero no son mas que medio vegetarianos, tampoco les asiste la razón”. Tal parecía que hablaba, que se refería a doña Sofía, medio vegetariana y anti taurina confesa. Lo es, hasta el extremo que, el propio Juan Carlos, le reconoció al escritor José Luis de Vilallonga: “Ya se que Felipe no va a los toros. Pero, ¿qué quieren?, si no va a las corridas, probablemente, es para no disgustar a su madre”. ¡Mas claro …!

No es la única reina. Letizia, tampoco, aunque no se si es vegetariana ó vegana. Pero ellas deberían aprender de otra reina, Victoria Eugenia, gran y sufridora reina, de quien, un día, nos ocuparemos ampliamente en esta columna.

No olviden, que tuve la oportunidad de ser el último periodista a quien concedió una larguísima entrevista, pocos días antes de su muerte. En ella, hablamos de muchas cosas, de las infidelidades que tanto le habían hecho sufrir, de los españoles ….. Pero también, de sus obligaciones como reina consorte (doña Sofía y Letizia lo son), entre ellas acompañar siempre al rey, incluso, a los toros que, como inglesa, tanto odiaba.

-No se olvide, amigo Peñafiel, que nací inglesa, que siempre amé mucho a los animales y que mi primer regalo que recibí fue un poni.

Lo que no esperaba Victoria Eugenia es que uno de los actos programados, con motivo de su boda con el rey reinante, Alfonso XIII, fuera … una corrida de toros. La delegación oficial inglesa a la boda de la entonces princesa Victoria Eugenia de Battenberg, entre ellos los Príncipes de Gales, se negaron a asistir, debido a la repugnancia por este “deporte nacional español”.

-Pero a mí no me quedó mas remedio que estar presente porque, encima, era en mi honor.

Y allá que fue a la plaza, realzando su belleza con un vestido resplandeciente de encaje blanco, con rosas prendidas en la mantilla también blanca.

En aquella época, los espectáculos taurinos eran sanguinarios, comparados con los de hoy. Entre otros motivos porque los caballos de los picadores no llevaban petos que les protegieran.

-No se puede imaginar lo terrible que fue para mi contemplar como un toro enloquecido (sic) hizo literalmente pedazos a un caballo bajo el palco real donde yo estaba, mientras la multitud rugía ante la bravura de aquel toro. Una atroz sensación de angustia interna me colocó al borde del desvanecimiento, que no me podía permitir.

Ignoro si sintió la taquicardia golpeándole la blusa, como a la Rigalt.

Sufrió tanto ante aquel “holocausto sin emoción”, como lo calificó, que decidió tomar dos medidas: primero, como tenía el doloroso y difícil deber de acompañar a su esposo, el rey, gran aficionado a las corridas, lo hizo llevando unas gafas totalmente ahumadas.

-Aunque los espectadores no lo sabían, yo no veía lo que estaba pasando en el ruedo. Solo que, cuando oía aplaudir, aplaudía.

-Además, pedí al ministro de quien dependían los espectáculos taurinos que protegiera a los caballos de los picadores de las cornadas de los toros. Como consecuencia de esta petición mía, se diseñaron los petos que mitigaban el sufrimiento a los desamparados animales.

Dicen que las primeras corridas fueron, irónicamente, muy decepcionantes para los espectadores porque los detalles más sangrientos, gracias a los petos, fueron omitidos, como concesión a la joven reina inglesa de España. Y es que al público lo que le gustaba era la sangre.

-Un día vi como un toro destripaba, materialmente, a cuatro caballos. Lo peor es que, allí mismo, les metieron las tripas con las manos y los cosieron para que siguiera el espectáculo.

No puedo de por menos que terminar este artículo con lo que mi compañera de El Mundo, Carmen Rigalt, escribió a propósito del tema que nos ocupa: “Sigo siendo anti taurina, pero menos. Desde que pasó lo que pasó -la prohibición de los toros en Cataluña y luego la inercia de esa prohibición extendiéndose como una mancha de aceite- la tristeza se ha apoderado de mí. Ahora pienso igual que antes pero siento diferente”.


(*) Periodista


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