jueves, 12 de diciembre de 2019

Los costes sociales y territoriales de tener la monarquía en España / Vicenç Navarro *

A raíz de los artículos de Pablo Iglesias (¿Para qué sirve hoy la monarquía?) y Javier Cercas (¿Para qué sirve hoy la república?) publicados en El País (el primero, a favor de que se establezca en España una república, y el segundo, a favor de que se mantenga la monarquía borbónica en España) se ha reavivado un debate en este país sobre los pros y los contras de sustituir el sistema monárquico por el republicano. 

Las tesis de Javier Cercas (muy comunes entre los que favorecen mantener la monarquía en España) es que tal institución ha permitido a España tener un desarrollo democrático y económico con el que ha alcanzado un grado de madurez homologable al de otras democracias existentes en Europa. Le faltaba añadir (como hace el establishment político-mediático del país) que el establecimiento de la monarquía fue uno de los mayores éxitos de la Transición (considerada como modélica) de una dictadura a una democracia. 

Se indica que tal democracia fue, en gran parte, el resultado de la decisión de Juan Carlos I, que a pesar de haber sido nombrado por el dictador Franco, abandonó los poderes dictatoriales y se transformó así en un monarca más en Europa, como existen en Suecia, Noruega, Dinamarca y el Reino Unido. 

Esta homologación de monarquías es un punto que acentúa Cercas en su defensa de la permanencia del sistema monárquico en este país. Al referirse a aquellas monarquías, en países bien conocidos (sobre todo los tres primeros) por su desarrollo social y madurez democrática, Cercas intenta demostrar que un sistema monárquico no tiene por qué ser un anacronismo ni representar tampoco un obstáculo para que un país prospere y garantice bienestar a su población.

Hasta aquí los argumentos que los monárquicos esgrimen en defensa de la monarquía borbónica. Pero Cercas, que se define de izquierdas y republicano, va más allá e indica incluso que el Estado monárquico español es, en realidad, el continuador de la II República y de la causa republicana, aplaudiendo la heroicidad y compromiso con la democracia de los luchadores republicanos, realidad reconocida y promovida por el rey Felipe VI, como atestigua su homenaje a la famosa brigada Nueve republicana española, que liberó la ciudad de París al final de la II Guerra Mundial (homenaje que ocurrió, por cierto, en Francia, pero no en España).

La evidencia es contraria a las tesis de Cercas: el Estado monárquico ha contribuido al subdesarrollo social de España

Veamos primero si la monarquía ha favorecido el desarrollo democrático y el bienestar implícito que debe conllevar. Y para evaluarlo, tenemos que subrayar que la monarquía es el eje de un sistema de poder institucional centrado en el Estado, diseñado por el dictador para garantizar la continuidad del dominio de las fuerzas conservadoras sobre los aparatos de dicho Estado. 

Hay que recordar que durante la Transición no hubo una ruptura con el Estado anterior, ni hubo un cambio de los altos funcionarios del Estado que habían jugado un papel clave en el régimen dictatorial anterior. Desde las Fuerzas Armadas hasta la judicatura, pasando por los aparatos de seguridad, siguieron dominados (y, a mi modo de ver, continúan dominados) por una cultura de gobierno profundamente conservadora. 

Tres ejes ideológicos de esta cultura fueron (1) un nacionalismo extremo heredero de un imperio, (2) fundamentado en una estructura de poder radial centrada en la Capital del Reino, y (3) reforzado con un catolicismo excluyente, promovido por una institución, la Iglesia Católica, siempre próxima y defensora de los intereses económicos y financieros del país. El nacional-catolicismo imperante durante la dictadura había sido la expresión extrema de esta cultura.

Ni que decir tiene que la presión popular, y muy en particular el movimiento obrero, jugó un papel esencial en forzar una transición en la que las fuerzas democráticas pudieron modificar ese Estado, pero no lo suficiente para establecer una discontinuidad con el anterior. Y la monarquía, impuesta por la dictadura, era la garantía de que los poderes económicos y financieros continuaran dominando, o al menos ejerciendo una enorme influencia, en las instituciones del Estado. 

Hay miles de indicadores sobre ello. La persistencia del Valle de los Caídos como monumento al régimen fascista a pesar de más de cuarenta años de democracia es uno de ellos.

Pero no es solo el Valle de los Caídos el que refleja el enorme poder de la clase dominante heredera del régimen anterior, y cuyo eje central es la monarquía. ¿Cómo se explica Cercas que en más de cuatro décadas de período democrático, España continúe teniendo uno de los Estados del Bienestar menos desarrollados de la Unión Europea de los Quince (UE-15)? ¿O que tengamos las desigualdades más grandes, o uno de los sistemas educativos y sanitarios más polarizados por clase social de tal comunidad? ¿O que el sistema fiscal esté entre los más regresivos, con uno de los ingresos al Estado más bajos? ¿O que el gasto público social sea tan bajo? 

La causa, bien documentada, de cada uno de estos hechos es que las relaciones de poder dentro del Estado están muy sesgadas a favor de las fuerzas conservadoras del país. El gran retraso social de España está basado en esta realidad. Miren los datos y lo verán (ver mi libro El subdesarrollo social de España. Causas y consecuencias, Anagrama, 2006). El conservadurismo de las instituciones del Estado se basa, precisamente, en la estructura institucional de poder cuyo eje es la monarquía.

La monarquía y la cultura del Estado que perpetúa favorecen el sistema radial y no policéntrico del Estado español

Este hecho también explica el otro gran problema (además del subdesarrollo social) sin resolver que existe en España y que es el tema territorial. El Estado monárquico borbónico ha sido el mayor promotor de una España uninacional, radial, centrada en la Capital del Reino, oponiéndose a una España plurinacional, poliédrica, sin ningún tipo de pleitesía y con pleno desarrollo de la soberanía popular en su totalidad y en cada uno de sus componentes. 

Y es la gran resistencia a aceptar la plurinacionalidad de España la que está creando la otra gran crisis, la crisis territorial. La evidencia de ello es también abrumadora. Es fácil ver que en lugar de la tan manoseada y falsa reconciliación, lo que estamos viendo son las consecuencias de una transición que distó mucho de ser modélica, pues el bando vencedor de la llamada Guerra Civil continúa dominando la vida política, económica y mediática de este país. 

Los escasos y tímidos intentos de recuperar la historia de España, corrigiendo las enormes tergiversaciones que todavía se enseñan en sus instituciones educativas y mediáticas, han sido abortados para supuestamente evitar que se abran de nuevo las heridas, asumiendo que se habían cerrado (es decir, que se había reconocido a las víctimas y sancionado a los victimizadores). 

Es más que probable que si el bando republicano hubiera ganado la Guerra Civil, hoy España sería más democrática, más justa y más social, y menos uninacional, menos radial y más policéntrica y plurinacional de lo que lo es hoy. Hay que recordar que el golpe militar (que venció debido al apoyo de los regímenes nazi alemán y fascista italiano) del 1936, fue apoyado por la clase dominante que incluía desde los propietarios y gestores de los mayores medios de producción, distribución y financieros, para evitar las muy necesarias reformas de la propiedad propuestas por una alianza de fuerzas progresistas (el Frente Popular) que habían afectado sus intereses así como los de la Iglesia, que habían siempre proveído el marco ideológico que sostenía una sociedad enormemente represiva. 

La evidencia de ello es abrumadora. El fin de la República y el mantenimiento de la monarquía en España tenía como objetivo mantener los intereses y beneficios de las clases dominantes en España, que fueron las vencedoras de la definida como Guerra Civil, intereses que, en general, se han mantenido bajo el Estado monárquico actual.

No es sorprendente, pues, que en España (uno de los países con desigualdades sociales más acentuadas en la UE-15) a mayor nivel de renta, mayor popularidad de la monarquía. Ni tampoco es sorprendente que la monarquía sea ampliamente impopular en Catalunya y en el País Vasco, pues el uninacionalismo característico de la monarquía y de los golpistas (que se definían como los nacionales) afectó especialmente a las naciones excluidas en aquella visión. 

Y tampoco es sorprendente que a mayor sesgo derechista del partido político, mayor es el apoyo a la monarquía, siendo la ultraderecha franquista, Vox, la más monárquica de todas las derechas (siendo este partido también el más ultraneoliberal, la ideología dominante y favorecida por las clases pudientes del país).

Es importante señalar que la mayoría de españoles está a favor de un referéndum sobre la posibilidad de instaurar una república, siendo los jóvenes los más favorables a ello. 

Concretamente, un 63% de los españoles entre 25 y 34 años, un 58% entre 15 y 24, quieren votar para decidir democráticamente sobre dicha cuestión. Y como era de esperar, los votantes de los partidos de izquierdas son mucho más favorables (IU 91%, Podemos 86% y el PSOE 57%) a este referéndum que no los de las derechas (C’s 33% y PP 25%), esto según una encuesta realizada entre marzo y abril de 2018 en la que no se incluía a Vox, aunque no sería de extrañar que este porcentaje no llegara a un 5% de sus votantes.

¿Es la monarquía borbónica equiparable a las monarquías escandinavas o británica?

Lo cual me lleva a la segunda tesis de Cercas. Repito que la monarquía borbónica española fue resultado de la victoria del bando vencedor de la Guerra Civil. No así en aquellos países donde la monarquía está enraizada en las luchas que el país, como colectivo, realizó. 

El dictador de uno de los regímenes más crueles que hayan existido en Europa, el general Franco, nombró al Rey Juan Carlos y promovió la monarquía borbónica, cuya continuo apoyo a las fuerzas más reaccionarias del país había sido una constante en su historia. La naturaleza de dicha monarquía borbónica, y su identificación con las clases dominantes españolas, desde que triunfó el golpe militar, (habiendo ejercido gran represión para mantener su dominio), contrasta con las monarquías en los países citados. 

Son monarquías que están enraizadas en un apoyo de las clases populares, sobre todo en momentos clave, como durante la II Guerra Mundial, y que representan (así son percibidas) a la gran mayoría de la población. El porcentaje de ciudadanos favorables a la abolición de la monarquía en aquellos países es mucho menor que no en España, donde la restauración de la monarquía fue el fruto de la victoria de un bando. La diferencia entre esta y aquellas monarquías no puede ser mayor.

Una última observación: el estilo insultante de Cercas

A nivel personal, tengo que admitir que nunca me gustaron los escritos de Javier Cercas. Hijo de una familia que apoyó la dictadura (según propia confesión), por lo visto, quiso corregir su pasado escribiendo una novela en la que el protagonista era un republicano que, en un intento por hacerlo parecer atractivo, lo presenta como un tipo muy campechano, que vive en campings y que toca el trasero de las monjas (amistosamente) cuando está ingresado en la residencia de ancianos. Sin pretenderlo, fue una novela profundamente ofensiva. Soy hijo de perdedores de la Guerra Civil, represaliados por el fascismo, y me ofendió.

Algo semejante ocurre en su artículo citado anteriormente, donde adopta un tono casi pedante, dándole lecciones a Pablo Iglesias, sugiriéndole que deje de criticar al rey  y que se dedique, en su lugar, a resolver los problemas de la población (algo que, supuestamente, no está haciendo). En otras palabras, “Pablo, dedícate más a resolver los grandes problemas y deja al rey en paz” (cosa que el rey le agradeció en público, interviniendo, por cierto, en política, algo que, según la sacrosanta Constitución, no le está permitido). 

Ni por un momento pensó que el rey representa una estructura de poder conservadora, heredada del régimen anterior, que está obstaculizando la resolución del problema social y territorial. 

Viví en Suecia y en Gran Bretaña durante mi largo exilio y no me imagino a los Reyes de aquel país interviniendo en política como lo han hecho e hicieron los Reyes Juan Carlos y Felipe VI en nuestro país. Y tampoco me imagino que los monarcas suecos o británicos hubieran expresado desaprobación o disconformidad hacia un partido o partidos que el monarca percibe contrarios a su permanencia en el poder, acusándoles de no obedecer la Constitución, olvidando con dicha acusación que tales fuerzas conservadoras la están desobedeciendo diariamente, saltándose a la torera todos los capítulos sociales de tal documento. 

Estas fuerzas solo ven en la Constitución española la defensa de la unidad de España, eslogan que ya utilizaron para justificar el golpe militar de 1936 y que ahora utilizan de nuevo para evitar los cambios profundos que necesita el país. En realidad, no están defendiendo la unidad de España, sino la visión clasista y uninacional de esta. 

A mi padre, los tribunales lo juzgaron y reprimieron por ser “rojo” y “separatista”, cuando en realidad era un maestro progresista que enseñaba los valores republicanos de libertad, igualdad y fraternidad a la juventud de este país. Y en cuanto a separatista, no tenía nada de ello. Amaba y dio su vida por una España republicana, más justa y solidaria, plurinacional y poliédrica. 

Para alcanzarla, será necesaria en España la sustitución del sistema monárquico y de la estructura de poder económico y financiero, religioso e ideológico que lo sustentan, y que están obstaculizando el mejoramiento de la calidad de vida y el bienestar de las clases populares de los distintos pueblos y naciones de España, que representan la mayoría de la población española.


(*)  Catedrático Emérito de Ciencias Políticas y Políticas Públicas Universitat Pompeu Fabra



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