El
Rey está en silencio, pero más activo que nunca. Quien crea que el Rey
se siente cohibido y acobardado, no conoce ni al Rey ni al ejemplar
sentido del cumplimiento de sus deberes. Por La Zarzuela han pasado
presidentes y magistrados del Tribunal Constitucional, magistrados del
Tribunal Supremo, Catedráticos. Destacados representantes de la
Judicatura, abogados y políticos de anteriores Gobiernos.
El obligado
silencio del Rey está apoyado por una documentación poderosa, que
proviene del Poder Judicial y Legislativo de todas las sensibilidades
ideológicas. E intuyo que sus constantes consultas han ratificado su
opinión personal. El Rey es el garante máximo del cumplimiento de la
Constitución Española, y el Rey va a seguir siéndolo. Sus consejeros
eventuales para una acción concreta y despiadada contra el orden
constitucional, no son Pallín, Garzón ó la futbolista Putelles, que se
ha metido en política-sindicalista.
El Rey espera, y Sánchez amenaza. El
que amenaza siempre está en peligro. Su jugada golpista encuentra, cada
día que pasa, mayor resistencia social. El Rey no va a firmar nada que
atente contra la unidad, la libertad y la democracia en España. Y sin su
firma, el golpe de Estado encubierto de Pedro Sánchez, se desvanece.
Encubierto por una aministía inconstitucional en beneficio de unos
delincuentes que fracasaron en su golpe de Estado contra España y de los
cuales, su provocador máximo está fugado de la Justicia española aunque
viva de gorra de los españoles en Bélgica.
El Rey no va a rebajar su
debate con Sánchez a los ámbitos de las opiniones personales. El Rey
guarda y acumula en La Zarzuela centenares de dictámenes, estudios,
análisis y testimonios que justificarían su probable negativa a firmar
la Ley sanchista con la que se iniciaría la destrucción de la nación más
antigua de Europa. La crisis institucional está servida. Y el Rey – y
España- triunfarán ante la traición, la infamia y la desvergüenza del
segundo partido más votado en las últimas elecciones.
A
este punto se ha llegado por la complicidad y cobardía de muchos
dirigentes socialistas, desde Felipe González a Juan Alberto Belloch,
pasando por Alfonso Guerra. Los tres han cantado las verdades del
barquero, pero los tres han seguido votando y apoyando al barquero sin
otro rumbo que el placer del palacio de La Moncloa, que manda huevos.
Belloch
ha reconocido que no ha habido presidente del Gobierno peor que
Sánchez, pero que su alma socialista le ha animado a votarle. Otros
dirigentes socialistas, como Joaquín Leguina, Nicolás Redondo Terreros,
José Luis Corcuera, o Jordi Sevilla, han roto sus relaciones con su
viejo partido. Sánchez no manda en un partido. Manda en una secta de
pesebristas horrorizados por perder la calidad de sus pesebres.
Nos
hallamos en una situación de alta gravedad. Y sólo un español está
capacitado para detener la catástrofe. Legalmente capacitado para ello.
Es, además, el Jefe Supremo de las Fuerzas Armadas y de la Guardia
Civil.
Pero
no tendrá que recurrir a esa condición. Simplemente con un «no»
poderosamente apoyado en sus consultas, detendrá el golpe de Estado
socialcomunista e independentista que nos ha preparado Sánchez. Y habrá
lío. Y será insultado, pero tendrá el apoyo de millones de españoles,
muchos votantes socialistas entre ellos – algo inexplicable a estas
alturas-, que no dependen de los pesebres para seguir enriqueciéndose.
La
última vez que saludé al Rey y cambié impresiones con su persona,
«Mucha suerte, Señor», «Gracias», fue en el Palacio Real el día de su
proclamación como Rey de España. Mi texto procede de la intuición, no de
la información directa o indirecta. Intuición que me induce a creer
que, cumpliendo estrictamente con sus prerrogativas y mandamientos
constitucionales, con toda la firmeza que sea precisa, va a detener el
Golpe de Estado.
«Esto no lo puedo firmar, presidente».
(*) Periodista