sábado, 13 de marzo de 2021

Cariñoso recibimiento de los Reyes de España al presidente de Portugal, Marcelo Rebelo de Sousa


MADRID.- El rey de España, Felipe VI, mantuvo en el Palacio Real de Madrid un encuentro con Su Excelencia el Presidente de la República Portuguesa, Sr. Marcelo Rebelo de Sousa.

Llegó a Palacio el Presidente de la República Portuguesa, Marcelo Rebelo de Sousa, siendo recibido por Su Majestad el Rey a pie de coche, para a continuación dirigirse ambos al Salón de Tapices donde mantuvieron un encuentro. 

Estuvieron acompañados por parte española, de la vicepresidenta primera del Gobierno y ministra de la Presidencia, Relaciones con las Cortes y Memoria Democrática, el jefe de la Casa de Su Majestad el Rey, y de la embajadora de España en la República Portuguesa, y por parte portuguesa, del jefe de la Casa Civil del Presidente de la República Portuguesa, Fernando Frutuoso de Melo, y del embajador de la República Portuguesa en España, señor João Mira.

Tras el encuentro mantenido en el Palacio Real de Madrid, Su Majestad el Rey se trasladó al Palacio de La Zarzuela acompañado del Presidente de la República Portuguesa, para mantener una cena junto a Su Majestad la Reina.

La noche del viernes 12 de marzo, los Reyes ofrecían en el Palacio de La Zarzuela una cena privada al presidente de la República Portuguesa. Su conversación tuvo como temas principales las relaciones bilaterales entre dos socios, cooperaciòn entre ambos países para trabajar en el seno de la Unión Europea y la situación sanitaria.

Doña Letizia, que eligió para la velada un pantalón negro, camisa con print pata de gallo y abrigo rojo, se mostró muy cercana con el mandatario luso, al que recibió efusiva a las puertas del palacio.

El Rey y Rebelo confirman que son algo más que vecinos


MADRID.- Casi como un padre y también un amigo, además de un buen vecino. Marcelo Rebelo de Sousa, que el pasado día 9 inició su segundo mandato como presidente de Portugal, ha mantenido, este viernes, un encuentro con el rey Felipe con quien desde que alcanzó la presidencia, en 2016, mantiene una cordial relación que va más allá de las habituales y buenas relaciones entre los dos países vecinos
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El Vaticano y España han sido los dos primeros viajes de Rebelo tras su reelección. En la mañana de este viernes ha mantenido un encuentro con el papa Francisco en la Santa Sede y, por la tarde ha acudido al Palacio Real donde, junto al Rey, y en nombre del Gobierno español, le ha recibido la vicepresidenta primera, Carmen Calvo. Tras el encuentro oficial en el Palacio Real, el presidente Rebelo se ha trasladado junto al Rey al palacio de la Zarzuela donde han compartido un ágape en un ambiente más privado.

La relación del Rey con Rebelo se inició en la primera toma de posesión del presidente portugués que tuvo lugar el 9 de marzo de 2016.  Entonces, el bloqueo político en España había dejado también en suspenso los viajes del Rey al extranjero, pero Rebelo le cursó una invitación personal que solventó las circunstancias políticas y evitó la ausencia de España en la toma de posesión y el consecuente desaire diplomático. 

La sintonía fue inmediata y en estos años ha repercutido positivamente en las relaciones bilaterales entre España y Portugal, principalmente por el cálido acercamiento del presidente portugués al Rey y también con la reina Letizia.  En noviembre de 2016, los Reyes realizaron una visita de Estado a Portugal en la que Rebelo se volcó, acompañándoles en todos los actos. 

El último encuentro fue el pasado mes de octubre en Galicia, donde ambos jefes de Estado asistieron a la inauguración del 'II Foro La Toja. Vínculo Atlántico'. En aquel acto, Rebelo respondió a los ataques a la Corona con un elogio del rey Felipe de quien destacó su "carácter, honradez, ponderación y sentido de Estado". 

"Unas cualidades", dijo "que han contribuido a servir a la Corona y, por medio de ella, a la unidad del Reino de España".

El 1 de julio de 2020 ambos mandatarios asistieron a  la reapertura de la frontera común tras el cierre por la pandemia del Covid y unas semanas después, Rebelo realizó una visita privada a Madrid que incluyó un almuerzo en la Zarzuela y una visita al museo del Prado acompañado por el Rey. 

El apoyo entusiasta al reinado de Felipe VI y la sintonía personal se puso también de manifiesto  tras los atentados de Barcelona y Cambrils, en agosto de 2017, cuando Rebelo de Sousa asistió, junto a los Reyes, en la misa en memoria de las víctimas que tuvo lugar en la Sagrada Familia. 

Las muestras de afecto también se dan en el otro sentido, y el Rey mantuvo contacto permanente con Rebelo de Sousa para ofrecerle apoyo moral y también poner a disposición de Portugal ayuda material para ayudar a extinguir los terribles incendios que asolaron el país vecino el verano de 2019 y, anteriormente, en 2017.  Durante la pandemia, ambos jefes de Estado se han mantenido en contacto permanente. 

Rebelo también viajó a Madrid, en febrero de 2019, para asistir a la entrega al Rey del premio Mundial Paz y Libertad, concedido por la Asociación Mundial de Juristas. En aquel acto fue, Felipe VI quien hizo un elogio de Rebelo de Sousa afirmando que "a lo largo de estos últimos años, ha sido para mí un ejemplo de respeto, dignidad y excelencia en el ejercicio de su alta magistratura. Desde que asistí a su toma de posesión como presidente de la República Portuguesa nos unen, además de unas mismas convicciones, la amistad y el afecto. Y ambos compartimos la voluntad y el deseo de que, desde el respeto a su propia identidad, esa amistad y ese afecto, esa cercanía y esos vínculos tan estrechos, unan cada vez más a los pueblos portugués y español".

¿Quién quiere a Isabel II y a Felipe VI? / Xavier Mas de Xaxàs *


La única manera que parecen tener los reyes para evitar problemas es aferrarse a la irrelevancia o al absolutismo. La monarquía es una institución reñida con la modernidad. De todas las monarquías contemporáneas, sólo la española ha sabido ser útil, moderna, popular y democrática, pero al mismo tiempo, ningún otro rey del mundo ha caído tan bajo desde tan alto y en tan poco tiempo como Juan Carlos I.


Es tan pertinente preguntarse si Felipe VI será el último de los Borbones como si la casa de los Windsor sobrevivirá a la muerte de Isabel II. Ninguno de los dos lo tiene fácil. Su utilidad, aún como símbolo del Estado, no está clara en unas sociedades abocadas al consumo y el secularismo, donde los rituales se desacralizan.

¿Puede haber reyes sin prensa popular? ¿Existirían sin los reportajes en los tabloides y el papel cuché, sin las entrevistas a tumba abierta en horario de máxima audiencia, como la que esta semana ha conmocionado al Reino Unido? Los duques de Sussex han denunciando racismo y crueldad en la familia real por la raza de su hijo y los instintos suicidas de la duquesa. Los tabloides se han lanzado contra la pareja. 

El primer ministro se ha visto forzado a no comentar la noticia. Su silencio protege a una institución sin respuestas. No puede responder de sus actos ni mostrar el camino hacia el mañana. La desigualdad, la precariedad, la inseguridad, el populismo y la crisis climática parecen fuera de su alcance.

Por eso, cuando un estado moderno y democrático sopesa la salud de sus símbolos para calcular las opciones que tiene de sobrevivir al cambio de era demuestra una gran debilidad. Después del 11-S, por ejemplo, Estados Unidos se entregó a Dios y la bandera con un entusiasmo sin precedentes en la historia contemporánea. Este patriotismo religioso, de claros tintes monárquicos, no ha frenado, sin embargo, la decadencia de su poder y su influencia en el mundo. A Francia, que tiene una república de clara inspiración monárquica, le pasa lo mismo.

La reina Isabel no puede evitar el desastre del Brexit. Apostó por él y ahora, a pesar de toda su experiencia y carisma, nada ha podido hacer para impedir que un millón de británicos hayan abandonado el Reino Unido durante la pandemia o que las exportaciones a la UE hayan caído en picado. La mayoría de sus súbditos, de sus admiradores en la Commonwealth y todo el mundo, fans que aplauden sus 69 años en el trono, ya no pueden distinguir al personaje real del ficticio. Han consumido la entrevista de Markle y Harry con Oprah como si vieran The Crown en formato telerealidad, y si la aplauden es porque se divierten y ven satisfecha su adicción nacionalista.

Las monarquías acostumbran a ser nacionalistas porque representan la pervivencia del Estado, su fantasía ancestral. Los populismos xenófobos, por ejemplo, han conquistado cotas inéditas de poder bajo las coronas nórdicas. La derecha española ha intentado apropiarse de Felipe VI, defensor de la nación ante el ataque soberanista catalán, intervención que sacrificó su papel de árbitro y mediador.

Las soluciones que imponen los nacionalismos a los retos del presente no funcionan. No funciona el Brexit, no funciona el procés y no funcionan las monarquías, obligadas a reproducirse como familias siendo, sin embargo, estados. No es natural, no es normal y frente a esta anormalidad, en la era de la exposición sin límites, no hay más salida que el silencio o el postureo, el misterio de la tradición para esconder la frivolidad, patología que los royals sufren más que los plebeyos. Hay ejemplos de sobras en Tailandia y Bélgica, en las monarquías árabes y africanas.

Y aún así, a pesar de que corren contra el tiempo, los reyes y las reinas tienen una función esencial, especialmente en las monarquías constitucionales y las democracias dominadas por la irresponsabilidad política, como es el caso de España y el Reino Unido. Felipe VI es la Constitución de 1978 del mismo modo que Isabel II es la Carta Magna de 1215 y todos los compromisos parlamentarios que se han aprobado desde entonces. Por encima de nosotros no hay nada más grande que las leyes y la corona es una ley.

Es difícil entender que un rey representa la democracia, cuando no ha sido elegido y sus acciones son inviolables. No responde de sus actos y está por encima del pueblo. Pero, aún así, el rey es la ley y las leyes se pueden cambiar. Aquí está su anclaje democrático, su sometimiento a la voluntad popular, su gran utilidad. En una democracia, no hay rey que el pueblo no quiera.

Querer a un rey, sin embargo, no es nada fácil. Protegido como está por el protocolo y la tradición, es decir por un arte y una arquitectura que proyectan un pasado que no convendría celebrar demasiado, no tiene margen para cosechar likes en las redes sociales, ecosistema indomable donde solo triunfa el exhibicionismo más extremo. Si no es fácil querer a un monarca que es persona, mucho más difícil querer a uno que es ley. Podemos y debemos respetar la ley, pero ¿quererla? Podemos querer a Martin Luther King y a Queen Latifah, pero ¿a un rey y una reina de verdad? Demasiado abstracto.

España y el Reino Unido afrontan crisis económicas, territoriales y sociales de una gran magnitud, crisis que también son de identidad y que darán paso a países muy diferentes. Recurrir a Lampedusa no solucionará nada. Todo está cambiando y esta vez nada garantiza que el viejo orden perseverará. Ni España ni el Reino Unido ni el resto de monarquías europeas, y tampoco Japón, tienen todavía la autoconfianza suficiente para vivir sin corona. Los reyes, sin embargo, ya han muerto. Solo Isabel II y Felipe VI sobreviven. Son los más útiles y trascendentales, pero también ellos han entrado en la niebla de las tragedias shakesperianas.

 

(*) Periodista 


 https://www.lavanguardia.com/internacional/20210313/6374294/quiere-rey-reina.amp.html

Abajo la monarquía británica / Hamilton Nolan *


 Una entrevista reciente de la que tal vez haya oído hablar revela que la monarquía británica es una madriguera tóxica de murmuraciones y racismo. ¿Y quién podría dudarlo? No hay nada más fácil de creer que la idea de que una institución creada para ser la encarnación física del clasismo rebose de inhumanidad. En lo que la respuesta pública a esta revelación tan poco sorprendente ha errado es en la convicción generalizada de que debemos mejorar la monarquía. No es así. No se puede convertir una botella de veneno en una bebida refrescante por mucho azúcar que se le agregue.

Una respuesta justa y adecuada a lo que hemos descubierto sería que todo el Reino Unido se uniera para tomarse de las manos, formar un gran círculo alrededor de la institución de la monarquía y quemarla hasta los cimientos mientras canta “Sweet Caroline” para mantener un espíritu positivo. Luego, los miembros de la familia real podrían barrer las cenizas y depositarlas cuidadosamente en el bote de basura, como un comienzo ceremonial para una nueva vida de trabajo para subsistir.

La existencia de una monarquía es la admisión de que un gobierno no puede o no tiene interés en resolver los problemas de la gente. En su lugar, ofrece un espectáculo. Siempre ha sido más fácil elevar a una sola familia a una vida de lujos de cuento de hadas que hacer el pesado trabajo de elevar a todas las familias a un nivel de vida decente. El pueblo financia el estilo de vida de una minúscula élite exaltada y totalmente indigna, en vez de que sea al revés. Cualquier nación que todavía tenga una monarquía en 2021 demuestra que tiene una vergonzosa falta de agallas revolucionarias.

Estados Unidos es culpable de muchos crímenes contra la humanidad, pero en este tema hemos hecho bien las cosas. Nuestros presidentes pueden ser una vergüenza nacional, pero al menos los estadounidenses no están obligados a agacharse y hacer reverencias a un holgazán rico designado por el azar cuya pretensión de legitimidad es ser el hijo del hijo del hijo de alguien que fue el mayor gángster de la nación hace siglos. 

Sí, tenemos nuestra propia adicción capitalista e hipnótica a la celebridad, pero la monarquía es algo mucho más retorcido, como si juntáramos a la familia Bush, las Kardashian y los Falwell para formar un culto a la fama cuasirreligioso, engalanado con joyas y rematado con una dosis fortificante de imperialismo.

¿Qué es una monarquía sino la más alta veneración de la desigualdad? Con base no en el valor moral, sino en los accidentes de la herencia, un pequeño grupo de personas se ve favorecido con millones de dólares extraídos de la tesorería pública y es adorado como si fueran dioses nacionalistas sentimentales, a cambio tan solo de cumplir con el deber de “ser agradables en público”, algo que hacen con un éxito relativo.

A más de 60 millones de ciudadanos, muchos de los cuales viven en la pobreza, se les instruye para que celebren ese retablo de excesos en lugar de aborrecerlo. Les dicen que se alegren de que alguien tenga una vida de ensueño, aunque no sean ellos, y que vivan a través de ese reparto de telenovela de la realeza, en lugar de exigir la igualdad para todos los demás. La corona agradecería mucho que sintonizaran su espectáculo en vez de dedicar su tiempo a leer a Karl Marx.

Además, ese plan parece estar funcionando: más de cuatro de cada cinco adultos británicos tienen una opinión positiva de la reina. El atractivo de los sombreros elegantes es difícil de superar.

Las estrellas de este insípido espectáculo cambiarán con el tiempo. Nacerán nuevos príncipes y princesas, se celebrarán bodas opulentas y diferentes traseros mimados tendrán su turno para sentarse en el trono acolchado. Estas maquinaciones, cada una de ellas diseñada para acaparar la atención del público durante un tiempo, no son más que la punta del enorme iceberg que es la monarquía. Se alimenta del vigor del pueblo trabajador y lo regurgita transformado en un gigantesco hogar para sí misma.

Abolir la monarquía no debería ser demasiado complicado. Primero les quitas las casas. Luego les quitas la riqueza. Luego les quitas los títulos. Todas esas cosas le pertenecen propiamente al público, y esos ocupantes ilegales las han tenido durante demasiado tiempo.

La buena noticia para la familia real es que la economía parece estar en recuperación. No debería ser demasiado difícil para ellos encontrar trabajo aun a pesar de su falta de experiencia práctica. Podrían conseguir trabajos honorables en un supermercado inglés como Tesco. Qué maravillosa oportunidad para que se ganen el sustento honradamente por primera vez en su vida. Como nos dicen a menudo nuestros superiores sociales, el trabajo arduo es bueno para la autoestima. Espero que pronto sean más felices que nunca.


(*) Escritor de In These Times, una revista progresista

 

https://www.nytimes.com/es/2021/03/12/espanol/opinion/meghan-harry-monarquia.amp.html