sábado, 27 de febrero de 2021

De Carlos I a Juan Carlos I / Mikel Urretabizkaia *

 

Se comete delito fiscal cuando la defraudación supera los 120.000 euros. El abogado de Juan Carlos I confirmó el jueves una regularización fiscal de 4,4 millones de euros. Huele a chamusquina, y el presidente Pedro Sánchez salió el viernes a opinar respecto al emérito: "Sobre las conductas incívicas, siento el mismo rechazo que la mayoría de la ciudadanía española".

Esta semana un diario de la derecha, una derecha nuevamente dialogante, véanse los consejos de RTVE y CPGJ, aseguraba que Moncloa y Zarzuela negocian la vuelta de Juan Carlos I. Y explicaba que "esperar a que amainen los ataques de los sectores contrarios a la Corona para efectuar la «repatriación» es esperar en vano ya que tanto extrema izquierda como independentistas han hecho de este tema un punto fijo de su agenda propagandística que solo acabará con su victoria o con su derrota".

La duda me corroe, y me pregunto: ¿Quién está haciendo más por derrotar a la monarquía? El diario de la derecha me dirá que la cosa está muy clara, que es esa extrema izquierda y los independentistas, con su afán destructor monárquico. Y a mí, qué quieren que les diga, me surge la duda cuando me entero de esa nueva regularización fiscal de más de cuatro millones de euros de esta misma semana y veo en Telecinco un amplísimo reportaje sobre la lujosa villa en la que se ha refugiado Juan Carlos I en su exilio de Abu Dabi. 

Claro, que si comparamos los 65 millones de Corinna, o los más de cuatro millones de la última regularización fiscal, lo de la casita de la playa parece una cuestión menor. Pero en el caso del emérito nos encontramos con problemas serios de ética y de estética. Y, en lo de la estética, que ya viene cargada con imágenes como la del elefante de Botsuana y otras, esta casita facilitada por socios árabes forrados de petrodólares, como que no ayuda.

Los de ese canal televisivo enviaron al Golfo Pérsico a paparazzi dispuestos a tomar imágenes, por fin, del verdadero refugio del monarca. Llegaron a Abu Dabi y se situaron en el lugar en el que un garganta profunda les había dicho que estaba la villa donde se refugiaba el monarca. Mil metros cuadrados de casa, cuatro mil de parcela, siete cuartos de baño,  y playa privada en la isla de Nurai en Abu Dabi, Emiratos Árabes Unidos, once millones de precio de compra y 25.000 euros de precio de alquiler diario.

Los expertos en fotografiar a todo famoso que se mueva por el mundo, no lograron su objetivo, a saber, la foto de Juan Carlos I saliendo de su refugio a su playa privada, camino de un baño en el mar. Les faltaba la confirmación exacta, porque había en la exclusiva y pequeña isla, otras villas similares. En este mes de febrero la temperatura en Abu Dabi es magnífica, máxima de 28 grados, mínima de 20. Como para firmar. A partir de abril la cosa cambia, y allí no hay quien pare, porque en la playa privada se puede cocer un huevo en la propia arena. 

El lunes 15 de febrero surgía una noticia falsa que anunciaba la gravedad del emérito. Ese mismo día, la Casa Real lo desmiente. Periodistas cercanos a Juan Carlos anuncian que han hablado con él. Les comunica que está como un oso. Para certificar lo del oso, el entorno del monarca filtra alguna imagen y vemos, ni más, ni menos, a Juan Carlos en actitud campechana, al estilo Borbón, junto al jeque  Sheikh Mohammed bin Zayed, la clave fundamental de todo lo que se mueve en Emiratos Árabes. Bin Zayed es el príncipe heredero de Abu Dabi, pero es mucho más que eso, un verdadero poder fáctico en la península arábiga.

Los de Telecinco no dan por perdido su scoop periodístico, y estudian al milímetro la foto con Bin Zayed. Y, ¡oh sorpresa! Reconocen la casa en la que se ha tomado la foto. Es la que habita Juan Carlos, nos dicen, todos los detalles, muebles, vegetación, decoración, coinciden. La noticia del refugio en Abu Dabi, y su escandaloso precio, es distribuida urbi et orbe por las revistas del corazón y los programas cardíacos del país. Así que las nuevas sobre el emérito, rodeado de lujo y de jeques amigos en países de dudosa reputación democrática, inundan el espacio mediático con lo que eso supone de creación de una opinión negativa en sectores no especialmente vindicativos. Hablamos de medios que en conjunto tienen una audiencia estratosférica.

Cualquiera con dos dedos de frente puede colegir que en las actuales circunstancias políticas la monarquía tiene asegurado su futuro a medio plazo. El que un partido en el poder, Podemos, manifieste su querencia republicana, se compensa con la confirmación del statu quo actual por parte del socio mayoritario del Gobierno, qué decir de otros grupos políticos a su derecha. Felipe VI "ha marcado un antes y un después a favor de la ejemplaridad y la transparencia", decía ayer mismo el presidente Sánchez, separándolo de las "actitudes incívicas" de su predecesor.

Lo único que puede ayudar a desestabilizar ese statu quo son las vicisitudes del propio monarca. En los últimos meses casi ha sido necesario abrir un canal especifico de noticias para seguir perfectamente al día los sonoros ecos del pasado oculto del emérito. Si no es una nueva cuenta en un paraíso fiscal, es este despilfarro de lujo árabe financiado no se sabe como. 

Este jueves se daba a conocer que Juan Carlos I presentaba una segunda regularización fiscal por valor de más de cuatro millones de euros, fundamentalmente por pagos de vuelos privados de la Fundación Zagatka, controlada por tres testaferros, entre ellos su primo Álvaro de Orleans. Esta fundación tiene su sede en un pueblo de 5.000 habitantes llamado Vaduz, es tan pequeño que cuando lo visitas poco después de entrar, como andes despistado, ya has salido de él. Pero Vaduz, está en Liechtenstein, es su capital. Y lo que más llama la atención allí, es la gran cantidad de bancos en un pequeño pueblo. Un paraíso fiscal en medio de Europa.

Esta manía, o necesidad, del ocultismo parece jugar malas pasadas. Hay todo un sistema organizado para ocultar al emérito de miradas curiosas, pero ese mismo hecho crea a su alrededor el insoportable deseo de descubrir desde lo más simple a lo más complejo que rodea al padre del actual monarca. Los paparazzi han localizado su actual paradero, pero es que lo localizarán de cualquier manera, a pesar de los servicios secretos.

Para más recochineo, resulta que ahora en Google Maps se puede ver la villa en la que habita el emérito con sólo buscar "Casa de Juan Carlos I en Abu Dabi". Parece un chiste, pero es verdad.

En este agónico huir de la notoriedad, el emérito se ha ido a la isla de Nurai y, por mucho lujo, por mucha playa privada, por muchos 25.000 euros de alquiler, Nurai está cerca del Estrecho de Ormuz y frente a las costas de Irán. ¿Esto se sostiene, desde el punto de vista de la geoestrategia? Un F14A Tomcat iraní (están descatalogados pero allí siguen funcionando) puede llegar, con sus misiles, en unos minutos a la isla de Nurai. ¿Es el lugar adecuado para tan largas vacaciones del rey emérito? 

Creo que no. Y, además, ofrezco una solución. Un lugar seguro, un lugar cristiano y no islámico, un lugar ascético para contrarrestar esa vida de lujo y relajo pecaminoso que ha rodeado al monarca. Sustituir disipación por penitencia. 

A grandes males, grandes remedios. El monasterio de Yuste en la comarca de La Vera en la provincia de Cáceres. Es perfecto, no sé como no se le ha ocurrido a alguien antes. Si Juan Carlos fija su residencia definitiva en Yuste, anuncio a todos los preocupados que la monarquía en España está asegurada. 

Su residencia sería la misma que tuvo siglos atrás el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico Carlos V de Alemania, o Carlos I de España, en su último tramo de vida. Una residencia austera, muy austera, en el propio monasterio, desde la que puede seguir los ritos religiosos a diario en una posición preferente.

El único problema es que cuando Carlos V habitó Yuste había allí una treintena de frailes jerónimos, hoy sólo hay cinco frailes polacos. Pero todo no va a ser perfecto. Puede dedicarse a practicar polaco con ellos. Desde su nueva residencia, y cuando pase el rigor de la pandemia, podrá saludar todos los mediodías desde la ventana de su austera habitación, mano con vaivén en alto, a los visitantes del monasterio que dirán con orgullo: "Yo he visto al Rey en Yuste".

De esta forma uniría el destino de los Borbón a los de los Austria, cuyo primer rey fue precisamente el emperador Carlos I. Un cronista del momento, el gran Fray José de Sigüenza de la orden de los Jerónimos, relató el instante en el que el emperador pasó al sueño eterno: 

"Aviendo estado dos años menos quinze dias aparejandose para este punto, retirado del mundo, renunciados los estados y todo genero de negocios terrenos, tratando solo los de so alma".

"Renunciados los estados y todo genero de negocios terrenos"

Es decir, dejar el mundanal ruido y recluirse en Yuste. Esa sí que es una campaña de marketing para la eternidad. Pero no creo que le interese, se quedará con la playa privada. 

 

 

(*) Periodista

miércoles, 24 de febrero de 2021

Un homenaje vergonzante / Javier Pérez Royo *

 


Mientras los partidos que han gestionado el sistema político que tuvo su origen en la Transición, PSOE y PP, no estén dispuestos a reformar la ley de secretos oficiales de 1968 y permitir que se tenga acceso a toda la documentación relativa al 23F, celebrar actos como el que ha tenido lugar este pasado martes resulta contraproducente.

La monarquía española tiene un problema de credibilidad inocultable. El origen del problema está en la ejecutoria de don Juan Carlos durante su reinado. La credibilidad de la institución no ha sido asaltada desde fuera, sino que ha sido torpedeada desde dentro. Ha sido la propia Casa Real, con Felipe VI al frente de la misma, la que emitió un comunicado el día en que entró en vigor el primer decreto de estado de alarma, en el que levantó sospechas sobre la conducta de su padre. 

Nadie en España ha puesto en cuestión la honorabilidad de don Juan Carlos con la intensidad con que lo ha hecho su hijo. El comunicado de la Casa Real sobre las operaciones financieras del rey emérito es el equivalente del anuncio de la puesta en venta de Génova 13 por parte de Pablo Casado. Es la confesión de una trayectoria marcada por la corrupción.

Hasta el momento, el 23F había quedado fuera de cualquier tipo de sospecha acerca de la conducta en el mismo de don Juan Carlos I de Borbón. Se había publicado algún que otro libro o algún que otro artículo, en los que se ponía en duda que la conducta del rey ese día fuera tan inmaculada como se la había presentado a la opinión pública tanto española como internacional. Pero la figura de don Juan Carlos respecto al golpe de Estado se mantenía en este punto prácticamente incólume.

Desde la celebración del cuarenta aniversario del 23F de la forma en que se ha producido en el Congreso de los Diputados, ya no va a poder seguir siendo así. Nadie con relevancia en el país había considerado que la conducta del Rey Juan Carlos I respecto del golpe de Estado del 23F de 1981 era materia susceptible de ser sometida a investigación. No había nada que investigar. Me temo que no va a ser así de ahora en adelante.

Desconozco de quién ha sido la idea de la celebración del acto. Y de hacerlo con el formato con que se ha realizado. Formalmente ha sido un acto de celebración del triunfo de la democracia sobre el golpe de Estado. Materialmente ha sido un homenaje vergonzante a don Juan Carlos por su intervención en ese día.

¿No se le ha ocurrido a nadie que, con una celebración como la que se ha hecho, se está dando pie para que se solicite una reforma de la ley de secretos oficiales y se tenga acceso a la documentación sobre el 23F? ¿Están tan seguros los organizadores del acto de que la conducta del rey ese día no se vería afectada por el conocimiento de la documentación clasificada como secreta? ¿Qué van a hacer el Gobierno y el Congreso de los Diputados si se solicita una reforma de la ley para tener un conocimiento más exacto de lo que ocurrió el 23F y de la conducta del rey respecto del mismo?

En mi opinión, el homenaje disimulado pero nada encubierto que se le ha tributado a don Juan Carlos este pasado martes ha sido un error. Y un error no menor. Se le ha podido tributar de la forma en que se ha hecho porque respecto del 23F se sabe lo que se sabe o, dicho de otra manera, porque todavía está clasificada como secreta información respecto de lo que ocurrió ese día.

Lo último que necesita don Juan Carlos en particular, y la monarquía en general, es que se solicite una investigación sobre el 23F. La conducta del rey Juan Carlos ese día era un "activo" de la institución monárquica. ¿Podrá continuar siéndolo si se tiene acceso a la documentación clasificada? ¿O si se rechaza toda solicitud de reforma de la ley para tener acceso a ella?

El acto de este pasado martes ha sido un homenaje vergonzante, que únicamente se ha podido celebrar por el déficit de información que existe sobre el 23F. Tengo la impresión de que no ha sido de utilidad para mejorar ni la imagen de don Juan Carlos ni la de la institución monárquica. 

 

(*) Catedrático de Derecho Político de la Universidad de Sevilla

domingo, 21 de febrero de 2021

Extracto de 'Felipe VI. Un rey en la adversidad', de José Antonio Zarzalejos


MADRID.- En 2014, Felipe VI accedió al trono, un momento en el que la vida política y social española se aceleró y con la Casa Real en el ojo del huracán. José Antonio Zarzalejos, uno de los periodistas que mejor conocen la institución y que anticipó la abdicación de Juan Carlos I, realiza en 'Felipe VI. Un rey en la adversidad' un recorrido por los acontecimientos y los hechos que ha protagonizado la monarquía, mezclándolo con un análisis político e incluso jurídico de todos ellos. No se adentra en la intimidad del monarca, pero sí que se centra en los dos únicos factores de su vida personal que han tenido repercusión de carácter institucional: el noviazgo con Eva Sannum y el matrimonio con Letizia. 

El libro, publicado por la editorial Planeta, ha sido calificado como la primera gran obra sobre el monarca desde que comenzó su reinado. A continuación, ofrecemos un extracto del mismo.

La traición

Los que dejan al rey errar a sabiendas merecen pena como traidores.
Alfonso X el Sabio

Felipe VI es un rey hipotético porque de él hay que suponerlo todo. No ha concedido una entrevista a ningún medio de comunicación y sus conversaciones con periodistas —escasas— se producen siempre bajo el compromiso de la confidencialidad. Tampoco existen biografías autorizadas que puedan considerarse de referencia. 

Porque, a diferencia de su padre, que se confió en charlas abiertas con un aristócrata, o de su madre, que pretendió hacerse conocer mediante la prosa creativa de una periodista, el hijo de los reyes eméritos ha preferido mantener una sobria discreción, una protectora distancia de los focos mediáticos y una extraordinaria brevedad de palabra para no caer en renuncio alguno. 

Se trata de un rasgo temperamental que concuerda con una estrategia defensiva para rescatar la institución que encarna, pero también para evitar la reiteración de las agresiones de opinión que ha venido sufriendo desde mucho antes de ser proclamado rey de España ante las Cortes Generales en junio de 2014 tras la abdicación de Juan Carlos I. Es un rey formado en la adversidad y, aun valorando los inconvenientes de callar, los prefiere a los que le causaría hablar.

De Felipe VI se conocen con detalle los aspectos inocultables de su trayectoria vital: en qué colegio estudió, qué máster siguió en el extranjero, su formación en las academias militares, sus aficiones deportivas y cinéfilas, algunos episodios familiares amables, en definitiva, pasajes insuficientes para explicar su encarnadura como persona y sus convicciones como rey. Por supuesto, cabe la exégesis de sus discursos, la interpretación de sus gestos y el examen de sus decisiones, tanto las relativas a su familia como las institucionales. 

Pero el retrato íntimo del rey de España se resiente por el efecto de su total ausencia de colaboración para ser más y mejor conocido. Considera que ya lo es en lo que precisa para desempeñar la más alta magistratura del Estado y que la única fortaleza de la Corona consiste, además de en la ejemplaridad de su titular y en el buen ejercicio de sus funciones constitucionales, en retirarla de la controversia del circuito mediático. Obviamente, no lo ha conseguido.

No se trata, sin embargo, de una tozudez personal insensible a las demandas de transparencia y de connotación emocional que los tiempos exigen en los personajes públicos. La personalidad de Felipe VI está determinada orteguianamente por una circunstancia contundente y radical, quizás de raíz freudiana: el peor adversario del rey ha sido y sigue siendo su padre, Juan Carlos I. Nadie le ha procurado más daño moral y político que su progenitor, antes y después de su abdicación. 

La herencia de Juan Carlos I transmitida a su hijo constituye para él el mayor de los problemas tanto en el presente como en el inmediato futuro. Cualquier conversación en abierto con el monarca no podría eludir ni preguntas ni respuestas sobre aspectos abrasivos acerca del comportamiento de su padre, la ruptura familiar en varios frentes y, en definitiva, el planteamiento de cuestiones muy sensibles. La Casa del Rey le blinda y él aprueba esa estrategia de máxima discreción, teniendo en cuenta que los hechos ya son de por sí demasiado elocuentes.

No es seguro que este silencio del rey sea siempre conveniente para la institución que encarna, aunque es comprensible que para él no sea aún superable. Cosa distinta será que pueda callar indefinidamente y en algún momento le sea exigido sobreponerse y explicar el quién, el cómo, el cuándo, y quizás también el porqué, de lo que ha sucedido en la Zarzuela durante años. Pero el relato de los últimos años de su padre y el alcance judicial de sus conductas privadas, si lo tuvieren, exigen que pase un tiempo que ofrezca una perspectiva suficiente para que determinados acontecimientos como la expatriación de Juan Carlos I adquieran una comprensión de la que carecen para la mayoría de los ciudadanos. 

Por desgracia para la monarquía española y para el propio país, un jefe del Estado tan nórdico como Felipe VI debe enfrentarse a un panorama complejo que emparenta con los episodios más convulsos de las últimas décadas y remite a evocaciones históricas inquietantes. Alguien ha dicho que el nuestro es un «rey para un momento confundido de nuestra historia». 

Es posible, porque su encarnadura personal conecta mejor con la normalidad de baja temperatura emocional del norte europeo que con el estado de emergencia, tan latino, en el que España se ha sumido desde al menos 2004, cuando Madrid fue el escenario en marzo de ese año del peor atentado terrorista yihadista en Europa y el más grave (192 asesinados) en su suelo desde la Segunda Guerra Mundial y que alteró el esquema de nuestra convivencia más allá de las consecuencias dolorosas de aquella tragedia.

El gran reto de Felipe VI consiste en reconstruir todo lo que su padre, después de erigirlo, destruyó. El legado positivo, verdaderamente histórico, del rey emérito no puede usufructuarlo Felipe VI porque es personalísimo de su padre. Fue él quien devolvió la soberanía al pueblo español tras la muerte de Franco; es su nombre y apellido el único que aparece en la Constitución y resulta innegable que durante al menos tres décadas disfrutó de los réditos de su carisma y del agradecimiento que la ciudadanía española le profesó por reintegrarla a uno de los mejores momentos de su historia.

Felipe VI, que en circunstancias normales tendría que haber recibido una institución consolidada, con la mejor reputación y la mayor aceptación política y social, ha sucedido a su padre para paliar todas las irregularidades —ya veremos con qué alcance— de un monarca que en la senectud perdió quizás las referencias de la realidad, se desnortó y, al hacerlo, continuó con ese reiterado destino de sus antepasados en los que, sobre la dignidad de su cargo, se impusieron las pulsiones de los hombres y mujeres vulgares: la avaricia, la promiscuidad y la prepotencia.

A Juan Carlos I le ha ocurrido lo que, salvando las distancias, les sucedió a sus antepasados. Isabel II fue destronada en 1868 por su insoportable inmoralidad, y Alfonso XIII, por su banalidad, que incluyó ese listado de excrecencias, la corrupción y la promiscuidad, que han lastrado la dinastía borbónica, casi idiosincrática desde las felonías de Fernando VII, paradójicamente apodado como el Deseado, teniendo en cuenta que el bisabuelo del rey, destronado en 1931, fue connivente con la suspensión de la Constitución de 1876 y apoyó el directorio de Miguel Primo de Rivera entre 1923 y 1929, desmintiéndose a sí mismo como rey constitucional. 

En el caso de Juan Carlos I, su abdicación en 2014, que se creyó un cortafuegos para evitar el deterioro de la institución, no ha cumplido enteramente el propósito terapéutico con el que se preparó y ejecutó.

El relato de éxito de Juan Carlos I y de la trayectoria virtuosa de la Corona española desde 1978 alcanzó hasta la primera década de este siglo, pero se desplomó en la segunda cuando, vencido el pacto de protección mediática, empresarial y política al monarca, se destapó con profusión de detalles sórdidos la administración de los privilegios del rey. 

Durante años, la estela de los desmanes de Juan Carlos I se sobrepondrá a los méritos de su reinado, y esos años de reprobación son y serán, justamente, los actuales e inmediatos de su hijo Felipe VI, cuya obligación instintiva es la de la continuidad, o en otras palabras, la de convertir a su hija primogénita en Leonor I de España.

Pero para que esa hipótesis se convierta en realidad, Felipe VI ha interiorizado que debe hacer exactamente lo contrario de lo que hizo su padre, invirtiendo los términos de su reinado: ser aceptado por su sobriedad, por su discreción, por su sentido de la oportunidad y, sobre todo, por su ejemplaridad privada. 

Si su padre hizo gala de esa campechanía tan propia de la familia, Felipe VI recibe el sobrenombre de el preparado, que es una expresión equívoca, a veces irónica, a veces elogiosa. 

Porque lo cierto es que el rey está equipado intelectualmente para desempeñar sus responsabilidades y responde a unos rasgos —deducibles por la antropología, la psicología y la grafología, que de esas tres disciplinas existen estudios que le radiografían— que parecen garantizar un fuerte autocontrol —los hay que piensan que se trata más de una inhibición sentimental y emocional— y una madurada serenidad en la toma de decisiones.

Su entorno asegura con convicción que las capacidades del rey le servirían para «ganarse un sueldo» en el ámbito privado y que su nivel intelectual y cultural «es auténticamente elitista». 

Además de políglota, Felipe VI absorbe intensivamente información con la lectura de los medios —le interesan más los análisis que las noticias, que suele conocer de primera mano—, escucha algunos pódcast y consume series de las plataformas tanto de ficción como documentales. 

«Es una persona que está al día y nada de lo que es propio de su tiempo le es ajeno aun en los campos más alejados de sus responsabilidades, sea el tecnológico o el de la investigación, a los que se ha acercado conociendo la obra y trayectoria de las personalidades que son distinguidas con los premios que otorgan las fundaciones de la Corona».

Sin que esas connotaciones positivas del rey dejen de ser ciertas, también lo son otras menos gratificantes para su retrato personal. 

Felipe VI sería, según algunos testimonios recabados, un hombre muy golpeado por acontecimientos vitales en los que interviene la desestructuración familiar que vivió desde su adolescencia, un sentimiento contradictorio hacia su padre —de admiración como estadista y de decepción en lo personal, pero especialmente por el trato a que ha sometido a su madre, quizás la única persona más allá de su mujer y sus hijas por la que siente una sincera debilidad y cierta admiración— y una proclividad, a veces arriesgada, a adoptar decisiones heterodoxas respecto del paradigma de su magistratura, como fueron su matrimonio en mayo de 2004 con Letizia Ortiz y, antes, en 2001, su noviazgo informal, pero admitido oficiosamente, con la joven noruega Eva Sannum. 

Con ella acudió a la boda de Haakon Magnus de Noruega con Mette-Marit el 25 de agosto de 2001, un gesto que entonces se consideró de inequívoca interpretación: el príncipe de Asturias tenía novia.

La reina consorte, y antes la novia noruega, han sido las dos escapadas de Felipe VI. Y aunque ganó el segundo envite y matrimonió con una plebeya quebrando las normas internas de la dinastía —siempre con la complicidad de su madre, que no las asumió nunca y en particular cuando sus dos hijas se casaron desigualmente con Jaime de Marichalar e Iñaki Urdangarin—, su padre se interpuso en su primer episodio amoroso. 

Juan Carlos I lo hizo maquinando contra el noviazgo de su hijo a través de los medios de comunicación, en los que firmas de relieve se refirieron a Eva Sannum en unos términos hirientes para el entonces príncipe de Asturias.

El rey no paró en barras hasta conseguir que en diciembre de 2001 se convocase a una decena de periodistas en la Zarzuela para que el príncipe, vestido con camisa y vaqueros, sin fotógrafos ni grabaciones, diese por concluida su relación con la modelo quedando, dijo, «como amigos». Tenía entonces treinta y tres años. 

En ese plan, pero en términos constructivos y con argumentos institucionales y políticos, Juan Carlos I pidió la intervención del entonces presidente del Gobierno, José María Aznar, que consta que mantuvo con el príncipe al menos dos conversaciones «abiertas y francas» sobre el clima social en torno a su relación sentimental, las consecuencias que podían producirse de continuar su noviazgo y, trascendiendo de la coyuntura, las servidumbres que comportaba su expectativa de llegar a ser el titular de la Corona del Reino de España y jefe del Estado con un matrimonio inadecuado.

Felipe VI no se dolió entonces de las maniobras de su padre. Encajó que notorios monárquicos, inducidos y aleccionados por Juan Carlos I, publicasen textos verdaderamente coactivos para el heredero de la Corona. Se destacaba en ellos que la novia del príncipe carecía de estudios universitarios y de una «preparación sistemática»; que su educación era «inapropiada» porque estaba dirigida a ser publicista comercial y madre de familia convencional; se subrayó el hecho de que perteneciese a una «familia desarticulada»; que era «extranjera» y además «modelo», puntualizando algunas firmas que lo era de «ropa interior». 

El propio biógrafo del rey emérito, José Luis de Vilallonga, escribió el 20 de abril de 2001 que «yo mismo, monárquico genético por no decir endémico, consideraría un error una boda que nos pusiera a la altura de los ingleses y quizás empezaría a calibrar las posibilidades de una república que me ahorraría tener que reverenciar a una reina equivocada. Por lo menos, con la república podría despacharme a gusto».

En esa línea, tampoco se mordió la lengua el historiador y académico Carlos Seco Serrano, que, también en abril de ese año, echó su cuarto a espadas: «Sería inconcebible ver en el trono que en el último siglo ocuparon, con dignidad perfecta, María Cristina de Austria, Victoria Eugenia de Battenberg y hoy, de manera verdaderamente ejemplar, Sofía de Grecia, a una jovencita avalada por sus medidas perfectas de maniquí». 

No es cierto, sin embargo, que la ruptura entre Felipe y Eva respondiese a una especie de rendición del príncipe. Esa relación naufragó por razones diferentes a las políticas y, seguramente, por una perspectiva de vida que no terminó de seducir a Sannum ni de garantizar al príncipe que ella pudiera seguirle en la andadura dinástica. Es compatible que el padre no quisiera ese enlace para su hijo, pero fueron Felipe y su novia noruega los que libremente decidieron dar carpetazo a su relación.

Por eso, poco tiempo después, el matrimonio de Felipe VI con Letizia Ortiz se fraguó con rapidez para evitar que energías reactivas a la conciliación que el futuro rey pretendía entre su felicidad personal y el cumplimiento de sus deberes venideros se frustrase. Aquel enlace fue un punto de inflexión en el devenir de la monarquía española, en la que nunca hubo una consorte desigual y divorciada. Paradójicamente, el rey ha sustituido en su despacho el retrato de Felipe V por el de Carlos III, el que dictó la Pragmática Sanción sobre los esponsales reales, y con cuya capacidad de iniciativa y de gestión Felipe VI podría identificarse.

La formalización de la relación entre el príncipe y Letizia Ortiz resultó como quería Felipe VI: rápida y largamente hablada con su padre, pero sin inventados ultimátums de renuncia a la sucesión, sin esos supuestos emplazamientos a Juan Carlos I, entre otras razones porque Felipe ha sabido siempre cuál era su destino y nunca ha pretendido eludirlo. 

Es verdad que el 12 de octubre de 2003, Fiesta Nacional de España, el príncipe no asistió a la parada militar ni participó en los demás actos de celebración, pero el entorno del actual rey niega que aquella ausencia tuviera una significación política. Coincidió con un viaje a Estados Unidos y no quiso representar ni un desplante institucional ni un mensaje a su padre como se ha llegado a escribir. 

Felipe VI y Letizia hicieron gestiones necesarias en Nueva York y a punto estuvieron de acudir al desfile del Columbus Day, al que no asistieron para evitar malas interpretaciones. Cuando esa versión desafiante del príncipe hacia su padre fue puesta en circulación por una periodista, el entonces heredero cogió el teléfono, la desmintió y le reclamó una rectificación que se produjo por parte de la interesada de una manera vergonzante.

El 1 de noviembre se anunció el compromiso matrimonial. Felipe y Letizia tampoco estaban en España: se refugiaron en una pequeña localidad checa dejando en Madrid el tsunami de la comunicación de su próximo enlace. Algún amigo de la pareja comentó que sus «móviles echaban humo», pero no por ello dejaron de disfrutar del puente festivo. El día 6 de noviembre se celebró en la Zarzuela la petición de mano y Felipe de Borbón consiguió que los prolegómenos de su enlace alcanzasen la mayor difusión con una inédita celebración, ese mismo día, en el Palacio de El Pardo a la que se convocó a los medios de comunicación.

El hoy rey innovaba de forma radical una larga tradición dinástica que proscribía los matrimonios desiguales, alertando al tradicionalismo monárquico que todavía hoy opone reticencias difícilmente salvables a la reina consorte, sobre la que recae un abusivo escrutinio mediático que ella soporta con una entereza que la profesionaliza sin necesidad de pertenecer a ningún linaje aristocrático. 

Un nutrido grupo de nobles y monárquicos viscerales siguen considerando morganático el matrimonio del rey, celebrado en la catedral de la Almudena de Madrid el 22 de mayo de 2004, que no habría atendido a los usos impuestos por Carlos III en 1776 sobre los enlaces de los titulares de derechos sucesorios, seguidos sin solución de continuidad por todos sus antepasados.

Ciertamente, la ortodoxia dinástica que la Casa Real había tratado de mantener hasta entonces se quebraba ostensiblemente con ese enlace matrimonial, aunque, antes, los de sus hermanas preanunciasen que las normas dinásticas matrimoniales entraban en desuso irreversible. 

El que fuera príncipe de Asturias, Alfonso de Borbón y Battenberg, primogénito de Alfonso XIII, renunció a instancias de su padre, y por deseo propio, a sus derechos sucesorios en Lausana el 11 de junio de 1933 para contraer matrimonio con la cubana Edelmira Sampedro, de la que se divorció en 1937. Contrajo nuevo y desgraciado matrimonio con Marta Esther Rocafort Altuzarra y falleció en Miami en 1938 en un accidente de coche debido a una hemorragia interna más letal por su hemofilia que por las lesiones que sufrió. 

Después de casarse y hasta su muerte mantuvo el tratamiento de alteza real y el título de la Corona de conde de Covadonga. También su hermano Jaime, el segundogénito de Alfonso XIII y Victoria Eugenia de Battenberg, al que su padre reclamó la renuncia a sus derechos dinásticos por su sordera —consecuencia de una operación quirúrgica que le fue practicada a los cuatro años y que le impidió también expresarse verbalmente con suficiencia—, mantuvo hasta su muerte el tratamiento de alteza real y su título de duque de Segovia. Alfonso XIII determinó que los derechos dinásticos recayesen en su tercer hijo, Juan, padre de Juan Carlos I.

También las tías del rey, las infantas Pilar y Margarita, hija mayor y menor, respectivamente, de Juan de Borbón y Battenberg, contrajeron matrimonios desiguales. La primera se casó en 1967 con Luis Gómez-Acebo, y la segunda, con Carlos Zurita en 1972, y aunque ambas mantuvieron el tratamiento real y doña Pilar, ya fallecida, ostentó el título de duquesa de Badajoz y doña Margarita el de duquesa de Soria, renunciaron por sí y por sus herederos a los derechos sucesorios. Una y otra consumaron la renuncia con plena normalidad, conscientes de que regía en la Casa Real la Pragmática Sanción que estableció para los matrimonios morganáticos la pérdida de los derechos dinásticos.

Sin embargo, la vigencia de la disposición de Carlos III decayó ya antes del matrimonio de Felipe VI con Letizia Ortiz porque sus dos hermanas —Elena y Cristina—, pese a sus matrimonios con Jaime de Marichalar e Iñaki Urdangarin, eludieron la renuncia a sus derechos, al parecer, por la intervención decidida de la reina Sofía, que en ningún momento quiso asumir determinadas tradiciones normativas de la Casa de Borbón. 

Por esa razón, entre otras, sigue siendo considerada como una extraña por un amplio sector de la alta aristocracia española, concretamente, por títulos que pertenecen a la Diputación de la Grandeza. Una corporación cuya asamblea, por sugerencia del rey, eligió en 2018 como su decano al segundo duque de Fernández-Miranda, Enrique, el primogénito de Torcuato, al que Juan Carlos I honró con el título ducal. Felipe VI enviaba así una señal a la alta nobleza: optaba por un título reciente, otorgado por su padre a Torcuato Fernández-Miranda, que fue el gran urdidor del desmontaje jurídico y político del franquismo que hizo posible la posterior Transición.

Juan Carlos I, sin embargo, consideró, en comentarios simultáneos al noviazgo de su hijo e, incluso, posteriores a su matrimonio, que el heredero de la Corona debió evitar un matrimonio desigual tanto para atender los usos de la familia como para que la consorte fuera una mujer que le reportase relaciones familiares con otras casas reales o con la alta aristocracia europea y, en lo posible, aportase un patrimonio del que carecían él y sus ascendientes. Y, quizás, para que estuviese educada en el conformismo de aceptar las infidelidades como una práctica admitida en la familia desde tiempos inmemoriales.

Este planteamiento del rey emérito se lo aplicó él mismo al matrimoniar con una princesa de casa reinante como era el 14 de mayo de 1962 Sofía de Grecia. Ciertamente, sin fortuna, aunque con parientes privilegiados. Un enlace que satisfacía las exigencias dinásticas —aunque el título franquista de príncipe de España que Franco impuso a Juan Carlos I resultaba detestable en la realeza europea— y que al régimen le pareció adecuado. 

También satisfizo a los padres del rey emérito porque se consideraba que componían una «perfecta pareja real», en expresión de uno de los testigos de la boda que, en el anonimato, aglutinó la queja aristocrática por el enlace del príncipe de Asturias elaborando un documento que fue distribuido en algunos círculos madrileños y andaluces en los que este noble apelaba —y era una referencia históricamente cierta— a las Siete Partidas de Alfonso X el Sabio como antecedente «insoslayable» para determinar las características de la reina consorte, entre las que se señalaba «el buen linaje». Es sabido que hubo intentos de crear una especie de plataforma anti Letizia. Ese disparate, como era de prever, fracasó ruidosamente.

La biografía de la reina Letizia, que pertenece a una familia de clase media y, por lo tanto, sin antecedentes linajudos, ha sido utilizada como un ariete contra ella y contra el rey de manera quese ha llegado a la indecencia de desvelar ciertos o supuestos pasajes de su vida quebrando su más elemental privacidad. 

La indagación mediática no ha perdonado inmiscuirse hasta en los pliegues más íntimos de algunos episodios trágicos para la consorte del rey, como la muerte de una de sus hermanas, o el seguimiento a sus padres, divorciados, y otros familiares. El primer marido de la reina ha sido tentado fehacientemente para que relatase las circunstancias de su frustrado matrimonio con ella, sin que Alonso Guerrero haya accedido en ningún caso a lucrarse a costa de la vida privada de su primera mujer y ahora reina consorte de España. 

Esa tentación no la vencieron ni un miserable primo de la reina ni una de sus tías, que, rentabilizando su parentesco, milita en un grotesco republicanismo.

La reina consorte, ya madre de la futura reina de España, ha adquirido en la Familia Real la consistencia que a lo largo de la historia ha empoderado a sus predecesoras: la maternidad del heredero o heredera y la expectativa constitucional de asumir la regencia, única función que la Carta Magna prevé para la esposa del rey en caso de fallecimiento o inhabilitación de este y durante la minoría de edad del sucesor o sucesora.

Por lo demás, los contrayentes firmaron unas capitulaciones matrimoniales muy prolijas, elaboradas por el despacho Uría Menéndez, y que contemplan, además de la separación de bienes, la hipótesis de un divorcio o separación, las condiciones en las que quedaría Letizia Ortiz en ese caso —económicas y protocolarias—, la custodia de los hijos —ahora de la princesa de Asturias y de la infanta Sofía— durante su minoría de edad y otros detalles que parece prudencial haber previsto. 

Este documento notarial está inscrito en el registro civil específico de la Familia Real en el Ministerio de Justicia y no ha dejado de excitar morbosas curiosidades, especialmente cuando se han manejado rumores, casi siempre exagerados, sobre la salud del matrimonio de los reyes.

Pese a los intentos por conocer la literalidad de las capitulaciones matrimoniales de los reyes, el registro de la Familia Real está blindado por la normativa que lo regula, el Real Decreto de 27 de noviembre de 1981, que dispone que las certificaciones de sus anotaciones solo podrán expedirse «a petición del Rey o Regente, de los miembros de la Familia Real con interés legítimo, del presidente del Gobierno o de las Cortes».

Es por completo cierto que el período de adaptación de la esposa del rey fue duro, costoso y, en ocasiones, despertó serias incertidumbres. Se llegó a pensar que el acomodo real de Letizia Ortiz «no iba a ser posible». Sin embargo, su motivación y fuerza de voluntad se impusieron, aceptando, además, su preparación religiosa, previa al matrimonio, que corrió a cargo del cardenal-arzobispo de Madrid, Antonio María Rouco Varela, considerado un prelado integrista que ofició también la ceremonia de su enlace matrimonial el 22 de mayo de 2004, una jornada lluviosa, tronante y ventosa. 

Y sobre la que sobrevolaba la tristeza de la masacre del 11-M, a la que los entonces príncipes de Asturias no fueron insensibles. En su trayecto por Madrid, homenajearon a las víctimas. El eclesiástico gallego, hombre fuerte de la Iglesia española durante muchos años, habló tanto en público como en privado siempre en términos elogiosos hacia Letizia Ortiz, reconociendo en un círculo restringido de comensales que le había tomado «afecto» y que superaría «las pocas expectativas que ahora suscita».

El rey es un hombre tímido al que no le han descompuesto estos avatares vitales. Felipe VI transmite gravitas, una vibración de extrema seriedad y honda preocupación. El físico le acompaña en la dignificación del cargo. Su altura (1,97) y un porte disciplinado y extremadamente elegante parecen signos propios de una realeza en la que milita de manera constante, a veces mostrando un enorme esfuerzo y hasta un sesgo de tensión. 

Personas allegadas destacan que la contundencia de la presencia de Felipe VI ha aumentado con una poblada barba que, para unos, no deja de ser un recurso meramente estético que oculta la asimetría de su boca y, para otros, una especie de trampantojo que lo embosca más en su introspección. En todo caso, también en este aspecto se distancia de su padre, que a partir de una edad adulta, pero todavía joven, perdió la esbeltez, aunque nunca la majestad. 

Dejando al margen algunas imágenes suyas que la desmentirían, pero cuya publicación fueron verdaderos asaltos a su intimidad, no desprovista de interés público porque reflejaban el lado oscuro de su comportamiento al margen de su matrimonio, su familia, y orillando la dignidad estética de su magistratura.

Una de las características del estilo de vida del rey consiste en la morigeración y el ejercicio, practicando varios deportes, entre ellos el esquí, al que ha aficionado a sus hijas y a la reina consorte, lo que le reporta buena salud y un estado físico encomiable, muy diferente al que ya a su edad —bien pasada la cincuentena— presentaba su padre. El monarca, por influencia de Letizia, se cuida especialmente en las comidas, limitando mucho la ingesta de azúcares y grasas, aunque cuando sale con sus amigos a restaurantes «come de todo, aunque apenas bebe».

Juan Carlos I alaba la labor del general Juste para que no prosperara el 23-F


 MADRID.- El Rey Juan Carlos alaba en una conversación con 'El Mundo', que el diario publica este domingo, la actuación del general José Juste para que no prosperara el golpe de Estado del 23 de febrero de 1981, cuando éste era el jefe de la División Acorazada Brunete.

Según ha dicho don Juan Carlos al diario El Mundo, "fue el general Juste quien realmente hizo que (Alfonso) Armada no entrara a Zarzuela e hiciese creer al resto de los implicados que yo estaba en el golpe. Además, ordenó a la División Acorazada Brunete que permaneciera en sus cuarteles y no saliera a tomar las calles de Madrid".

"Recibí una llamada de Juste y me dice, 'Majestad, soy el general Juste. Si no le importa querría hacerle una pregunta. ¿Está con vos el general Armada?' Le dije que no. 'Pues si dice que quiere ir, por favor no le recibáis", añade el Rey emérito en su conversación con El Mundo, que no informa de cuándo le hizo estas declaraciones para su reportaje.

El diario destaca de esta manera la "actuación decisiva" del general Juste para parar el golpe de Estado.

En el 40 aniversario del 23-F, a don Juan Carlos, de 83 años, se le sigue considerando una pieza decisiva para que la intentona golpista no prosperara por el mensaje televisado que la neutralizó siete horas después de la entrada de Antonio Tejero en el hemiciclo pistola en mano.

Hace una década, aún como Rey, Juan Carlos I acudió al Congreso al acto del 30 aniversario del triunfo de la democracia sobre la asonada militar, sin embargo, ahora lo vivirá en Abu Dabi después de que Felipe VI y el Gobierno dieran luz verde a su expatriación hace seis meses por la erosión que sus comportamientos personales han causado a la Corona.

sábado, 20 de febrero de 2021

Kissinger advirtió a Juan Carlos I que España necesitaba un gobierno central fuerte


WASHINGTON.- El primer año de Juan Carlos I como Rey y su gestión del arranque de la transición en España dejó gratamente sorprendido al entonces secretario de Estado norteamericano, Henry Kissinger, quien no obstante le advirtió de la necesidad de un gobierno central fuerte para evitar caer en la anarquía y de la importancia de su neutralidad política.

Este fue el mensaje que hizo llegar al joven monarca a través de su amigo personal y emisario Manuel Prado y Colón de Carvajal, con quien Kissinger se reunió en Ciudad de México el 2 de diciembre de 1976, según el memorando de dicho encuentro que ha hecho público ahora el Departamento de Estado.

"Estoy realmente impresionado con él y no lo estaba al principio", admite Kissinger a su interlocutor, subrayando que "lo ha gestionado muy, muy bien". "Creo que probablemente tuvo suerte de no implicarse mucho en las cosas al principio", añade.

"Ha hecho un trabajo excelente", insiste el secretario de Estado, resaltando que el Rey ha sabido "manipular las fuentes de poder dentro de España muy bien". Su actuación "muy creíble en una circunstancia muy difícil" ha hecho que "España sea hoy más fuerte", valora Kissinger.

Riesgo de anarquía

No obstante, confía en que el nuevo monarca tenga en mente "la lección de la Historia". "España sin una autoridad central muy desarrollada se convertiría en anárquica", previene al emisario del Rey, subrayando que "España siempre ha sido fuerte solo cuando el rey era fuerte".

"La monarquía española nunca sobrevivió cuando fue débil. España solo ha sido fuerte cuando la monarquía española era fuerte", insiste en otro momento de la conversación Kissinger, que sostiene que no se trata de "un insulto" ni tampoco de ser "condescendiente".

Por su parte, Prado, como ya ocurriera con los dos encuentros que mantuvo con Kissinger en Washington a comienzos de noviembre de 1975 antes de la muerte de Franco, traslada al secretario de Estado los planes que tiene en mente Don Juan Carlos.

"Quiere que sepa que todo está bajo control y que los programas y reformas de los que discutieron cuando se reunieron están en marcha", le señala Prado, en referencia al encuentro mantenido durante el viaje de Juan Carlos I a Washington en junio de 1976, en el que se reunió con el presidente, Gerald Ford.

La prioridad en ese momento era el referéndum previsto para el 15 de diciembre sobre el Proyecto de Ley para la Reforma Política, la cual daría el pistoletazo de salida a la Transición propiamente dicha y que se saldó con el apoyo del 97,36 por ciento de los españoles. Una vez aprobada la ley, explica Prado, "el Gobierno será más fuerte".

"Todavía tenemos cierta oposición, pero no están muy bien organizados", subraya, informando a Kissinger de que se había autorizado la celebración del congreso del PSOE el 15 de diciembre --sería el primero en suelo español--.

Legalización del PCE

En cuanto a los comunistas, el emisario traslada a Kissinger de parte del Rey que "nunca dará permiso para que los comunistas se unan abiertamente al proceso político". En este sentido, subraya que el principal problema es el Ejército, ya que se teme que pueda rebelarse si se legaliza al PCE.

Prado menciona expresamente al líder del PCE, Santiago Carrillo, quien comenta que había visitado una semana antes Madrid, "de forma ilegal como siempre", y que en su opinión está queriendo "ir demasiado rápido".

"No queremos declarar aún oficial al Partido Comunista", insiste Prado, subrayando que se quiere evitar "crear problemas" porque la prioridad es el referéndum y después las elecciones que se celebrarán "en abril o mayo". No obstante, y pese a estas afirmaciones, el PCE fue legalizado en abril de 1977.

Por su parte, respecto a esta cuestión, Kissinger sostiene inicialmente que "el Gobierno estadounidense no puede aconsejar al Rey de España cómo debería gestionar los asuntos internos del país", subrayando la importancia eso sí de "sopesar los pros y los contras para ver dónde está el equilibrio".

La situación legal del PCE, señala más adelante, "es una decisión española". Sin embargo, Kissinger expresa claramente su rechazo a la legalización, considerando que no es necesaria. "Si yo fuera el Rey, no lo haría. Uno muestra su fortaleza no haciéndolo. Tendréis un espectro de oposición y una opinión política completamente normal sin él. Puede que la izquierda chille, pero chillará de todas maneras", recalca.

La Derecha, otro problema

Por otra parte, Prado reconoce que la derecha, y más en concreto la Alianza Popular liderada por Manuel Fraga, "es otro problema". Sobre el que fuera ministro franquista, Prado considera que "es un oportunista".

Así las cosas, expone que lo que quiere el Rey es que se forme una "oposición de centro". "Para tener estabilidad tenemos que construir algún tipo de núcleo que no sea visto como completamente patrocinado por el Gobierno", añade Prado.

"El Rey tiene en mente algo como el 30 por ciento para Fraga, el 30 por ciento para los demás partidos, más el 40 por ciento dividido entre los partidos de los que el Gobierno puede obtener una mayoría", precisa el amigo del monarca.

Estas previsiones de Don Juan Carlos no resultaron para nada acertadas. Así, en las elecciones, que finalmente tuvieron lugar el 15 de junio de 1977, Alianza Popular recabó el 8,31 por ciento de los votos mientras que el PCE se alzó con el 9,33 por ciento. El PSOE fue la segunda fuerza más votada, con el 29,32 por ciento.

Las elecciones las ganó la UCD de Adolfo Suárez, a quien Don Juan Carlos había nombrado como presidente del Gobierno el 5 de julio de 1976. Kissinger se interesa particularmente por saber si Suárez será relevado una vez se celebren los comicios. "No, no queremos perder su contribución al Gobierno", le responde Prado.

Suárez "ha sido leal e inteligente. No está realmente muy bien informado sobre la economía pero cuenta con asesores económicos y financieros relativamente buenos", añade el emisario de Don Juan Carlos, abriendo la puerta a "algunos cambios" en un plazo de un año o año y medio después de las elecciones.

martes, 16 de febrero de 2021

Documentos desclasificados por EEUU desvelan que Juan Carlos sopesó hacer un referéndum sobre la monarquía


MADRID/WASHINGTON.- Días antes de que Franco muriera, el Príncipe Juan Carlos envió a su amigo personal Manuel Prado y Colón de Carvajal a Washington para reunirse con el entonces secretario de Estado, Henry Kissinger, para discutir sus planes para España una vez asumiera las riendas del país y buscar su asesoramiento y apoyo.

Entre esos planes figuraba la celebración de un referéndum sobre la monarquía, con el fin de consolidar su posición como heredero del Franquismo a ojos de la ciudadanía. Así se desprende de una serie de documentos de la época que ha desclasificado el Departamento de Estado y a los que ha tenido acceso la agencia de noticias española Europa Press

Prado se reunió dos días consecutivos con Kissinger, el 4 y 5 de noviembre, para contarle que Franco se estaba muriendo y que por ello Don Juan Carlos había aceptado asumir la jefatura del Estado en funciones, si bien "no puede tomar decisiones por sí mismo", explicó al secretario de Estado. 

Según cuenta Prado, Giscard considera que la mayoría de la oposición dará al nuevo monarca un plazo de seis meses para organizarse pero luego podrían producirse manifestaciones multitudinarias en las calles. 

Por ello, el presidente francés se muestra partidario de "mantener un estrecho contacto con el Ejército" y es de la opinión de que la mejor manera para consolidar el poder del rey es "convocar un referéndum sobre si España debería seguir siendo gobernada por un rey", explica el emisario, que reconoce que existe el riesgo de que fracase. 

Referéndum en los primeros meses

Pero, añade, "Giscard siente que si se celebra en los tres primeros meses, será la mejor oportunidad para que la población dé su pleno apoyo al Rey". Don Juan Carlos quiere saber qué le parece este plan a Kissinger, que le dice a Prado que necesita analizarlo más detenidamente.

Al día siguiente le señala que en su opinión, si el referéndum se celebra en un mes, "el príncipe probablemente podría ganar". "Sería una ventaja que el Rey recibiera legitimidad formal", subraya el secretario de Estado, según el memorando de dicho encuentro. "Si lo hacéis bien, podría tener también la ventaja de que pareciera el inicio de un proceso democrático", incide Kissinger.

Prado expone igualmente al jefe de la diplomacia estadounidense la particular tesitura en la que se encuentra el futuro monarca. "Tiene que gestionar la situación con mucho cuidado por la continuada presencia de gente fuerte de Franco", explica.

Solo abrirá un poco  las puertas y sin el PCE

Por ello, adelanta que una vez sea Rey "hablará un poco sobre democracia pero solo abrirá un poco las puertas". 

 "No estará a favor y no aceptará la legalización del Partido Comunista", asegura Prado, aclarando que quiere incorporar a la "opinión política" a su primer gobierno, "pero no quiere avanzar demasiado hacia la izquierda". 

Además, indica que Don Juan Carlos parece tener claro que quiere relevar a Carlos Arias Navarro del cargo de presidente del Gobierno ya que considera que "cambia de opinión cada media hora y está controlado por los ministros del Interior y de Prensa" y no cree que le vaya a ser "leal". 

Según Prado, ya entonces el Príncipe tenía varios nombres en mente como reemplazo de Arias Navarro, el primero de ellos el conde de Motrico, José María de Areilza. También estaban entre sus opciones Manuel Fraga Iribarne, entonces embajador en Londres, pero pensaba que "actúa mucho según sus sentimientos". 

"El Príncipe necesita a alguien que sea frío y leal", reconoce Prado, que también menciona a Kissinger otros nombres como Laureano López Rodo, en cuya contra jugaba ser miembro del Opus Dei; Gregorio López Bravo, que como el anterior había sido ministro de Exteriores pero tenía ciertos problemas financieros; o José María López de Letona, ministro de Industria.

Por otra parte, ambos interlocutores discuten sobre el calendario previsto una vez se produzca la muerte de Franco tanto para su funeral como para la coronación de Juan Carlos. A este respecto, Kissinger promete a Prado que Estados Unidos enviará "la representación más alta posible", llegando a barajarse la posibilidad de que incluso pudiera asistir el presidente, Gerald Ford, a la entronización, ya que tenía prevista una gira por Europa en las semanas siguientes.

Apoyo de EEUU

"Quiero que le asegure al Príncipe que haremos todo lo que podamos para fortalecerle", promete Kissinger, que asegura tener "la más alta consideración personal" por Don Juan Carlos quien, añade, "representa la única garantía institucional de que habrá estabilidad y progreso". 

Esa parece ser la gran preocupación del jefe de la diplomacia estadounidense, como deja claro en los dos encuentros con Prado, a quien asegura que está "abierto" a valorar opciones para demostrar dicho respaldo. "La situación española es muy importante y no podemos permitirnos errores", asegura en un momento dado. 

Además, Kissinger reconoce que su gran preocupación es que el Príncipe se haya dejado seducir demasiado por los "liberales". 

"Sé que debe dar algunos pasos para liberalizar el régimen para tener buenas relaciones con Europa, pero no puede abrir la situación hasta el punto de que todas esas fuerzas broten", defiende. 

Así, el secretario de Estado reconoce que "el peor error" que Estados Unidos cometió en los años 1960 fue "cuando animamos a una apertura a la izquierda" en Italia lo que provocó que a la larga los cristiano-demócratas se vieran perjudicados. "Puedo garantizarle que no habrá ninguna presión por nuestra parte para que llegue a acuerdos con los comunistas, incluso con los socialistas", recalca Kissinger.

El secretario de Estado vuelve a insistir en este mensaje en su segundo encuentro con Prado. Tras advertir de que seguramente los europeos van a querer que el nuevo Rey lleve a España "hacia la plena democracia y probablemente lo más a la izquierda que pueda", Kissinger sostiene que esto "sería un desastre" si bien admite que el mensaje que le ha trasladado Prado le deja más tranquilo de que Don Juan Carlos no irá por ese camino.

Vascos y catalanes

Por otra parte, Prado también habla del problema vasco y el catalán. Según cuenta a Kissinger, "dicen que están al cien por cien con él, con tres condiciones". La primera de ellas, que puedan recuperar sus derechos históricos simbólicos. "El príncipe cree que eso puede hacerse", precisa. 

La segunda, que los líderes nacionalistas vascos encarcelados, no los terroristas, sean amnistiados por el Rey. "El Príncipe siente que esto es posible, pero tendrá que tener cuidado", señala Prado. Y en tercer lugar, que los etarras encarcelados sean juzgados por tribunales civiles y no militares. 

"El Príncipe ha accedido a pensárselo", señala Prado, que adelanta que Don Juan Carlos "planea hacer una visita sorpresa" al País Vasco "en señal de que entiende su problema". 

En lo que se refiere a los catalanes, Prado asegura que le preocupan menos. "Los que quieren la independencia son un pequeño grupo" mientras que "los 'liberales' han prometido el pleno apoyo al Príncipe". 
 
"Puede que haya un problema en el futuro pero por ahora le dieron su apoyo", acota.

jueves, 11 de febrero de 2021

La Princesa Leonor estudiará el Bachillerato Internacional en un exclusivo internado de Gales


 MADRID.- En los próximos meses comenzará una nueva etapa en la vida de la Princesa de Asturias fuera de España. Tal y como anuncia un comunicado emitido por la Casa del Rey, la primogénita de los reyes Felipe y Letizia estudiará Bachillerato Internacional en el UWC Atlantic College, que se encuentra ubicado en el Valle de Glamorgan, en Gales (Reino Unido). 

Se trata de una institución privada que se creó en el año 1962 "para promover el entendimiento internacional a través de la educación". El UWC Atlantic College se encuentra en St Donat’s, un castillo del siglo XII en la costa del sur de Gales, y ha sido el primer colegio del movimiento educativo global UWC (Colegios del Mundo Unido, en español), según avanza la revista ¡Hola!

Su incorporación al colegio será entre finales de agosto y primeros de septiembre, después de que la princesa Leonor se haya sometido al proceso de selección exigido por la Fundación Comité Español de los Colegios del Mundo Unido, que consta de una fase inicial de preselección, desarrollada de forma anónima por cada candidato y de una fase final, llevada a cabo de forma telemática con diferentes pruebas.

El programa académico se desarrolla en dos cursos (2021-2022 y 2022-2023) y comprende tanto materias de ciencias como de letras. Este programa se completa con un curso interdisciplinario común sobre teoría del conocimiento, una monografía de carácter investigador, así como un programa especial de creatividad (teatro, música, arte, etc.) acción (deportes) y una actividad que implique un servicio a la comunidad (apoyo en escuelas locales, trabajo con niños con discapacidad intelectual, tercera edad, primeros auxilios, mantenimiento de costas y bosques próximos, control de los índices de contaminación medioambiental, cuidado y recuperación de especies animales, rescate marítimo, guardacostas, etc.).

En la imagen vemos una de las bibliotecas, donde los alumnos tienen acceso a títulos de todas las épocas, autores, nacionalidades... Además, tienen a su disposición varias mesas para que puedan consultar los libros más cómodamente o incluso hacer trabajos en grupo. 

El campus tiene un hall principal, varios comedores, salas para asambleas, diferentes aulas, piscina exterior y cubierta... todo ello dentro de las instalaciones históricas que conforman este castillo medieval en el que empezará una nueva vida para la heredera al trono.

La Princesa Leonor residirá, como el resto de alumnos, de acuerdo con el régimen de internado que el UWC Atlantic College tiene establecido dentro de su recinto, donde dispone de varias casas en las que los alumnos se distribuyen por grupos de nacionalidades, orígenes y confesiones diferentes, que conviven con profesores y empleados del centro.

Los alumnos están repartidos en ocho residencias construidas a medida, con capacidad para aproximadamente 48 estudiantes cada una, con pasillos masculinos y femeninos separados. Por lo general, cuatro estudiantes del mismo año, de diferentes nacionalidades, comparten una habitación. Todos ellos están bajo el cuidado de coordinadores, que viven en casas adyacentes y que pasan una gran cantidad de tiempo interactuando con los estudiantes y brindándoles apoyo.

Los colegios UWC se convierten en una pequeña comunidad internacional en la que jóvenes de todo el mundo tienen la oportunidad de convivir y estudiar juntos. Así, en un colegio puede haber unas 80 nacionalidades, con alumnos procedentes de diversos estratos económicos. Los estudiantes son seleccionados en atención del mérito y del potencial de los candidatos. Su condición económica no es determinante en el proceso de selección. El 75 % de los alumnos cuenta con una beca total o parcial.

Al igual que sus compañeros, la princesa Leonor dispondrá de grandes zonas al aire libre para poder hacer actividades de todo tipo mientras está en contacto con la naturaleza. Además, las ciudades de Bridgend y Cardiff, la capital de Gales, se encuentran cerca, por lo que el colegio tiene fácil acceso a los principales enlaces de transporte, incluidos autobuses, ferrocarril y aeropuerto.

En las instalaciones del colegio, ofrecen a los alumnos la posibilidad de realizar diferentes deportes y disciplinas.

 Además de las clases, el programa extracurricular incluye cuatro disciplinas experienciales (medioambiental, global, justicia social y exterior) que permite a los estudiantes "involucrarse en el descubrimiento, determinar sus propios caminos, enfrentarse a los riesgos y superar la posibilidad del fracaso para conocer sus propias fortalezas y debilidades además de cuál es su papel en la causa común". 

En la página web oficial del UWC Atlantic College se explica que cada disciplina tiene dos áreas: una primaria, que incluye el programa de implicación con la comunidad, y la secundaria, que contiene cuatro rasgos característicos: actividades, iniciativas estudiantiles, periodos de enfoque en la misión y el periodo del proyecto.


Los UWC brindan una experiencia educativa estimulante y transformadora a un grupo de jóvenes deliberadamente diverso, para inspirarlos a que se conviertan en agentes de cambio positivo de acuerdo con los valores fundamentales de UWC: entendimiento internacional e intercultural, respeto y valoración de la diversidad, responsabilidad personal e integridad, respeto mutuo, espíritu de servicio, respeto por el medio ambiente, sentido de idealismo, acción, desafío y ejemplo personal.

Colegios del Mundo Unido (UWC) es un movimiento educativo global que hace de la educación una fuerza para unir a las personas, las naciones y las culturas por la paz y un futuro sostenible. Se caracteriza por su espíritu abierto y crítico. No tiene ningún condicionamiento religioso, político o de cualquier otro signo. Su única ideología es la de sus propios ideales y fundamentos pedagógicos: una educación para la paz que cree en la convivencia intercultural. En sus centros se respetan todas las opciones ideológicas o confesionales, siempre que se basen en el respeto hacia el que piensa de forma diferente a la propia.

El coste del bachillerato internacional que cursará la Princesa de Asturias será satisfecho en su integridad personalmente por Sus Majestades los Reyes con su asignación anual y asciende a la cantidad de 67.000 libras esterlinas.

La Princesa de Asturias compatibilizará este periodo de su educación con el progresivo desarrollo de sus compromisos institucionales en España.