A nadie se le escapa que la monarquía española no vive uno de sus
mejores momentos. Ni siquiera se le escapa a la Casa Real, que en los
últimos meses ha puesto en marcha una operación de imagen sin
precedentes. El clima de la crisis no es el más propicio, ni tampoco el
descontento con el sistema imperante, pero el estado de salud de la
monarquía como forma de Gobierno se agrava ¿Es posible un cambio de
ciclo en España?
Crisis de modelo, sí, pero no solo en España. Apenas quedan
monarquías en el mundo y aquellas que respetan la democracia están
relegadas a papeles meramente representativos y aparecen, con
frecuencia, salpicadas de polémicas de importancia variable.
En Europa, cuna del modelo de gobierno monárquico, hay diez países
bajo mando real y en prácticamente ninguno están exentos de polémicas.
Quizá los casos más conocidos son los de Mónaco y Reino Unido, pero
tampoco queda atrás en polémicas la casa real sueca, con rumores de amoríos y embarazos incluídos.
Está también el caso de la realeza belga, un país que estuvo
bloqueado durante dos años sin gobierno y que quizá esté condenado a
desaparecer. La división entre sus dos comunidades, la flamenca próspera
y conservadora al norte, y la valona socialista y francófona al sur, ha
puesto al país al borde de la quiebra tantas veces que a parece
complicado que la realeza belga pueda hacer demasiado.
Hay monarquías diminutas, como las de Luxemburgo o Liechtenstein, y
monarquías con polémicas de papel cuché, como que la reina holandesa
luciera velo por respeto a los musulmanes, si el heredero noruego se
casó con una madre soltera plebeya o si el consorte danés dice sentirse “inútil y relegado”.
¿Y qué papel cumplen esas monarquías? Suelen ser mucho más
transparentes que la nuestra, pero con similar apoyo ciudadano y función
representativa. Hay que salir del continente para encontrar reyes que
reinen a nivel político, y no siempre en un sentido positivo.
Hay monarquías en África, como por ejemplo en Marruecos, con un
enorme poder a nivel legislativo, o en zonas tribales de Nigeria,
Camerún, Uganda, Lesoto o Sudáfrica. En Asia está el emperador japonés y
los distintos tipos de monarca en Malasia, Brunei, Camboya o Bután. En
Oceanía algunas islas tienen reyes en sus distintas expresiones. Y poco
más. El resto, repúblicas, dictaduras o formas de gobierno tuteladas de
formas más o menos democráticas.
La situación en España
En España las cosas han cambiado enormemente en poco tiempo. Hace un mes El Periódico abría su portada con un sonoro “El Rey no se calla”.
Ninguna afrenta, ninguna falsedad, pero sí un titular algo chocante
para el común de los españoles, acostumbrados como están a que la figura
del monarca haya sido incuestionable. No es que no sea cuestionable por
imperativo legal, que también, sino por una aceptación generalizada en
la sociedad por lo que el rey significó en determinado momento
histórico.
Pero muchas veces las portadas de los periódicos no son lo que dicen,
ni siquiera lo que muestran, sino lo que comunican. En el imaginario
colectivo la redacción del titular se adivina una reconversión de aquel
“¿por qué no te callas?” que el monarca espetó a Hugo Chávez en un foro
internacional y que, tras décadas de somnolencia, vino a dar un
aldabonazo a la vida política de la Casa Real. El rey existe, está ahí. Y
habla.
No fue un hecho significativo más allá del choque diplomático y de la
anécdota, pero supuso algo. Si la monarquía se ha mantenido en España
en ese halo de incuestionabilidad es por tres razones fundamentales. Y
una, por sorprendente que sea, es porque no ha hecho ruido. La vida de
la familia real nunca había sido escandalosa, ni problemática. Hasta
hace poco.
¿Por qué un rey?
El rey es el jefe del Estado, por encima del Gobierno y casi del
Congreso, el que sanciona y firma. Pero tanto poder es mero papel
mojado: es un cargo representativo que pasea de acto en acto, de
discurso en discurso y cuyo mayor servicio es no decir nada. Mensajes de
Navidad donde se analiza cada foto y cada palabra, una condena por cada
atentado, mensajes de unidad, algún chascarrillo con la prensa. El
máximo responsable político del país solo ha molestado cuando,
paradójicamente, se ha metido en política y ha perdido ese halo
beatífico de neutralidad que le servía de escudo. El mejor ejemplo, sus
recientes palabras sobre Cataluña.
El segundo gran motivo por el que la monarquía se ha mantenido en
España es posiblemente la tradición. No es que España sea un país
monárquico, es más que eso. La Primera República no duró ni dos años de
infernales inestabilidades, con golpes de estado y declaraciones de
independencia. La Segunda República duró ocho años de los que apenas
tres fueron bajo un gobierno de izquierdas. A pesar de esa brevísima
experiencia el término se ha demonizado en España. Es tal la perversión
histórica de la dictadura que depuso al gobierno mediante un golpe de
estado que la república se concibe como una idea de izquierdas.
Tan de izquierdas como la Alemania de hoy en día, que no solo es una
república sino que acoge más de una Constitución. O como el Estados
Unidos actual con sus estados dentro del gran Estado. En España, a
juzgar por nuestra historia, no hemos sabido vivir sin rey. Tanto da si
este era español, francés o germano, si nacía en Roma y se casaba con
una griega. rey, a fin de cuentas.
El tercer motivo, seguramente el más importante, fue el papel del rey
en la Transición. La historia oficial cuenta que su acción posibilitó
la desactivación del estado franquista y, años después, su mediación
evitó el triunfo del golpe de estado de 1981. Su cargo parece, a ojos de
la sociedad, un premio de por vida por el servicio prestado a la patria
en un periodo que la gran mayoría de los españoles recuerda con
añoranza por los acuerdos alcanzados. Los asesinados por los grupos
terroristas de la época y los represaliados que vieron amnistiados a sus
captores quizá piensen distinto.
Críticas y cambios
Más allá de aceptar o no estos tres puntos, quienes cuestionan la
monarquía como sistema político lo hacen por varios motivos que
confluyen en el mismo. Los costes de mantener a la familia real, de más de ocho millones de euros anuales.
La esencia poco democrática de un cargo vitalicio y hereditario. Los
beneficios que da el cargo, no solo en forma de llamativos regalos y
cesiones, sino también en lo legal: el rey es inviolable por ley, lo que
implica que aunque cometiera un delito nadie podría exigirle
responsabilidades.
A todo eso habría que añadir la normativa vigente respecto a la
sucesión al trono, según la cual todavía se otorga el trono en
preferencia al varón. Esto, ahora mismo, no supone demasiado problema
más allá de la ética dado que, en caso de relevo en el cargo, el
heredero es el príncipe, hijo menor del rey, pero hijo varón, lo que le
vale ser el heredero. Distinta suerte encontramos en el siguiente salto
generacional, con la infanta Leonor como primogénita… mujer.
Hace una década nadie hubiera cuestionado que Felipe Juan Pablo
Alfonso de Todos los Santos de Borbón y Grecia, que así se llama el
príncipe, fuera a tener problemas para ocupar el lugar de su padre.
Posiblemente ahora tampoco, pero sí es cierto que un buen número de
problemas o sucesos desagradables han tenido lugar en los últimos años
que han hecho que el descontento crezca. No es un debate auténtico este,
pero subyace. Y en algunos momentos, lógicamente, emerge.
En estos últimos meses la operación de lavado de cara ha sido radical. En agosto del año pasado, Alberto Aza dejaba la jefatura de la Casa del Rey
tras nueve años de trabajo y 74 años a sus espaldas. Su principal
labor: empezar a mostrar el perfil más regio del príncipe, cuyas
apariciones se hicieron cada vez más frecuentes, hasta el punto de ganar
protagonismo de cara a un futuro que siempre se ha especulado no
demasiado largo por rumores sobre la salud del monarca, que él mismo
desmintió.
En su lugar se colocaba alguien con una enorme experiencia: Rafael
Spottorno, que fuera durante una década secretario general de la
institución. A los pocos meses de ese cambio se concretaba el primer
recorte en el presupuesto de la Casa Real, apenas un 2%, y una serie de
gestos inéditos. Solo dos semanas después de ese recorte el Rey pidió perdón ante las cámaras. Lo hizo porque se lesionó en África mientras estaba de safari cazando elefantes en pleno auge de la crisis económica.
Olvidado aquel episodio unos meses después la Casa Real renovó su página web y prometió “más transparencia”. Solo unos días después firmaba una cibercarta real calificando de “quimeras”
las aspiraciones independentistas catalanas en pleno apogeo de la
polémica. ¿La intención? Seguramente recobrar la iniciativa y el peso
político de su figura y, en la medida de lo posible, intentar atajar un
problema. Pero la página web no es la única novedad en la críptica
comunicación de la institución real: está previsto que se ponga en
marcha un programa en la televisión pública para vender las bondades de
la corona.
Incidentes, familia y salud
Todos esos gestos responden a una serie de problemas obvios,
evidenciados, por ejemplo, en el hecho de que la infanta Elena, la
primogénita del Rey, fuera relegada fuera de la tribuna real
y se colocara en la de invitados junto a las autoridades políticas.
¿Protocolo o parche para tapar otros problemas? Suena más bien a una
excusa sobre lo primero para actuar sobre lo segundo.
Además del incidente ya comentado con Hugo Chávez que tuvo lugar en noviembre de 2007, un año antes se vio envuelto en la acusación de haber abatido a un oso
al que previamente habían emborrachado y, a principios de este año, el
ya mencionado safari de caza de elefantes en Botswana por el que tuvo
que disculparse y que le costó una lesión de cadera. En aquel viaje
además se dio a conocer la frecuente presencia de una princesa alemana que acompañaba al monarca en muchos viajes, lo que abrió ciertas especulaciones sobre la vida privada del rey.
Precisamente otro problema para la Casa Real han sido sus cada vez
más frecuentes achaques y caídas. Solo en la última década le han
operado de varices (año 2001), le han extirpado un tumor benigno del
pulmón (año 2010), le han realizado una intervención en el talón de
aquiles y otra en la rodilla, se supo que tiene serios problemas de
audición, apareció con un ojo morado (todo eso, el año pasado) y se ha
fracturado la cadera derecha, parte del cuerpo sobre la que sufrió una
nueva luxación días después (en ambos casos, este año).
Es tal el cambio que se percibe en el tratamiento recibido por el rey
en estos años que un médico de los que le trataba tuvo un incidente
verbal al hablar de él tras una de sus hospitalizaciones.
Además de por el propio monarca, en los últimos años los problemas
para la institución han llegado también a través de sus descendientes.
La infanta Elena vivió “un cese de convivencia temporal” con Jaime de
Marichalar. Es decir, una separación que acabó en divorcio.
La figura de Marichalar ya era de por sí controvertida ya que sus
problemas de salud fueron asociados al consumo de drogas por una revista
que, pese a ser denunciada, ganó el juicio por el caso. El divorcio, inédito en la familia real, cayó en el olvido hasta que un accidente hizo que Froilán, hijo de la pareja, se disparara en un pie manejando un arma de caza prohibida mientras estaba con Marichalar.
Pero es Cristina la que más problemas causa a la familia en la
actualidad. Su marido, Iñaki Urdangarín, está en el centro de un turbio
caso de corrupción que le ha llevado incluso a declarar ante el juez.
Entre las acusaciones, que se valió de su presencia en la familia real
para forzar algunas de las operaciones de las que se lucraba. Desde
finales del año pasado empezó a dejar de asistir a actos oficiales de la
institución y, hasta que tuvo que comparecer en el juzgado, se mudaron a
Washington, donde fue cazado por periodistas huyendo de las cámaras.
Junto a las infantas, tampoco el matrimonio de los príncipes de
Asturias ha estado libre de problemas. A las críticas a que el heredero
se casara con una plebeya se unieron pronto las desavenencias familiares
de la familia de la Princesa, no ya porque sus padres estuvieran
divorciados, con la complicación protocolaria que eso supone, sino
porque fue imputada en un caso de alzamiento de bienes. Y los problemas no han sido solo legales: la hermana de la princesa se suicidó en una de las páginas más trágicas de la historia reciente de la Casa Real.
La propia Letizia fue criticada ya en el día en el que se anunció su
compromiso de boda porque interrumpió al heredero real mientras hablaba,
algo que no pasó de anécdota. Pero una de las principales críticas fue el secuestro de un ejemplar de la revista satírica El Jueves por mostrar una caricatura de la pareja manteniendo relaciones sexuales y alardeando de no hacer nada.
(*) Periodista digital y profesor en la Universidad Carlos III.
Exjefe de coordinación en lainformacion.com y, antes de eso, coordinador
en 20minutos.es. Colaborador en Tiempo, eldiario.es y Yorokobu, entre
otros. Ponente esporádico. Bloguero y tuitero
No hay comentarios:
Publicar un comentario