La publicación por un medio digital, El Confidencial, del supuesto empeño de Don Juan Carlos
en acudir a la próxima Cumbre Iberoamericana de Panamá en contra del
criterio de sus médicos y del Gobierno provocó una tan inusual como
curiosa reacción por parte de La Zarzuela.
El propio jefe de la Casa del Rey, Rafael Spottorno, firmó una petición de amparo dirigida a la Federación de Asociaciones de Periodistas de España por la "indefensión" a la que la noticia sometía al jefe del Estado.
Las consecuencias son claras. En primer lugar, esto es un aviso a navegantes. A partir de ahora, cualquier periodista, sea del medio que sea, hablado, escrito, televisado o en la Red que tenga la tentación de publicar una información incómoda corre el riesgo de desayunarse con el intento de La Zarzuela de atarle en corto.
¿Vale todo con tal de proteger la virtud de una institución cada día más menguante a los ojos de la gente corriente?
Pues no, por supuesto. Y no hace falta decir que lo último que pretendo es salir -cargado de corporativismo- en defensa de unos compañeros, entre otras cosas porque ya son mayores, saben defenderse muy bien ellos solos y, además, su empresa es muy importante.
La clave del problema, a mi juicio, está en la absurda resistencia de la Corona a dar por concluido el pacto de silencio con el que se ha favorecido a los miembros de la Casa Real durante las cuatro últimas décadas. Un pacto en virtud del cual nada negativo debía ser conocido por la opinión pública, con lo cual todo quedaba desterrado a charlas de café en la Villa y Corte.
Pero hete aquí que la red de redes ha impedido la continuidad de esas autocensuras. De hecho, el español de a pie ha empezado a cuestionar las bases mismas del establishment a cuya cabeza ha vivido Don Juan Carlos. Por mucho que desde Palacio aún prefieran por lo que se ve seguir sin enterarse.
Uno conoce personalmente el paño que guardan en La Zarzuela, porque no en balde El Semanal Digital lo ha sufrido. Pero el desembarco de Javier Ayuso en la dirección de comunicación de la Casa Real me hacía pensar que algo cambiaría. Nada de eso: hoy las cosas, por desgracia, se hacen de una manera -digamos- todavía más chusca.
Ayuso, o quien le haga moverse así, se va colocando en las antípodas de cualquier amago de transparencia democrática. Y, claro, logra el efecto contrario al supuestamente buscado cuando se le contrató. Porque, lejos de haber atenuado la presión sobre la Monarquía, lógicamente se va acrecentando. Son las cosas que ocurren cuando se pierde de vista la realidad del tiempo y el espacio en el que uno se mueve.
Suena a broma que Javier Ayuso fuese designado por Don Juan Carlos tras la destitución de Ramón Iribarren, que ocupó el cargo durante dos años hasta ser fulminado por los avatares derivados del caso Urdangarin. Y digo que suena a broma porque desde su llegada a la jefatura de Relaciones con los Medios de La Zarzuela, todo ha ido a peor.
El tan temido debate de la abdicación del Rey está abierto en canal, ronda una crisis matrimonial entre los Príncipes, e incluso cada día que pasa hay menos dudas en la opinión pública sobre la implicación de la Infanta Cristina en los turbios negocios de su marido. Por no hablar de la valoración que otorga a Don Juan Carlos una enorme porción de ciudadanos.
Todo lo cual lleva por derecho al nudo gordiano de la cuestión: las instituciones se legitiman a diario por su utilidad. Y la Jefatura del Estado debe dar más ejemplo que las demás, por ser la más alta de ellas. La Zarzuela, así las cosas, debería cuanto menos reflexionar.
El propio jefe de la Casa del Rey, Rafael Spottorno, firmó una petición de amparo dirigida a la Federación de Asociaciones de Periodistas de España por la "indefensión" a la que la noticia sometía al jefe del Estado.
Las consecuencias son claras. En primer lugar, esto es un aviso a navegantes. A partir de ahora, cualquier periodista, sea del medio que sea, hablado, escrito, televisado o en la Red que tenga la tentación de publicar una información incómoda corre el riesgo de desayunarse con el intento de La Zarzuela de atarle en corto.
¿Vale todo con tal de proteger la virtud de una institución cada día más menguante a los ojos de la gente corriente?
Pues no, por supuesto. Y no hace falta decir que lo último que pretendo es salir -cargado de corporativismo- en defensa de unos compañeros, entre otras cosas porque ya son mayores, saben defenderse muy bien ellos solos y, además, su empresa es muy importante.
La clave del problema, a mi juicio, está en la absurda resistencia de la Corona a dar por concluido el pacto de silencio con el que se ha favorecido a los miembros de la Casa Real durante las cuatro últimas décadas. Un pacto en virtud del cual nada negativo debía ser conocido por la opinión pública, con lo cual todo quedaba desterrado a charlas de café en la Villa y Corte.
Pero hete aquí que la red de redes ha impedido la continuidad de esas autocensuras. De hecho, el español de a pie ha empezado a cuestionar las bases mismas del establishment a cuya cabeza ha vivido Don Juan Carlos. Por mucho que desde Palacio aún prefieran por lo que se ve seguir sin enterarse.
Uno conoce personalmente el paño que guardan en La Zarzuela, porque no en balde El Semanal Digital lo ha sufrido. Pero el desembarco de Javier Ayuso en la dirección de comunicación de la Casa Real me hacía pensar que algo cambiaría. Nada de eso: hoy las cosas, por desgracia, se hacen de una manera -digamos- todavía más chusca.
Ayuso, o quien le haga moverse así, se va colocando en las antípodas de cualquier amago de transparencia democrática. Y, claro, logra el efecto contrario al supuestamente buscado cuando se le contrató. Porque, lejos de haber atenuado la presión sobre la Monarquía, lógicamente se va acrecentando. Son las cosas que ocurren cuando se pierde de vista la realidad del tiempo y el espacio en el que uno se mueve.
Suena a broma que Javier Ayuso fuese designado por Don Juan Carlos tras la destitución de Ramón Iribarren, que ocupó el cargo durante dos años hasta ser fulminado por los avatares derivados del caso Urdangarin. Y digo que suena a broma porque desde su llegada a la jefatura de Relaciones con los Medios de La Zarzuela, todo ha ido a peor.
El tan temido debate de la abdicación del Rey está abierto en canal, ronda una crisis matrimonial entre los Príncipes, e incluso cada día que pasa hay menos dudas en la opinión pública sobre la implicación de la Infanta Cristina en los turbios negocios de su marido. Por no hablar de la valoración que otorga a Don Juan Carlos una enorme porción de ciudadanos.
Todo lo cual lleva por derecho al nudo gordiano de la cuestión: las instituciones se legitiman a diario por su utilidad. Y la Jefatura del Estado debe dar más ejemplo que las demás, por ser la más alta de ellas. La Zarzuela, así las cosas, debería cuanto menos reflexionar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario