El 12 de octubre, festividad de la
Virgen del Pilar, es también la fiesta de la nación española. El nombre
del día ha cambiado con los años. Anteriormente, en tiempos del
franquismo, fue llamado Día de la Hispanidad, ese invento del cura
Zacarías de Vizcarra que recogería Ramiro de Maeztu, propagándolo en su Defensa de Hispanidad.
Antes, la festividad se llamó "Día de la Raza" en los tiempos de
Alfonso XIII, denominación que conservó la República y que todavía hoy
se mantiene en algunos países latinoamericanos. El título actual de
Fiesta de la Nación Española lleva una clara intencionalidad, situar el
origen de la nación española en 1492 con sus dos acontecimientos
históricos: de un lado, la toma de Granada, fin oficial de la guerra
contra el sarraceno, llamada Reconquista, y perla de la unión de las
coronas de Castilla y Aragón.
Del otro el descubrimiento de América.
Este es la única aportación de España al acervo de la Humanidad. De lo
que vino después no hay por qué enorgullecerse y hasta el llamado
"descubrimiento" despierta muy duras críticas. Sin embargo, estas no se
refieren al descubrimiento en sí, sino a lo que se hizo después con lo
"descubierto". Pero, en sí mismo, el hallazgo, el descubrimiento, fue un
hecho que cambió la historia del mundo. Si sobre eso y la unión de
Castilla y Aragón puede fundarse una idea de nación es asunto siempre
discutido. Otros prefieren localizarla en la guerra contra los
franceses, llamada "de la independencia".
En
todo caso, ya es mala pata que el mismo día se celebre el Pilar y el
Día de las Fuerzas Armadas, los dos elementos esenciales del
nacionalcatolicismo, concepción de una nación que se ve como la de la
espada y la cruz, evangelizadora y aniquiladora de pueblos enteros. Día
de la Raza, cómo no, aunque sea un verdadero dislate. Orgullo a
raudales. Sostenella y no enmendalla.
La
celebración de ayer fue una amarga lección para esa nación española, un
baño de realidad en contraste con sus ilusiones, magnificadas por los
medios de comunicación a su servicio. Un episodio más de esa fabulosa
capacidad de los españoles de no entender el mundo que los rodea. Dado
el ascenso del independentismo catalán, las fuerzas políticas y sociales
que se oponen a la consulta del 9N, partidarias de una Cataluña
española, PP, UPyD, Cs. y una Sociedad Civil Catalana, convocaron un
acto de afirmación nacional española en Barcelona, en la Plaza de
Catalunya. Lo publicitaron abundantemente en los medios, pusieron
autobuses para traer gentes de otras provincias y no regalaron
bolígrafos de milagro. Pero no llenaron la plaza. Las diferencias de
cálculo de asistencia son irrelevantes. Da igual que fueran veinte o
treinta mil. Nada, comparado con los cientos de miles, millones que
arrastran las convocatorias de Diada. No hay ni color. Lo de la Plaza de
Catalunya ha sido un bofetón grandioso de la mayoría silenciosa. España
tiene poco tirón en Cataluña.
En
donde no hubo silencio fue en la concentración/provocación de los
grupos fascistas y falangistas en Montjuic, en un acto de bravucones
para quemar banderas esteladas, protegidos por los mossos d'esquadra.
Ya se sabe que los nacionalistas españoles que se dicen civilizados,
por ejemplo, los del PP, no quieren que se identifique su nación con la
de estos bestias. Pero algo así es inevitable porque además de hablar un
lenguaje parecido, en el PP no son infrecuentes manifestaciones de
fascismo, franquismo o falangismo: nuevas generaciones, alcaldes de aquí
o allí, concejales, algún diputado muestran esa vinculación sin que el
partido haga nada por eliminarla. La presencia de estos energúmenos hizo
flaco servicio a la nación por la que dicen estar dispuestos a
sacrificar sus vidas y quizá también las ajenas, aunque sin decirlo. Por
cada docena de fascistas en Montjuic quemando los colores catalanes y
hablando de los "putos catalufos" salen cientos de independentistas.
Pero
eso es Cataluña, territorio díscolo. En donde se festeja a modo la
nación española es en Madrid, capital del imperio. ¿En dónde, si no? En
Barcelona es impensable. Ver el ejército desfilar por la Diagonal
seguramente se entendería bastante mal y es muy probable que no fuera
nadie a presenciar el desfile. Bien es verdad que ayer tampoco había
mucha gente en el paseo de Recoletos y el Prado. Algo más en la plaza de
Neptuno que, en realidad, es de Cánovas del Castillo, en feliz
coincidencia nacional. Y eso de aguantar a pie firme el marcial desfile
de los bravos soldados, la maquinaria de guerra, las armas y hasta la
inevitable cabra de la legión, no es algo que encienda en los
madrileños el fervor patrio. El propio presidente del gobierno que hoy
viste el cargo ante las tropas, consideraba hace unos años que el
desfile era un "coñazo".
Un
desfile militar en Madrid que, según parece, ha costado 800.000 euros,
sin contar los aviones. Registrando en la memoria de Palinuro, encuentro
un apunte del 12 de octubre de 2010 titulado El día nacional: la fiesta de la Hispanidad
que habla de este asunto de los desfiles militares. Es un modo absurdo,
casi estrambótico, de celebrar el día de una nación que no ha ganado
una sola guerra internacional de alguna entidad hace más de doscientos
años. Franco le daba mucha importancia, pero porque había ganado una
guerra civil. Por eso el desfile se llamó siempre "desfile de la
Victoria". ¿Cuál es hoy la victoria? ¿Sobre quién? Esta parada militar
es un anacronismo absurdo y un dispendio. Propio de un país empeñado en
fingir lo que no tiene: una conciencia nacional compartida.
(*) Catedrático de Ciencia Política en la UNED
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