“El rey Felipe VI
restituyó en apenas medio año el prestigio y la autoridad moral de la
Corona”. Pablo Sebastián, presidente de este periódico digital, escribía
ayer que, según este titular en portada del periódico ABC, se
deduce que el rey Juan Carlos ha sido el causante del “desprestigio y
falta de autoridad moral de la Corona” y que por ello se vio obligado a
abdicar en favor de su hijo quien “en solo seis meses ha salvado a la
Institución”.
¡Ay! que mala memoria tiene el periódico monárquico y qué injusto es
con esa actitud tan cortesana. Hoy por hoy, quien ha salvado a la
Monarquía, no una sino varias veces a lo largo de su reinado, ha sido el
buen rey Juan Carlos I.
Sin contar el 23F que mejor es no tocarlo, lo ha hecho evitando dos
grandes frivolidades, dos grandes irresponsabilidades y dos grandes
errores del entonces Príncipe, que, gracias a la actuación de su padre,
es hoy el Jefe del Estado español de una Monarquía, digamos que estable
aunque sin grandes adhesiones ni entusiasmos.
¿Es necesario recordar aquí la mayor polémica mediática desatada a
causa de los amores del príncipe Felipe con la modelo noruega de ropa
interior Eva Sannum? Nunca se habían producido en España debates tan
enconados sobre la idoneidad de la joven como futura esposa. La presión
sobre la Casa Real se redobló, generando, incluso, una división entre
políticos, constitucionalistas, historiadores y prensa. Y todo dios
sobre los obstáculos legales, éticos y morales en el capricho amoroso
del heredero.
El ilustre abogado Jorge Trías Sagnier llegó a escribir en El Mundo que “el posible matrimonio del príncipe de Asturias es un hecho que afecta a la estabilidad política de la nación”.
Mientras tanto, el Rey que conocía todo lo que estaba pasando, no se
atrevía a decirle nada al Príncipe. Posiblemente reconocía que no tenía
fuerza moral. A lo peor, como padre no podía pero sí como Rey. Prefirió
acudir a una persona de gran prestigio para que intentara convencer a
Felipe de la locura que iba a hacer: Gregorio Peces Barba, presidente
que fue del Congreso, desde 1982 a 1986, y uno de los siete padres de la
Constitución. “¿Podrías darle algún que otro consejo para que deje a
esa novia noruega? A lo mejor, contigo funciona”, le dijo Su Majestad.
No sirvió para nada. El Príncipe estaba tan enganchado, que incluso,
tuvo la insolencia de tutearle. Lo que al señor Peces Barba le molestó y
mucho.
Lo de Felipe y Eva era tan serio que, incluso, exigió se aceleraran
las obras del pabellón en el que hoy vive e involucró mucho a la noruega
en la decoración.
Hasta que el Rey dijo ¡basta!, obligando a Felipe, a través del Jefe
de su Casa, Fernando Almansa, a renunciar a la mujer que amaba. ¿Por
razones de Estado? Y por salvar la Monarquía. Felipe nunca se lo
perdonó. Tampoco al vizconde del Castillo de Almansa.
Peor que lo de Eva Sannum fue lo de Letizia. Había sucesos en su
biografía tan graves y delicados que Felipe le advirtió mejor no lo
supieran sus padres, los reyes, porque la boda sería imposible. A pesar
de ello, don Juan Carlos se vio obligado a actuar de bombero cortafuegos
no solo en España sino en Méjico.
“Mi hijo, con esta boda, se va a cargar la Monarquía”, le contestó
entristecido a un amigo horas antes de hacerse público el comunicado
oficial del compromiso. Sin pasar ni por el Parlamento ni por el Senado.
Como hecho consumado. Para evitar otra polémica como la desatada con
Eva Sannum. En este caso, hubiera sido peor. Porque su vida nada que ver
con la de la noruega, que nunca estuvo casada y, por tanto, divorciada.
Amén de ser nieta de un taxista.
Gracias a las gestiones del buen Rey a todos los niveles, Felipe y
Letizia se pudieron casar, evitando una crisis institucional. “Esto es
lo que hay. O lo aceptáis o lo dejo todo. “Fue el ultimátum
irresponsable de Felipe. ¿Qué hace un padre cuando un hijo o hija se
empecinan con casarse no con quien deben sino con quien quieren? Por lo
tanto, el titular de ABC me parece gratuito e injusto para don Juan Carlos y muy cortesano para Felipe.
Que esta actitud no impida la objetividad informativa, seña de identidad del periódico monárquico.
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