La infanta Cristina, sentada en el banquillo, descompuesta
físicamente y al borde del llanto, y la Reina, su madre, orando ante el
Cristo de Medinaceli, después de haberle besado los pies, son dos
imágenes a cual más dramática. Lo curioso del caso es que se
complementan y una puede ser consecuencia de la otra.
La Reina ha vuelto, después de una muy larga e inexplicable ausencia
de la vida pública. Aunque solo por 48 horas para volverse a marchar, en
esta ocasión a Grecia, para recordar con su familia el aniversario de
la muerte de su padre, el rey Pablo. De todas formas, se encuentra mucho
más a gusto y acompañada allí que en la soledad familiar en Madrid. Su
reaparición ha coincidido, de forma tangencial (la palabreja es muy
utilizada por los políticos de hoy) con el juicio del caso Nóos y las
declaraciones de su hija ante el tribunal que la juzga por presunta
delincuente junto a su marido entre otros muchos delincuentes, presuntos
también.
Doña Sofía no se limitó a besarle los pies al milagroso Cristo sino
que se apartó para rezarle con mucho recogimiento. Dicen que el Cristo
suele conceder una de las tres gracias que se le pide. Sin duda alguna,
no es difícil de imaginar la que la Reina pudo suplicarle.
Por tratarse del primer viernes de Marzo, fecha que coincide con la
del rescate de la imagen a los musulmanes, la afluencia de fieles era
tan grande que muchas personas habían permanecido toda la noche y las
colas se extendían por las calles adyacentes.
Por ello, la llegada de la Reina y conocidas sus dramáticas
circunstancias familiares, despertó toda la curiosidad y el afecto que
el momento se merecía, acogiendo su presencia con aplausos.
Verla allí, arrodillada, con el rostro entre las manos, era como para
llorar aunque ella, educada desde niña a no exteriorizar sus
sentimientos, debió tragarse las lágrimas si es que ya le queda alguna.
Su vida no puede ser más desgraciada. Como esposa y como madre. Se
salva como Reina y a veces. Como esposa, ha sido agraviada tan
públicamente que ya no hay reparación pública posible. Salvo un
divorcio.
Lo peor del tema es que sufridora esposa ha sido siempre. Desde el primer día de su matrimonio.
Como madre, no ha sabido educar a sus hijos. Cada uno se casó con
quien quiso aunque no con quien debiera. Lo grave es que ella amparó
todos estos matrimonios contra la voluntad de su esposo, el Rey.
¿Consecuencias?: el de Elena acabó en divorcio; el de Cristina en el
banquillo; y el de Felipe sabe dios cómo. Con respecto a Letizia intentó
ayudarla en los primeros años de su matrimonio, hasta que supo lo de
los abortos. Ella, tan defensora de la vida.
Pienso que como Reina actuó en todo momento como la perfecta
consorte. “Yo no tengo un estatus propio como Reina. El Rey es él (o
era). Mi estatus es, digamos, paralelo y ligado a él. Tengo mi estatus
como consorte del Rey. Consorte, ese es mi estatus personal”. De ella
debía aprender Letizia que, a veces, actúa como titular.
“Ah, y todos los que componemos la Familia Real (cuando existía como
tal familia) sabemos que somos personas públicas a quienes se mira con
lupa y, por el bien del Estado, tenemos que dar buen ejemplo, ser
ejemplares”. Esto lo decía en el año 1996.
Con respecto al juicio del caso Nóos, lo peor está por venir con el
desfile de testigos. Como es sabido, éstos, a diferencia de los
imputados, tienen la obligación de decir la verdad, toda la verdad y
únicamente la verdad.
Aunque La Zarzuela mantiene, con máxima firmeza, el “cordón
sanitario” en torno a la hermana del rey, Felipe VI se equivocó, una vez
más, despidiendo, de malas formas, a Carlos García Revenga, secretario
de las Infantas y que, en sus declaraciones, seguro estoy pondrá en
dificultades a la Corona. Tanto Iñaki como Cristina le han colocado en
el eje principal de sus actividades, algo así como el enlace de ella con
el Rey. Otro tanto, el conde Fontao y Federico Rubio.
Mi compañera Carmen Remírez de Ganuza escribía que a los tres se les
supone lealtad a don Juan Carlos. Otro caso es Felipe. Tiempo al tiempo.
(*) Periodista
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