Como estaba previsto, dada su trayectoria, el Tribunal Constitucional
español ha denegado por unanimidad la suspensión de la sentencia contra
los líderes independentistas encarcelados. Tampoco les permitieron que
se confinaran en casa, tal como aconsejaban los médicos, por una
maniobra de intimidación propiciada desde el Tribunal Supremo.
Y la saña
continúa de manera ostentosa ahora con Trapero, ahora con Josep Maria
Jové y Lluís Salvadó, a quien la jueza Alegret impone una fianza de 4,5
millones de euros, y continúa con las 795 personas procesadas en la
causa general contra el soberanismo catalán. El ensañamiento sigue y
seguirá in crescendo porque la España institucional tiene demasiados
problemas y miserias que debe tapar y tradicionalmente la manera de
hacerlo es parapetarse en el combate contra Catalunya.
El cierre de filas para impedir la investigación parlamentaria de los
negocios sucios de Juan Carlos es el síntoma más claro de cómo se ve de
débil a sí mismo el régimen. Han tenido que movilizar a los letrados
del Congreso, que han hecho su servicio a la patria argumentando sin
vergüenza que todo lo que ha hecho y hará Juan Carlos siempre será
inviolable, porque si no fuera porque ha sido rey, no habría podido
hacerlo.
En los Estados Unidos de Donald Trump, lo que han hecho los
letrados y la Mesa del Congreso sería considerado obstrucción a la
justicia. Así que la contradicción que supone que la Fiscalía sí
considere el rey emérito investigable sólo se puede entender como una
maniobra para defender más que para acusar ante las diligencias abiertas
por tribunales europeos.
Siempre que las circunstancias han situado a España a las puertas de un
conflicto social que podía desembocar en un cambio político o incluso
una revolución, inmediatamente la monarquía, el ejército y los poderes
institucionales han propiciado el conflicto con Catalunya para distraer a
los españoles y hacerlos cerrar filas con la eterna canción de la
unidad de la patria. Pasó el 36 cuando el "Alzamiento" era "nacional" y
los "rojos" eran separatistas, pero también antes.
Lo explica Borja de
Riquer en su libro Alfonso XIII y Cambó. A finales de 1918,
España sufre una profunda crisis, Alfonso XIII teme un estallido
revolucionario y para detenerlo le ofrece a Cambó el Estatuto de
Autonomía. "No veo otra manera de salvar una situación tan difícil —le
dice el monarca— que satisfacer de una vez las aspiraciones de
Catalunya". Cambó cree que ha llegado la hora, pero lo que pasa a
continuación es que las ansias revolucionarias se convierten en
manifestaciones anticatalanas multitudinarias organizadas por las
diputaciones castellanas, al tiempo que las Cortes expresan su rechazo a
la autonomía de Catalunya.
Es la misma estrategia, ya comentada en otros artículos, denunciada
por Marx respecto de la relación de Inglaterra con Irlanda. "Si cae
Irlanda, caerá también Inglaterra... El sistema inglés, además de perder
una fuente importante de sus riquezas, se vería privado también de la
fuente más importante de su fuerza moral como representante de la
dominación de Inglaterra sobre Irlanda".
Ahora se acercan tiempos difíciles porque las consecuencias
económicas de la pandemia y las desigualdades comportarán protestas que
fácilmente pondrán en cuestión el régimen político e, incluso, la
monarquía, más impopular que nunca, con un rey aplaudido por los
fascistas más que por nadie e intentando deshacerse del padre que le
entregó el trono. El magistrado Marchena ha añadido emoción en otoño
caliente anunciando la inexorable inhabilitación del president Torra
para mediados de septiembre.
El historiador Paul Preston explica con precisión la realidad española contemporánea en su libro A People Betrayed. Corruption, Political incompetence and Social Divisions. Spain 1874-2014, editado en catalán Un poble traït y en castellano Un pueblo traicionado.
La obra es un trabajo de investigación que engancha desde el principio.
Comienza con una cita de Ortega y Gasset de 1921 que me permito
reproducir como conclusión de este artículo. "Empezando por la monarquía
y siguiendo por la Iglesia, ningún poder nacional ha pensado más que en
sí mismo (...) Monarquía e Iglesia se han obstinado en hacer pasar sus
propios destinos como los auténticos nacionales".
(*) Periodista
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