Pocos miembros de la realeza logran conjugar elegancia y
espontaneidad de una forma tan natural como lo hace la infanta Elena,
persona de genio y carácter donde las haya. ¿Imaginó la primogénita de
los Reyes que aquel 12 de octubre del 2011 sería el último en que su
hermana, Cristina, y su cuñado, Iñaki Urdangarin, presenciarían el
desfile de la Hispanidad desde la tribuna de la Casa Real? ¿Guiño o
ironía del destino? Aquel día doña Elena se puso el mismo traje chaqueta
rosa palo, diseñado por Christian Lacroix, con el que tantos elogios
cosechó precisamente en la boda de los duques de Palma catorce años
antes, aunque esta vez prescindiera de la pamela. Si no fuera porque
conocemos la historia de imputaciones por fraude, prevaricación y
malversación de fondos, parecería que aquel gesto, más que a reciclaje
de armario obligado por la crisis, sonaba a homenaje de despedida. Justo
un año después, ella, la cuarta en la sucesión al trono de España,
también es 'apartada' de la tribuna principal en los actos del jefe de
Estado.
La fotografía del pasado día 12, en la que aparecía
aguantando el desfile junto a Alfredo Pérez Rubalcaba, se convirtió en
la imagen del día. Las ausencias de Cristina de Borbón y Urdangarin ya
no son noticia por sí mismas, pero la interpretación generalizada
atribuye el cambio a la necesidad de la monarquía de disimular este
vacío. Nada más lejos, según la Casa del Rey, que respalda la escueta
explicación de doña Elena cuando dijo: «Este momento tenía que llegar».
Desde La Zarzuela aseguran que si no hubiera estallado el 'caso Nóos'
también se hubiera modificado el protocolo: hacía tiempo que se barajaba
dar más relevancia a los Príncipes. «Su posición como infanta no ha
variado, pero se ha decidido que en los actos de Jefatura de Estado
estén presentes los Reyes y los Príncipes, que es lo constitucionalmente
previsto. Ella seguirá representando a la Corona donde se considere que
debe hacerlo y seguirá con su agenda habitual». Punto.
¿Pero por qué ahora y no antes?, se pregunta la
periodista Carmen Duerto, coautora de la única biografía (no autorizada)
que existe de la infanta Elena y a quien ese desplazamiento de tribunas
le parece «injusto» para la primogénita de los Reyes y «un agravio que
se suma al que ya sufriera al ser ignorada como heredera a la Corona».
«A los 50 años (48 para se exactos) le dicen que desaparezca, pero es
que eso no figura en ningún decreto ni estatuto. Y no está imputada»,
comenta Duarto indignada.
Por contra, la experta en Casa Real y periodista Carmen
Enríquez opina que el nuevo protocolo no supone marginar a la duquesa de
Lugo, sino que adquiere un nuevo tratamiento para que las actividades
de don Felipe tengan más realce. «Además, la familia crece, tiene muchos
miembros y es necesario distinguir entre el núcleo duro, que conforman
los Reyes y los Príncipes, y el resto». Lo que no comparte Enríquez es
el lugar que ocupó junto al jefe de la oposición. «Eso sí fue chocante,
yo creo que hubiera encajado mejor delante del presidente del Tribunal
Constitucional», matiza.
En cualquier caso, doña Elena desempeñó su nuevo papel
con la dignidad que la caracteriza. Tal vez ni siquiera la importe,
volcada como está en su trabajo en Mapfre -que es de lo que vive-, en
sus hijos y en las tareas domésticas. Con frecuencia se la ve comprando
en el Mercadona de la zona del Retiro, próximo a su casa. Y quienes la
han visto con el carrito cuentan que gasta la marca blanca El Hacendado
tanto en yogures griegos como en leche con calcio y otros productos.
Intenta pasar desapercibida como cualquier mujer de a pie y hace caso
omiso a sus guardaespaldas, que soporta por obligación. El poco tiempo
que le queda lo ocupa en el deporte y en los actos sociales a los que
representa a la Familia Real y por los que percibe una asignación.
Doña Elena fue disciplinada y educada para ser infanta,
no reina, un puesto que no la gustaría ocupar y que, sin embargo, temió
durante el romance de su hermano con la modelo noruega Eva Sannum.
Carmen Duerto habla del «alivio» que sintió al romperse esa relación por
la que el Príncipe «estuvo a punto de renunciar a sus derechos como
heredero». Añade que es «la más auténtica de la familia», mientras
Enríquez resalta su preocupación por las personas y el hecho de que
tenga «detalles muy humanos».
También un gran genio (prohibió a su madre asistir a una
de las pruebas del vestido de novia porque estaba enfadada con ella) y
un fuerte carácter que ha sabido atemperar con el paso del tiempo y la
práctica de la equitación. En cierta manera, los caballos han domado a
la amazona real y su afición a la hípica, que volvió a practicar tras la
separación de su marido y padre de sus dos hijos, Jaime de Marichalar,
le sirvió de terapia y le permitió reencontrarse con sus viejos amigos.
París, donde vivió los primeros años de casada, y la moda
no eran lo suyo. La infanta aceptó los consejos de su esposo y exhibió
un nuevo estilismo a costa de dietas, diseñadores y saraos que la
mantenían en primera plana del papel couché. Hasta que el 13 de
noviembre del 2007, después de 12 años de matrimonio y el ictus sufrido
por su esposo, la Casa Real oficializaba de forma sui géneris lo que ya
se masticaba en la calle: «El cese temporal de su convivencia
matrimonial».
La infanta ha sido, quizás, la más sufridora de los tres
hermanos, unidos por muchas confidencias personales y separados
aparentemente por el deterioro que sufre la imagen de la Corona, dañada
por la presunta corrupción de Urdangarin y la cacería de elefantes del
Rey. Con su padre es con quien doña Elena comparte más aficiones. Toros,
vela, caza, chistes y buena cocina. Dicen que sus temperamentos son los
más coincidentes. De niña veían juntos en la tele 'El coche fantástico'
y se marcaban algún que otro baile. Campechana y desinhibida como él, y
ambos con un pronto que asusta. Bonachona y de gran corazón, dicen de
ella personas a su servicio. También simpática, divertida y tan bailonga
que lo mismo se desmelena en un concierto de Bisbal que se contornea al
ritmo del 'waka-waka' o recibe a 'La Roja' con efusividad. Deporte e
identidad española es algo que ha inculcado a su hijos, Felipe Juan
Froilán, de 14 años, y Victoria Federica, de 12, con quienes asistió a
los Juegos Paralímpicos de Londres 2012. Se le han atribuido aventuras
sentimentales con jinetes, militares y hasta con toreros. A ella le da
igual. En estos tiempos que corren, por su sensatez, es un valor en
alza.
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