sábado, 20 de octubre de 2012

Un mal llamado monarquía: Política parasitaria y extractora / Xabier Pikaza Ibarrondo *

He presentado hace dos días un comentario al texto clave de Mc 10, 35-45, donde Jesús critica a los reyes y grandes del mundo, que son fuente especial de opresión, citando en ese contexto un trabajo sobre el surgimiento de los profesionales de la política como “clase extractora”.
 
Los blogueros más “católicos” de mi portal han vuelto a protestar airadamente, no contra mí (que no soy nadie), sino contra Jesús, a quien tienen miedo, cumpliendo el buen refrán que dice: “Vuelve la burra al trigo…” (como decía el obispo de Donostia).

Insistiendo en el tema de la "burra y el trigo" , debo indicar que admiro la humildad y grandeza de aquel buen asno nuevo, que cargó con Jesús hasta Jerusalén, para que pudiera ser eso que llaman "rey", pero de un modo distinto, en contra de la realeza de la "caballería", que se había establecido en Israel, criticada ya por los mayores profetas y sabios, San Jotán y San Samuel (y otros como Isaías), como verá quien siga leyendo.

Vuelve la burra al trigo… Así quiero yo retornar al buen trigo de Jesús, ofreciendo mi contribución al conocimiento (y crítica) de la “sin-razón parasitaria y extractora” de un tipo de monarquía y política
, que criticaron ya los mejores israelitas de la Biblia, hace más de dos mil quinientos años.

Posiblemente, un tipo de mediación política del poder sea necesaria (como acabó sabiendo Israel, coronando a David), pero todo poder que se separa de la vida del pueblo, poniéndose por encima de ella corre el riesgo directo de volverse “malo” (zarza parásita e incendiaria, clase extractora general, que encima se auto-diviniza), a no ser que sea constantemente discernido, criticado y renovado.

Éste es para la Biblia el principal tema "religioso", que Jesús ratificó de un modo radical, proclamando un Reino de Dios donde ni siquiera Dios es Rey (de esa manera), sino Creador de vida (sanador) y fuente de Fraternidad. 
Surgimiento de la monarquía. Punto de partida 

Durante varias generaciones (entre 1300 y 1050 aC), Israel existió como pueblo unido, sin Estado central ni división de clases económicas. Pero, en un momento de crisis, las tensión entre las tribus y el peligro externo de la dictadura militar filistea, hicieron añorar la existencia de un rey, que impusiera su poder, para enfrentarse con los enemigos y para someter a los “amigos”, los antes libres, haciéndolos vasallos. 

Al principio pudo evitarse su llegada: Las tribus eran árboles buenos (vid, olivo, higuera), que daban fruto y vivían en riqueza compartida, sin necesidad de un poder superior no productivo, que viviera a costa del pueblo, y de una oligarquía comercial parasitaria, que viviera sin trabajar y chupara la savia de los árboles del bosque. 

“Profecía” de Jotán, una razón extractora

Ése es el tema del famoso apólogo de Jotán profeta, que se eleva y protesta en contra de un reyezuelo llamado Abimelek (¡Padre es el Rey!) que implanta su monarquía en Siquém, en el centro del pueblo:
Jotam se colocó en la cumbre del monte Garizim, alzó la voz y clamó: «Escuchadme, señores de Siquem, y que Dios os escuche.
Los árboles se pusieron en camino para ungir a uno como su rey. Dijeron al olivo: “Sé tú nuestro rey.” Les respondió el olivo: “¿Voy a renunciar a mi aceite con el que gracias a mí son honrados los dioses y los hombres, para ir a vagar por encima de los árboles?” Los árboles dijeron a la higuera: “Ven tú, reina sobre nosotros.” Les respondió la higuera: “¿Voy a renunciar a mi dulzura y a mi sabroso fruto, para ir a vagar por encima de los árboles? Los árboles dijeron a la vid: “Ven tú, reina sobre nosotros.” Les respondió la vid: “¿Voy a renunciar a mi mosto, el que alegra a los dioses y a los hombres, para ir a vagar por encima de los árboles?”
Entonces todos los árboles dijeron a la zarza: “Ven tú, reina sobre nosotros.” La zarza respondió a los árboles: “Si con sinceridad venís a ungirme a mí para reinar sobre vosotros, llegad y cobijaos a mi sombra. Y si no es así, brote fuego de la zarza y devore los cedros del Líbano (Jc 9, 7-15)
El tema es claro. Los que valen valen, y producen, y comparten, creando de esa forma un mundo de riqueza y abundancia, de gozo y plenitud mutua . Ésa es la ley “natural” de la vida. Que cada familia (cada uno) sea un árbol fecundo, que produce para sí y para los otros, sin necesidad de superestructuras de poder violento, que son parasitarias, como la zarza que se alza sobre todos los árboles buenos, les chupa la savia y encima amenaza con quemarles, si no le obedecen. De esa forma, frente a la razón productora y compartidora (comunitaria) de los árboles buenos, que se comunican la vida unos a otros, aparece la razón parasitaria y extractora de la zarza, que no vale para nada, pero se especializa en sorber la sabia y vida de los otros.

San Samuel: Principios de la razón extractora del Rey 

Así lo dice de forma aún más clara el “profeta” Samuel, testigo de la grandeza parasitaria de Israel, centrada en David, que parecerá signo de Dios, protector de sus vasallos, pero que el final terminará convirtiéndose en el gran parásito. Los israelitas le piden un rey (es decir, un gobierno fuerte), y él les advierte:
Este será el derecho del rey que reinará sobre vosotros: Tomará a vuestros hijos y los empleará en su carroza y sus caballos; les pondrá a su servicio, como jefes de mil y jefes de cincuenta, utilizándolos también para labrar su labrantío, segar sus mieses y fabricar sus armas de guerra... Tomará a vuestras hijas como perfumistas, cocineras y panaderas. Se apoderará de vuestros mejores campos, de vuestros viñedos y vuestros olivares y se los dará a sus servidores. Exigirá, además, el diezmo de vuestras sementeras y de vuestros viñedos y vuestros olivares mejores y los dará a sus ministros (1 Sam 8, 11-16).
Éste es el riesgo de una clase monárquica, extractora y parasitaria, que se alimenta del pueblo y que, encima, que debe alimentar a la oligarquía de la corte. Los israelitas supieron el riesgo en el que vayan a caer pidiendo un gobierno de ese tipo, con un Rey que pretende ser signo de Dios. 

Pues bien, el texto sigue diciendo que, a pesar de esa advertencia del profeta, ellos optaron por un rey, y que Dios acepta su propuesta (¡en contra de su voluntad!), diciéndole al profeta que el Rey y su sistema de economía y gobierno iba en contra del “orden divino” de la sociedad: No te rechazan a ti, sino a mí mismo me rechazan, para que no reine sobre ellos (1 Sam 8, 7). Dios reinaba sin “intermediario” real, es decir, sin unos mediadores políticos y económicos como los que habían dominado en las ciudades cananeas, contra las que se habían alzado los israelitas al principio.

Dios mismo era garantía de unidad y defensa del pueblo, que se reunía y regía pacíficamente, sin necesidad de una mediación oligárquica, militar y económica del rey. Pues bien, desde el momento en que el pueblo pone a su cabeza un Rey, Dios se vuelve innecesario.
En lugar del Dios de la fraternidad, que es garante de la comunión directa de las tribus, se eleva el rey como signo de concentración económica y militar de poder, garantizando de algún modo la estabilidad israelita, pero al modo de los otros pueblos del entorno (cf. 1 Sam 8, 6). Y con el rey nace el ejército profesional y la división de clases, con un estamento administrativo (siervos del rey) y militar (jefes de tropa) que vive del trabajo e impuestos de los otros, de manera que hace falta una plusvalía económico-social (un capital para la monarquía y su corte).
De esa forma ha narrado la Biblia, de manera narrado manera precisa y cortante, el establecimiento de la monarquía de Israel, no en forma mítica, como en otros pueblos (donde el rey es signo de Dios y en el él desemboca el drama de la teogonía), sino de forma histórica, pues hubo un tiempo ideal sin reyes (y ese ideal sigue siendo el telón de fondo de la historia). Hay además, la Biblia sabe, una razón económico-militar: el riesgo externo.

En condiciones adversas

La monarquía de Israel surgió de hecho a causa del riesgo de los filisteos, que formaban una aristocracia militar que había conquistado las plazas costeras del sur de Palestina (Ekron, Gaza, Askalon, Gat, Asdod; cf. 1 Sam 6, 17), estableciendo allí su dictadura económico-social expansionista. Su poder estaba ligado a la táctica guerrera, dirigida por cinco seranim, “tiranos” de su pentápolis, que monopolizaban la producción y comercio del hierro, ejerciendo un severo control sobre el armamento.
No se encontraba un herrero en todo el país de Israel, pues los filisteos se decían: ¡que los hebreos no fabriquen armas ni espadas! Por eso, los israelitas tenían que bajar adonde los filisteos para afilar sus arados, sus azadones y sus hachas, pagando... Aconteció, pues, que el día de la batalla no había en Israel lanza ni espada (1 Sam 13, 10-21).
Esta era la situación hacia el 1050 aC. Hasta ese momento, las tribus de la zona montañosa habían podido enfrentarse con las ciudades cananeas, cuyos carros de combate eran poco apropiados para las quebradas y/o llanuras pantanosas, donde se imponía la guerrilla. Pero los filisteos disponían del hierro y tenían un armamento superior ligero e individual (cf. 1 Sam 17, 5 ss) que les daba ventaja sobre los israelitas, que respondieron buscando un líder carismático: Saúl. 

En sentido estricto, Saúl no fue todavía un rey (no unificó la administración ni tuvo una corte lujosa), sino que era general en jefe de unas tribus, a las que convocó contra los nómadas de oriente, en Galaad (cf. 1 Sam 11), y contra Filistea (1 Sam 13-14). Pero tuvo necesidad de crear un ejército permanente, con la novedad económica que eso implicaba. Antes los soldados volvían a sus casas al acabar la guerra, ahora no:
La guerra contra los filisteos fue muy viva... y en cuanto Saúl veía cualquier hombre fuerte o valiente lo atraía hacia sí... Y Saúl escogió tres mil hombres de Israel: dos mil estaban con él en Mikmas..., y mil, con Jonatán (su hijo) en Gibea de Benjamín (1 Sam 14, 52; 13,2).
Nace así el ejército profesional, pues la defensa exige una milicia constante, con cuarteles o campamentos, cerca de los puestos de peligro, dispuesta al pronto combate, y con eso surge una primera división de clases: los soldados se separan del resto de la población, de la que viven (cobrando para ello unos impuestos) y a la que defienden. El hierro es caro, la guerra necesita hombres preparados (separados) y dinero. 

Y surgió la monarquía

Pero Saúl fracasó, muriendo en Gelboe, en manos de los filisteos, hacia el 1000 aC, y en su lugar se elevó David, que había empezado su “carrera” como soldado y jefe particular (condottiero de guerreros profesionales), a través de una brillante carrera político-militar que le hizo rey:
Se le juntaron todos los hombres en apuros, cuantos tenían un acreedor y todos los individuos amargados; David hízose su caudillo y sus acompañantes eran unos 400 hombres (1 Sam 22, 2).
Vivió por un tipo del “pillaje” y de un tipo de “impuesto revolucionario” que exigía a los propietarios de tierras, que él decía defender, en tiempos de crisis. Fue también un mercenario al servicio de los filisteos (1 Sam 27), haciendo un doble juego y sabiendo granjearse con regalos a los representantes de Judá (1 Sam 30) que le ungieron rey tras la caída de Saúl (2 Sam 2, 2-4), para hacerse luego rey sobre todo Israel (2 Sam 5, 3). Ciertamente, parece haber sido un “creyente” israelita (devoto de Yahvé), pero creó una estructura económica y militar contraria a los ideales de Israel.
(a) Siguió siendo un condottiero, un Señor de la Guerra, rodeado por antiguos compañeros de guerrilla (cf. 1 Sam 22, 2) que formaban su guardia militar (cf. 2 Sam 23).
(b) Se enriqueció con sus campañas y conquistas militares, contratando a soldados mercenarios de Creta y Filistea (cf. 2 Sam 8, 18; 18, 20) que puso a su servicio.
(c). El rey es rey por derecho de conquista. Con sus profesionales mercenarios (sin la participación de las tribus, es decir, del verdadero pueblo), David conquistó Jerusalén, un importante enclave cananeo-jebusita, que será su ciudad particular (su “capital”, en sentido político y económico).
De esta forma, el pueblo de las libertades tiende a convertirse en pueblo dependiente de un centro más alto, que funciona como capital política, templo real (con el traslado del Arca de Yahvé y la construcción del santuario; cf. 2 Sam 6; 1 Rey 6) y cuartel militar de un ejército mixto, de israelitas de las tribus y de mercenarios (2 Sam 5,10-21). 

Ciertamente, David mantuvo la independencia de Israel y conquistó toda la tierra de Canaán, pero creó una serie de problemas que serán casi insolubles para el yahvismo posterior:
--el centralismo administrativo, con la sumisión económica del pueblo, dividido en clases y obligado ya a pagar tributos,
-- y un ejército profesional, contrario a la antigua experiencia religiosa israelita. 

Esos problemas y contradicciones se agudizaron con Salomón, hijo de David (960- 920 aC), impuesto como rey por una intriga palaciega, apoyada por los cereteos y peleteos, es decir, por los mercenarios del dinero, al servicio del gran capital controlado por Salomón. Nos situamos ya en la pendiente que lleva al establecimiento del poder del dinero, como único Dios de la tierra(cf. 1 Rey 1, 38; Mt 6, 24).
 
La vieja organización libre de las tribus tiende a desaparecer, y en su lugar se introduce una administración “racionalizada” con criterios territoriales y militares (cf. 1 Rey 4), de tipo mercantil. Salomón aparece así como un verdadero rey cananeo, un líder del gran comercio de orienta, más que como un fiel israelita.

(*) Teólogo

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