¡Larga vida al Rey! Es decir: ¡Larga vida a La Familia
Irreal! Basándonos en los datos de la audiencia, podemos exclamarlo sin
miedo a equivocarnos. Hablamos de la sacrosanta audiencia televisiva y
de la serie de TV3 Polònia, el programa de sátira
política de la productora Minoria Absoluta en el que pillan desde el
presidente del Gobierno hasta el de la Generalitat, pasando por todo el
espectro político y, cómo no, por el rey. Mano a mano con la compañía de
teatro Dagoll Dagom, los miembros de la realeza de ese programa han
abandonado la televisión para dirigirse al teatro Victoria de Barcelona a
protagonizar La Familia Irreal,
un musical hilarante, surrealista y divertido sobre cómo afecta a Sus
Altezas la situación que está viviendo el país. “Los hemos reimplantado
en la sociedad actual, convirtiendo a la Familia Real en una familia
real que soporta, como todas, el peso de la crisis, el paro feroz, el
vencimiento de la hipoteca y, en general, los abusos de los que mandan”,
argumenta Joan Lluís Bozzo, director de Dagoll Dagom y uno de los
guionistas del musical.
Nada se sale del guión de Polònia.
La obra es un alargamiento de cualquiera de los gags que interpretan en
la tele. Tiene, por lo tanto, un argumento más largo, con su apertura,
su nudo, su desenlace… Mientras el pueblo sale a la calle indignado,
estrellado (cuatribarrado, se entiende), ofendido, violento (tal como
nos muestran continuas proyecciones que sirven en momentos de fondo de
escenario), la Familia Real va a lo suyo: el rey está disfrutando de una
sesión de sexo adúltero (como lo leen); la reina está espiándolo; el
príncipe sigue sufriendo terribles pesadillas infantiles; su esposa,
Letizia, sueña con ser reina; las infantas maquinan a espaldas del
hermano heredero; Urdangarín va vendiendo filtraciones a Pedro J y
Marichalar… bueno, Marichalar se pasea en patinete.
El final de la cuenta atrás
Los acontecimientos se precipitan al ritmo de grandes éxitos de la
música popular, actual, internacional u ochentera, con letras
convenientemente alteradas para contar las reacciones reales ante la
crisis. El espectro musical va desde Queen hasta Els Amics de les Arts,
de Evita a la rumba de Estopa, de la copla
española al sirtaki griego (interpretado por Sofía, por descontado). La
adaptación de canciones son marca de la casa del Polònia. Así, cuando el Rey, harto de tanto reinar, decide abdicar, lo proclama al son de Mamma mia!, las infantas explican sus coacciones al príncipe cantando Sounds of silence,
y toda la familia se verá obligada a abandonar la Zarzuela por la
puerta de atrás, que no es otra que un retrete gigante, bajo los acordes
heroicos de The Final Countdown.
Todo vale para reflejar una situación que, según los creadores de la
obra, es anacrónica: “La monarquía representa mejor que nadie lo que la
política tiene de teatral y los Borbones españoles, siempre tan
campechanos, son una parodia de ellos mismos”, dice Toni Soler, uno de
los ideólogos de la factoría Minoría Absoluta. La misma idea tiene
Bozzo: “Utilizamos la sátira para humanizar a aquellos a quienes la
historia ha expuesto demasiado”, dice. “Nos hemos preguntado sobre el
destino de estos personajes que, en pleno siglo XXI, viven una vida de
lujo que parece extraída de las páginas de una novela rosa que, con el
tiempo, se ha ido volviendo cada vez más amarilla y cargada de efectos
humorísticos extraños y retorcidos. ¿Cómo podrán afrontar su
supervivencia como institución, en una sociedad que, día a día, se va
haciendo más infiel a los principios absolutos de la nobleza y de todas
las ventajas de la sangre azul?”
Lo ‘real’ supera la ficción
Estirar de ese hilo que plantean Soler y Bozzo lleva de pleno a una
sátira irreverente, polémica, despiadada, cruel… pero con toda su
gracia, su ocurrencia, su originalidad. Ha sido un año tan surrealista
en la Casa Real que los guionistas comentan a menudo que se les ha
facilitado bastante el trabajo. ¿Puede la realidad superar la ficción?
El Rey, por ejemplo, se ajusta constantemente la cadera que se rompió de
safari cazando elefantes… Una anécdota como ésta podría suponer horas y
horas de darle a la imaginación de todo un equipo de guionistas.
Basada en hechos reales (y Reales), la obra hace suponer que el clima
actual permite pasarse tanto con los reyes de España. ¿Habrán pasado los
tiempos (recientes) de secuestrar revistas por publicar portadas
picantes sobre la Casa Real? Si la sociedad sabe reírse de sí misma, a
la realeza no le queda más remedio que hacer lo propio. Así, asistimos a
escenas cargadas de veneno.
¡El trabajo dignifica!
“No trabajamos y estamos contentos”, dice Felipe en un momento de la
obra, como dando ejemplo a ese populacho que se queja de que no trabaja.
“…Porque cobramos”, añade, entre risas. Duras, durísimas declaraciones,
diría José María García. Pero pasan la censura, una autocensura de
manga ancha, como corresponde a los tiempos que corren. Y podemos ver a
la Reina cantando, al ritmo de un sirtaki, “me quedé de enhorabuena,
aunque luego salió Elena”. O a Letizia cantar que “curraba con un nazi”.
O al Príncipe gritando que, para que no lo hagan rey, “podría
inventarme que soy gay”. O a las Infantas rivalizar de marido y ex
marido: “Más vale Jaime conocido que Iñaki por conocer”… Igual que en la
canción de Serrat Disculpe el Señor los pobres
entran hasta la despensa del amo, aquí las masas enfurecidas llegan a la
cocina, pero… “¿Qué es la cocina?”, preguntará Letizia… De ahí, a la
comentada salida por el retrete de atrás, la que reconoce el Rey que
viene utilizando para ir de… campamento, tercian sólo unos segundos.
Disfrazados de pobres, se enfrentarán a la pobreza instalados en Molins
de Rei (que resultó no ser del Rey, como constata el monarca). Y la
pobreza es dura: “Ay amor, me duele tanto”, se queja Letizia,
contoneando sus caderas como Shakira. Más dolerá cuando acaben
desnonados, viviendo debajo de un puente. Será entonces cuando
descubrirán que “el trabajo dignifica”, aunque no lo lleguen a entender y
se queden con la copla de Rubianes, en quien, de repente, se convierte
Felipe para decir aquello tan rubianesco de que “el trabajo dignifica…
¡los cojones!”
En busca y captura por la Guàrdia
Nacional de Catalunya, la Familia Real buscará la manera de recuperar el
trono. Los autores, como escribe Joan Lluís Bozzo, se preguntan si
“simplemente habrá que esperar a que el paso de la Historia barra sus
restos, como hizo la sociedad francesa en 1789… ¿La guillotina? ¿El
exilio?”. Aquí, donde cualquier parecido con la realidad no es pura
coincidencia, se contentan con echarlos al retrete…
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