Está en el libro de Isaías, 32,17: “El producto de la justicia será
la paz; tranquilidad y seguridad perpetuas serán su fruto”. Lo contrario
no anda ayuno de verdad: demasiadas diferencias que no estén
sancionadas por alguna trascendencia carcomen cualquier orden social.
Esto que es válido para toda la historia, se agrava cuando los pueblos
conquistan alguna porción de democracia. Del rey abajo, ninguno.
Dice el rey del reino de España que en este país todo son penas. Que
le estamos, a la vejez, amargando el cáliz de los años. Dice el rey del
reino de España que a él, al pobre de él, ya no le dejamos ni ir a pegar
tiros en esforzadas cacerías. Esas de las películas de Tarzán, llenas
de sudados portadores negros y matanzas de animales grandes. Llenas
también de bebidas a las que nunca les falta el hielo y una pajita con
sombrilla made in China. Sí Bwana. Por eso conviene que sean negros.
Con el tiempo, también podrán ser de Palencia, pero de momento no. Que
aquí hay muchas penas.
Dice también que ya no le dejamos,
inquisidores como siempre hemos sido, coger la moto e irse a borbonear
tumbando horizontal en tugurios ese riñón castizo que hace tan
campechanos a los de la flor de lis. Y dice que ya no le dejamos ver a
la mujer del domador ni a la falsa princesa que le ayudaba, en sesión
continua, a golpear a su chófer vestido de conductor monárquico con
gorra de plato y cueros de la Alpujarra. Que le faltan, dice, esas
princesas que, de seguro -porque viene siempre en los contratos de
cariño real-, le reían todas las gracias aunque se le empastara la voz
por las cosas de la edad o el Soberano, que era un coñá de cuando
entonces.
Quizá se esté preguntando para qué se ha hecho con tanto dinero. Para
qué quiere tanta liquidez si no es plan dejársela a su hijo, al que
considera heredero de la misma actitud irreverente que él tuvo con su
padre (¿será de familia?); ni a su hija Cristina, por
ser mujer nada supuesta de un menos supuesto delincuente que le ha
desobedecido y hace que la gente rime en las manifestaciones “Borbón”
con “ladrón”, que este pueblo es obediente pero irreverente; ni a Elena,
supuestamente alejada temporalmente de las obligaciones maritales de
otro holgazán tan poco listo como sostenido por el mismo enjambre. De su
mujer en la iglesia, ni hablamos, que ni a verle al hospital quería ir
cuando su cadera se hizo una con el polvo. Y menos ahora, que agencias
matrimoniales usan la foto de Sofía de Grecia para
ofrecer servicios a los faltos de cariño. Puede ser que ande -metáfora
sin movimiento- pensando: “seguro que hay perroflautas preguntándose por
qué llegué a la democracia con una mano delante y otra detrás y hoy
tengo 1800 millones de euros.
Total, si no me los puedo gastar ni yéndome de putas ni matando
elefantes, ¿no sería mejor no tenerlos y que la gente me quisiera tanto
como querían a mi bisabuelo?”. Pueblo desagradecido. Los reyes también
sufren. Lo pueden ustedes ver en un programa de La 1. Que el PP viene de
raíces falangistas y no gusta de reyes, pero no se lo van a dejar todo a
los sociatas.
Al rey le produce cansancio hablar de España, donde todo se ve muy mal y le aburre. También la aburre a Ana Botella,
la devenida alcaldesa de Madrid, que se le mueran las adolescentes en
las fiestas, y por eso se va a un hotel de lujo en Portugal a que se le
pase el susto de niñas aplastadas. Como le aburrieron a su marido los
muertos del atentado de Atocha. Les aburre España de hastío, patatas y
ropa vieja, y no esa otra de fiesta, polos, yates, noche, rumba, coca,
puros y guardaespaldas. Por eso el rey, sensible, viaja y mira en la
distancia, que los pobres, en la distancia, son más llevaderos. A los
intelectuales, incluso, los pobres les valen como objeto de estudio y
también como objetivo de sus cámaras reflex de zoom arbitrario. En
blanco y negro y virtuales, los pobres son hasta estéticos.
Le hastía al rey esta España que llora y emigra. Dice el Congreso nacional de Psiquiatría
que el 32% de los suicidios se basan en problemas económicos. El otro
25,8%, sostienen, tiene que ver con el desamor y los problemas de
pareja. Y otro 11,2% con los conflictos familiares. Como si no poder
pagar la hipoteca o el alquiler, faltar para la comida y el colegio de
los niños, no tener para unas vacaciones ni para salir a cenar, estar en
la noche de un cine o esconder la prisa en un teatro no tiene que ver
con la economía; vaya, como que lograr un poco de espacio para no
pisarse todo el día, no tiene que ver con el desenlace del desamor y con
los problemas de pareja. Ni tampoco con esa familia a la fuerza reunida
que nunca puede reinventarse porque hay que quedarse a la fuerza en
casa, donde tienen que convivir tres generaciones que, dice el FMI,
duran mucho, y en un momento en donde la televisión lleva cuatro décadas
diciendo que si no vives tu propia vida es que eres un fracasado y que
tú y la chispa de la vida, pues nada de nada.
Es decir, que si nos ponemos a enlazar causalidades, como hacen los
científicos sociales, nos va a salir que, al menos, uno de cada dos que
se suicidan, los están en verdad matando. Que te pones a tirar del hilo y
resulta que están siendo asesinados por los banqueros y por los
presidentes de las cajas de ahorro que vaciaron sus arcas, incluidos los
obispos; asesinados por los partidos que aprueban reformas
constitucionales que dan prioridad al pago de la deuda aunque luego
digan que sienten el dolor de las que saltan por la ventana; ejecutados
por la portavoz del Gobierno que celebra las medidas de ajuste y alienta
más recortes mientras visita a su Santidad en el Vaticano vestida con
el burka nacional; reventados por una bomba indirecta puesta en los bajos de su vida por el presidente Rajoy
al que cada día se le suicidan nueve españoles y sin embargo se marcha a
Nueva York a fumarse un puro (¡Ay esos tiempos en que un Presidente de
la República dimitió por no querer firmar una pena de muerte! Una
sola). Rematados por los que desde la oposición no hacen lo suficiente
para enfrentar esta situación sintiéndola como si les estuvieran matando
a sus propios hijos porque un político demócrata debiera defender a los
humildes como si fueran sus hijos.
La Constitución también defiende el derecho a una vivienda digna y
dice que toda la riqueza está sometida al interés general. Lo dice el
artículo 128.1. “Toda la riqueza del país en sus distintas formas y sea
cual fuere su titularidad está subordinada al interés general”. A veces
la Constitución está bien escrita. Clarito como el agua. ¿Nadie va a
reclamar esa parte? Parece que las partes buenas de la Constitución son
las que más sobran.
Entonces vino un juez que era aristotélico y empezó a hacer
silogismos: Amaia Pueblo ha saltado por la ventana porque le iban a
embargar el piso; Amaia Pueblo se ha matado al saltar por la ventana y
chocar contra el asfalto. Los que le iban a embargar el piso son lo que
han lanzado a Amaia Pueblo al vacío robándole la vida. Pedro Tierra se
ha quitado de en medio por no recibir ayuda pública del Gobierno. El
jefe del Estado ha dicho que el Gobierno está gestionando muy bien la
crisis y que está haciendo muy bien al recortar el gasto social. Luego
el jefe del Estado y el Gobierno han quitado de en medio a Pedro Tierra.
Juan España se ha ahorcado porque le iban a echar de su casa. Los
medios de comunicación y sesudos economistas dicen que la política
social es la adecuada. Ergo los medios de comunicación y los sesudos
economistas fueron los que ataron a la viga la soga que quitó la vida a
Juan España. José Pobre se suicidó por no poder seguir adelante por
culpa de las deudas. En su bolsillo una carta denegándole un crédito. El
dinero para los créditos está en los paraísos fiscales. A José Pobre lo
han asesinado los que tiene el dinero en paraísos fiscales. Al final,
el juez aristotélico escribió en su libreta: “Antonia Ciudadana se ha
quitado la vida porque los poderosos le han cerrado todos los caminos.
El de la educación, el de la sanidad, el del trabajo, el del centro de
acogida, el de la dependencia, el del agua, el de la comida, el de la
vivienda, el de la esperanza. Los jueces están para defender a las
víctimas. Los jueces tienen que actuar de oficio y detener a los
poderosos por asesinar a Antonia Ciudadana. De lo contrario, -se dijo el
juez filósofo-, nos convertiremos nosotros mismos en asesinos”. Recordó
un artículo del Código Penal. El 143.1: “El que induzca al suicidio de
otro será castigado con la pena de prisión de cuatro a ocho años”.
Dejó de escribir y se puso a pensar en si no sería por culpa de los
que asesinaban con tiros en la nuca y coches bombas que lleváramos
muchos años sin ver ni detener a los otros presuntos terroristas, a los
que ahora que, por fin, los de ETA no matan, quizá funjan de permanentes
y odiosos terroristas. “Maldito Aristóteles…” se le escuchó mascullar
al juez aristotélico en mitad de la noche enredado en un terrible drama
shakespeareano.
La huelga general avanzaba. Y a esa gente a la que le rondaba la idea
del suicidio le animaba pensar que serían millones los que estarían
compartiendo con ellos una parte de su dolor al detener ese día el
molino satánico que trituraba la vida de gentes cuyo único delito sólo
había sido intentar seguir adelante.
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