Cuentan que en 1976, la noche del referéndum en el que se aprobó por una mayoría del 90% la Ley para la Reforma Política, cuando todavía no
había transcurrido un año de la muerte del general Franco, el presidente
del Gobierno, Adolfo Suárez, pletórico, fue invitado a cenar en el
palacio de la Zarzuela por el rey Juan Carlos. También se sentaba a la
mesa don Juan de Borbón. Suárez, en un momento dado, al comentar los
resultados del referéndum, exclamó:
"El franquismo ha desaparecido", a
lo que el rey, complacido, asintió con amplia sonrisa. El corrosivo
contrapunto lo puso el conde de Barcelona, quien, para estupefacción del
monarca y del presidente, espetó: "Todavía no; quedáis tú y mi hijo".
No consta cuál fue la reacción de los aludidos, fulminados por el
certero mandoble propinado por don Juan.
La historia, cuya verosimilitud se da por cierta, viene al caso por lo sucedido el sábado en Buenos Aires. El príncipe de Asturias, según general aceptación, tuvo una magnífica intervención en la presentación de la candidatura madrileña, que contrastó llamativamente con la del presidente del Gobierno y la de la alcaldesa de Madrid. Dicen que Felipe de Borbón encarnó nítidamente el futuro; su exposición fue lo único digno de ser comprado de la delegación española. Quienes quieren salvar de la quema a la Corona (entre otros, José Antonio Zarzalejos, antiguo director del diario ABC, y uno de los mejores analistas políticos españoles, situado en el campo de la derecha) ven en el nieto de don Juan la figura que el momento requiere.
El conde de Barcelona recordó al rey y a Suárez
cuáles eran sus orígenes. Es verdad que don Juan Carlos obtuvo la
legitimidad que ansiaba en el referéndum constitucional del 8 de
diciembre de 1978, a la que hay que añadir la moral que le proporcionó
su actuación en el golpe de Estado del 23 de febrero de 1981. Es
igualmente constatable que los ciudadanos españoles no hemos tenido en
ningún momento la posibilidad de expresar con nuestro voto si aceptamos
la monarquía o nos decantamos por la república. La Constituciónvigente
instauró la monarquía parlamentaria como hecho consumado: los militares
de entonces, franquistas casi todos, no toleraban alternativa distinta a
la designada por el "caudillo".
De ahí el oportuno recordatorio
de don Juan en la cena de la Zarzuela y, casi cuarenta años después, la
definitiva salida a escena de Felipe de Borbón, quien, si se cumplen los
preceptos constitucionales, será el rey de España cuando fallezca don
Juan Carlos o cuando abdique, alternativa que dan por hecha quienes
algún contacto mantienen con la Zarzuela. Lo malo es que el rol
protagonista del príncipe de Asturias, se ha saldado con un monumental
fiasco. Lo habrá hecho todo lo bien que se quiera, y no hay duda de que
su exposición, plurilingüe, fue brillante, lo que se pudo constar en la
desmesurada emisión en directo de TVE, cuyos directivos debían dar por
hecha la elección de Madrid dado el despliegue, pero el resultado es el
que es: la candidatura española fue apeada a la primera, sin
contemplaciones.
Cosechar los mismos votos que la Estambul de Erdogan,
déspota por vocación, apenas el 25 por ciento de los miembros del Comité
Olímpico Internacional, es un desastre. Fallaron hasta los apoyos de
los socios de la Unión Europea, puesto que nada menos que París, Berlín y
Roma quieren organizar los juegos de 2024. El trabajo de persuasión de
Felipe de Borbón en la política internacional, más allá de los
protocolarios actos de toma de posesión de los presidentes
latinoamericanos a los que asiste, no ha dado resultado. Queda marcado
por ello, aunque su responsabilidad no sea la de otros concernidos por
el marasmo.
Lo sucedido es un problema añadido para la Corona, uno
más que sumar a los que la han cuarteado, a los que han hecho que su
aceptación entre los españoles se haya reducido sensiblemente. En la
Zarzuela deberán meditar si no ha llegado el momento de dejar en el
limbo que, con cuarenta y cinco años cumplidos, sin pecados originales
que redimir, le hace estar expuesto casi sin protección a los
continuados despropósitos que se vienen cometiendo, uno tras otro y
aparentemente con un quebradizo propósito de enmienda.
El príncipe
de Asturias regresa tocado de Buenos Aires. A don Juan Carlos no se le
ha visto. Fue Felipe de Borbón quien informó a los periodistas que había
hablado "con el rey y la reina" y que ambos habían manifestado su
profunda decepción. Al príncipe le correspondía encabezar la delegación
española, por la precaria condición física de don Juan Carlos, pero si
no se tenía la certeza de que los Juegos se le concedían a Madrid, lo
prudente era acotar su actuación para evitar lo que ha ocurrido: que el
fiasco le salpique. Encima, fue él quien protagonizó la rueda de prensa
posterior, quien tuvo que pronunciar las tópicas frases al uso cuando el
batacazo alcanza proporciones descomunales.
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