En este mundo moderno y raro una institución sabe que ha
tocado fondo cuando tiene que andar negando oficialmente hasta lo que
suelta cualquier badanas en las redes sociales. Zarzuela ha dado una
rueda de prensa para acallar a Twitter, Facebook y Tuenti y desmentir
tajantemente la abdicación. Zarzuela no ha tocado fondo, directamente se
hunde en la Fosa de las Marianas. Con ese entusiasmo tan monárquico que
caracteriza a la mayoría de los medios, se nos ha informado de que era
la primera rueda de prensa convocada jamás por la Casa Real. A nadie se
le ha ocurrido pensar que tanta opacidad constituya parte del problema y
mejor sería no insistir en un dato tan poco edificante.
"Váyase Don Juan Carlos, váyase"' corea la parte más rancia de los
monárquicos y la derecha ultracasposa. "Aguante, Don Juan Carlos, sea
fuerte", anima otra parte de los monárquicos, inquietos ante la figura
de un príncipe de quien nadie sabe bien cómo o qué piensa sobre política
o economía. Solo sabemos seguro que habla inglés fluido, algo que está
muy bien y resulta muy útil, pero solo impresiona a quien no sepa
inglés.
El problema mayor hoy no reside en quién
ocupa el trono. El problema está en la institución. Quién piense que
cambiando al monarca, se limpia, fija y da esplendor a la monarquía, no
se ha enterado de que España no es lo que era. Las instituciones deben
generar equilibrio, reglas y certidumbre. Si no lo hacen, se vuelven
inútiles y como todo lo inútil, antes o después, desaparece.
La monarquía hoy crea más desequilibrio que equilibrio. Cuando la Casa
Real dice transparencia, en realidad dice que va a desvelar alguna
cosilla y lo poco que cuenta acaba oscureciendo aún más lo mucho que
calla. Una conseguidora internacional puede iniciar una tormenta
institucional armada solo con un Vanity Fair. En las comparecencias reales, cada vez más gente mira alrededor buscando la cámara oculta.
Las reglas que rigen el funcionamiento de la Casa Real siempre han sido
discrecionales y arbitrarias. Pero ahora se percibe con mayor claridad.
El caso de la infanta y sus sucesivos exilios dorados en Washington y
Suiza representa el ejemplo más acabado de arbitrariedad incomprensible
para la mayoría. Pero no el único. El encubrimiento de Urdangarin, o los
negocios y trapicheos en una corte que se nos decía que no existía
emergen como esa basura que nunca se acaba de sacar. Si algo sabemos hoy
es que la Justicia no es igual para todos, majestad.
La monarquía española se ha convertido en una fuente constante de
incertidumbre. Nadie sabe donde saltará el próximo escándalo, o la
siguiente boutade, o la próxima frivolidad. Estamos todos muy cansados y
hartos de tonterías. Mientras la monarquía no se sacuda el pasmo y
entienda eso, solo perderá su tiempo y el nuestro.
(*) Periodista y profesor universitario
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