martes, 24 de septiembre de 2013

No hay mal que por bien no venga / Jaime Peñafiel

El pasado viernes fue uno de esos días para no olvidar. Nunca, en mis cincuenta años de periodista, había visto cosa igual. Era como si el país se hubiera vuelto loco, tras el anuncio de la Casa Real de una rueda de prensa, la primera en la historia de la Monarquía. Ni cuando el 23F, ni cuando la boda de las Infantas, ni la del Príncipe, ni el divorcio de Elena, ni las doce veces que el Rey ha pasado por el quirófano. Nunca. Lo más, simples comunicados.

Pero, he aquí que, cuando en todas las redacciones se especulaba sobre el agravamiento de la salud de Su Majestad, va La Zarzuela y anuncia que, a las 6 de la tarde, ofrecerá una rueda de prensa. Sin decir el motivo. Desde ese momento, en la capital del reino, se desataba la locura de los rumores, todos de “buena fuente”: el Rey abdica… Felipe se divorcia … lo hace la infanta Cristina. Periódicos, televisiones, digitales y revistas comenzaron a preparar material para programas y reportajes especiales sobre la abdicación o los divorcios.

A las 18:00 horas, toda España se sentó ante el televisor o conectó con las emisoras para ver o escuchar a un Rafael Spottorno, Jefe de la Casa de Su Majestad, decir lo que se pudo haber informado con un simple comunicado: el Rey volverá a ser intervenido. Y serán ya… trece operaciones. Esto, siendo preocupante, no era ya ni noticia. ¿Fue necesario comunicarlo? Por supuesto. Pero, como toda cosa necesaria, es por naturaleza fastidiosa, que diría Aristóteles.

¿Por qué esa extraña rueda de prensa? ¿Qué diferencia había entre esta intervención y el resto de las operaciones a las que se ha sometido el soberano por recordar, solamente, en el último año y medio?

Como no hay mal que por bien no venga, gracias a la nueva intervención quirúrgica de don Juan Carlos, Rafael Spottorno ofreció la gran noticia, que por sí sola, merecía la rueda de prensa: EL REY NO ABDICA. Ni hoy ni nunca.

¿Se aprovechó la operación para acallar todos los intentos, todas las insinuaciones, todos los rumores, algunos con una intensidad y una audacia extrema sobre la abdicación del Rey?

Consciente de la actual situación del país, amenazado de desintegración, don Juan Carlos sabe que abdicar sería un desastre nacional. Y, una vez más, asume su obligación como Rey de todos los españoles. Incluidos los catalanes.

El Príncipe tendrá que seguir esperando. Por muy preparado que diga estar para la sucesión. Nadie lo duda. Pero no se me alcanza la intención de estas palabras si es que tiene alguna. Ya se sabe eso tan manido de ser “uno de los herederos mejores preparados”. Lo que no es absolutamente cierto, los hay más y los hay menos. Pero existen en su biografía tres hechos que me hacen dudar de ello: su boda con Letizia, su incapacidad para controlar la vida de su esposa y consorte, y un tercero que prefiero ni recordar. ¿Por qué el personal pensaba que en la rueda de prensa iba a anunciarse el divorcio del heredero? ¿Tanto lo desea la opinión pública? Va a ser que sí.

Desde aquí me gustaría recordar a quien corresponda que hay que esperar, que hay que seguir esperando por muchos años. “A un rey solo debe jubilarle la muerte. Que muera en su cama y se pueda decir “el rey ha muerto, viva el rey”. “Ni el Rey está cansado ni el Príncipe impaciente. ¿Abdicar? ¡Nunca! El Rey no abdicará jamás. No lo hemos hablado. Se da por sobreentendido” (palabras de la reina Sofía).

No hay que olvidar que don Juan Carlos solo tiene una pasión para la que fue educado desde niño: ser Rey de España, como escribe José María Carrascal. Además, la abdicación es técnicamente imposible ya que no existe esa ley Orgánica o Ley de la Corona que si haría posible que el heredero se convirtiera en el nuevo rey Felipe VI. El Gobierno con buen sentido asegura que no se plantea la posibilidad de desarrollar ley alguna que regularice el papel del Príncipe. No es otro que esperar hasta que el Rey muera. ¡Larga vida a Su Majestad!

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