“Hay españoles honrados que consideran conveniente que el Rey abdique.
Sin embargo, la inmensa mayoría de los que propugnan la abdicación son
extremistas que desean extirpar del cuerpo de España a la Monarquía. Si
se descarna la maniobra se comprenderá enseguida su alcance. Tras casi
38 años en la Jefatura del Estado, el Rey, a pesar de ciertos pasajes
familiares, conserva un alto prestigio internacional y también nacional.
Es muy difícil cuartearle. La última manifestación contra él,
albriciada a bombo y televisión, no congregó ni a un millar de personas.
El Príncipe Felipe es un hombre en plenitud, con excelente preparación y
sobrada experiencia, que desempeñaría estupendamente las funciones
constitucionales de la Jefatura del Estado, suponiendo que el Rey
abdicara. Pero si una desgracia terminara con la vida de Don Felipe
convertido en Rey, una enfermedad, un accidente, un atentado en algunos
de los países iberoamericanos a los que acude para asistir a la
investidura de sus presidentes, entonces quedaría como sucesora una niña
de pocos años, la Infanta Leonor. Hasta su mayoría de edad, la regencia
la desempeñaría Doña Letizia, de la que tengo el mejor concepto
personal pero hay que reconocer que difícilmente sería aceptada por la
opinión pública en el papel de Regente del Reino. La prudencia y el buen
sentido aconsejan que el Rey, salvo imposibilidad física o mental, no
se plantee la abdicación por lo menos hasta la mayoría de edad de la
Infanta.
Como se ha explicado editorialmente en este periódico, lo que conviene a
España en estos momentos es la estabilidad, aprovechar la experiencia
del Rey, su ancho prestigio internacional, su reconocida habilidad para
la gestión. A pesar de la mala suerte de unas operaciones quirúrgicas
desafortunadas, Don Juan Carlos resolvió la adjudicación del ferrocarril
Medina-La Meca con beneficio extraordinario para la economía española. Y
lo más importante: su viaje a Marruecos normalizó unas relaciones
siempre arriscadas y comprometidas. Algunos dicen que Brasil retrasó la
adjudicación de su Ave gracias, al menos en parte, a una gestión del
Rey, cuando el accidente de Santiago fragilizaba la aspiración española.
Cierto dirigente de partido político clama por la abdicación del Rey y a
continuación exige un referéndum sobre la Monarquía. Olvida que los
pasos para semejante propósito están regulados en la Constitución y,
sobre todo, que los partidos políticos que él representa constituyen el
tercero de los diez grandes problemas que agobian a los españoles,
mientras la Monarquía, aunque ya no ocupe el primer puesto en aceptación
popular, permanece en un tercer lugar, a pesar de la campaña de
desprestigio a la que está sometida por la ultraizquierda y la
ultraderecha, pues los extremos se tocan.
El paro abrumador, la deuda que raspa ya el PIB, la crisis económica
todavía con algunos flancos descubiertos, el secesionismo de Cataluña
atizado por Oriol Junqueras y su marioneta Arturo Mas, y otras
cuestiones territoriales y sociales son los problemas que agobian a los
españoles. La abdicación del Rey está al margen de la preocupación
popular y solo se habla de ella en algunas tertulias de radio o
televisión, generalmente con más ligereza que conocimiento de causa.
España, en fin, tiene una forma de Estado instalada en la más completa
modernidad, como Suecia, Dinamarca, Holanda o Noruega, como Inglaterra y
Japón, que funciona eficazmente conforme al mandato del pueblo español,
pues en nuestra Monarquía de todos es, efectivamente, el pueblo el que
encarna la soberanía nacional y el que decide las funciones del Rey a
través de la voluntad general libremente expresada. Algún columnista que
hace juegos malabares con adjetivos y personajes históricos se esfuerza
por estercolizar la Corona. Ciertos políticos calcinados, con tendencia
al bóvido y al pienso, toman posiciones para preservar en el futuro su
pesebre. Hay un escritor, que haría un tambor con la piel de su madre
para redoblar sobre ella sus propias alabanzas, dispuesto siempre a
disparar a quemarropa contra el Rey. Inútil propósito. Tenemos Juan
Carlos para rato”.
(*)De la Real Academia Española
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