El Rey Juan Carlos contaba con hacer de 2013 el
año de su retorno. Borrón y cuenta nueva. Pero no pudo ser. Después de
haber arrancado enero con una declaración optimista que sonó a antídoto
contra los rumores abdicación -"estoy en forma y con ilusión para
seguir", dijo en TVE pocos días después de su 75º cumpleaños y con tres
operaciones de cadera aún recientes a sus espaldas-, en marzo tuvo que
regresar al quirófano para ser operado de una doble hernia discal y,
cuando ya cantaba victoria tras el esforzado viaje a Marruecos de julio,
la cadera izquierda, de la que había sido intervenido en noviembre
2012, volvió a darle problemas serios. En septiembre fue ingresado para
la primera fase de un proceso quirúrgico que culminó dos meses después y
aún pasarán varias semanas hasta que pueda andar normalmente. Sus
sueños se desmoronaron.
Los problemas de salud del Monarca, que según
aseguran en Zarzuela vuelve a estar fuerte y animoso, han hecho que el
Príncipe de Asturias asuma cada vez más protagonismo. Ya lo tuvo en 2012
cuando por idénticos motivos su participación en actos oficiales casi
dobló en número a la de don Juan Carlos. Se podría hablar casi de un
ensayo general para el momento en el que le toque asumir la jefatura del
Estado, aunque se trata de un ensayo con limitaciones porque, de
acuerdo a la legislación vigente, las funciones del Rey son indelegables
lo que significa que no puede ser sustituido por nadie para realizar
aquellos actos considerados de Estado.
El heredero presidió así el primer desfile del 12
de octubre en el que su padre no pudo estar presente -aunque ni se le
rindieron los mismos honores ni el himno nacional se tocó en su versión
extendida, amén de otras diferencias de protocolo- pero no pudo ocupar
el lugar de don Juan Carlos en la Cumbre Iberoamericana que tuvo lugar
en Panamá a mediados de ese mismo mes, a pesar de lo cual viajó hasta el
país centroamericano para participar en una serie de eventos paralelos.
La situación ha obligado a la Casa del Rey a
redoblar sus esfuerzos para negar que esto sea el preludio de una
renuncia, no una sino varias veces. Tuvo que hacerlo cuando el primer
secretario de los socialistas catalanes, Pere Navarro, rompió una
especie de pacto no escrito entre la monarquía y las fuerzas políticas
mayoritarias para abogar porque el Príncipe tome las riendas de una
segunda transición. También tras las abdicaciones, este mismo año, de la
reina Beatriz de Holanda y el rey Alberto II de Bélgica. Pero
curiosamente cuando más se dispararon las alarmas fue en septiembre,
precisamente el día que se anunció en una insólita rueda de prensa en el
Palacio de la Zarzuela, la primera de la historia, que don Juan Carlos
tenía una infección en la cadera y que se había llamado para tratarlo a
una eminencia médica de la clínica estadounidense Mayo, el cirujano
gallego Miguel Cabanela.
El alboroto durante aquella jornada fue tal, hasta
que finalmente hubo explicación oficial de lo que estaba ocurriendo,
que el jefe de la Casa del Rey se vio obligado a asegurar que la
abdicación nunca había estado sobre la mesa y que tampoco se había
planteado la posibilidad de recurrir al jamás empleado artículo 59.2 de
la Constitución, que señala al Príncipe heredero como regente en caso de
que el Rey quede inhabilitado para el ejercicio de su autoridad, algo
que, en todo caso, ha de ser reconocido por las Cortes Generales.
2013 se cierra ahora con el Monarca aún
convaleciente y sin que se hayan disipado las dudas sobre su capacidad
para poder seguir ejerciendo el cargo en plenitud de facultades. Todo en
medio de una gravísima crisis de credibilidad que afecta a las
instituciones democráticas españolas y de la que no ha podido inhibirse
una Monarquía salpicada por el escándalo del 'caso Nóos'. El Rey ha
dejado de ser intocable, aunque su figura sea irresponsable ante la
Justicia. La prueba fue la reacción ante la cacería de Botsuana en 2012.
Y, ya este año, el escrutinio sobre la herencia que recibió de don Juan
en cuentas suizas y sobre cuyo pago de impuestos La Zarzuela es incapaz
de responder.
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