martes, 24 de junio de 2014

Es ella quien ha cambiado… yo no / Jaime Peñafiel

Desde el pasado día 19, han sido muchos, muchísimos, incluidos los compañeros de esta profesión tan cortesana, “solidaria” y cainita, también cientos de twitteros, los que me han tomado el número cambiado. Todos se han sorprendido que, en mis crónicas así como en comparecencias en programas de televisión, haya destacado y aplaudido la actitud de Letizia, en todo momento correcta. 

Nada que ver con aquella joven del día de su presentación del Palacio de El Pardo, cuando mandó callar al Príncipe, con la inolvidable frase “déjame hablar a mi”. Durante estos diez años, no ha hecho otra cosa.

Por todo ello, preocupación, al menos por mi parte, había por ver su comportamiento el día de la proclamación del heredero como rey Felipe VI.

Justo es reconocer que fue casi perfecto. En todo momento ella aceptó que el Rey es él; que Jefe del Estado solo hay uno; que su papel es el de consorte; que la Constitución solo le reconoce a él; que los reales decretos solo son sancionados por el nuevo monarca; y que eso de “los reyes” es un eufemismo, solo existe el Rey.

Difícil será mantener esa parcela de privacidad que siempre ha defendido y mucho menos ser Reina consorte de 9 a 2. También difícil entrar y salir al cine o a cenar con las antiguas “compis”.

El cambio más inmediato afectará, sobre todo, a las vacaciones veraniegas, que están al caer. Eso de que Palma “no es un lugar para vacaciones” ha pasado a la historia. También perderse en paraísos desconocidos como hacía todos los veranos. O huir, como hizo el verano pasado, dejando a su marido e hijas con la abuela Sofía porque no aguantaba Marivent.

Letizia debe saber que ahora y no antes sentirá toda la servidumbre del cargo. “Con ese duro y hasta cruel peaje de salida” (Pedro J. dixit).

Su comportamiento debe ser el mismo que mantuvo durante los pasados 18 y 19, reconocido no solo por este columnista sino por toda la prensa en general. Lo que no se pudo evitar fue “el merengue tipográfico que todo lo pringó y embadurnó”. Pienso que, concediéndole el beneficio de la duda, “ha debido sonrojarle tan desmesurada cantidad de babosos comentarios” (Carlos Boyero), porque babosos y cortesanos se mostraron la mayoría de los periodistas que participaron en las tertulias a pie de calle. No solo los habituales sino también los comentaristas serios y sesudos cuya palabrería sonrojaba a la audiencia. ¡Cómo se podían decir tantas tonterías!

¿Advirtió alguien que cuando Felipe VI se refirió, en su discurso de muchas frases bonitas que no decían nada, a la necesidad de la Corona de “observar una conducta íntegra, honesta y transparente”, presentes en la tribuna de invitados se encontraban el padre y la abuela de la nueva reina consorte, imputados por alzamiento de bienes, junto a la ausente tía Henar?

Tiempo habrá de ir comentando los excesos y defectos de ese día. Que haberlos, los hubo. También las crueldades, entre ellas permitir que don Juan Carlos pasara por la humillación de recoger, deprisa y corriendo, hasta las fotografías familiares y otros objetos de su despacho, como hacen los ejecutivos que cesan o despiden. Una gratuita humillación que el Rey no se merecía. 

Si los internautas piensan que este columnista ha cambiado, tendrán que reconocer que quien ha cambiado… por ahora, ha sido ella. Yo sigo siendo el mismo. Ecuánime, crítico e independiente. Por todo ello, Letizia borró mi nombre de la lista de más de 2.500 invitados a la recepción del Palacio Real tras la proclamación.

Queridos, no preocuparos, ya vuelve el español donde solía, que decía aquel académico llamado Federico García Sanchiz.

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