La terrorífica foto del rey emérito
con el príncipe heredero de la Arabia Saudí en Abu Dhabi, en un ambiente
distendido y ajeno los sucesos que señalan a Mohamed bin Salmán como
responsable del asesinato del periodista saudí Yamal Khashoggi, en la
embajada de su país en Estambul, es una página negra para la monarquía
española.
Si la foto no era evitable, Juan Carlos I no debería haber cometido la
torpeza de viajar a Abu Dhabi. En estos momentos, no es un honor haber
sido la primera personalidad occidental de relieve que se deja
fotografiar con tan espantoso personaje y traslada del rey emérito una
actitud de gran pasotismo por lo que pueda suceder. Algo que, por otro
lado, tampoco es nuevo en los últimos tiempos.
La Zarzuela, de nuevo en el ojo del huracán, ha intentado disculparle
y rebajar la polémica aún a sabiendas del daño que la imagen le hace y
que quedará como una señal de fin de etapa.
Podemos le ha atacado con
dureza, igual que los partidos independentistas; Ciudadanos también ha
estado crítico y el PSOE, incómodo, ha pedido suavemente explicaciones.
El PP ha callado.
Demasiado
ruido para una institución que no está en su
mejor situación y en unos momentos en que se intenta desesperadamente
incorporar a Juan Carlos I a los actos del 40º aniversario de la
Constitución, que se pretende celebrar en Madrid este año por todo lo
alto.
Mientras, el Parlament de Catalunya ha dado el primer paso para crear una comisión de investigación sobre
la monarquía borbónica con el apoyo de cuatro fuerzas políticas de la
Cámara catalana, Junts per Catalunya, promotor de la iniciativa, ERC,
los comunes y la CUP que representan a 78 diputados del total de 135.
O
sea, el 58% de los escaños.
Los letrados de la Cámara no han visto
objeciones a su creación aunque mucho me temo que la comisión será
detenida en algún otro estadio, bien sea político o judicial. Si no, al
tiempo.
La combinación de las dos noticias en un lapso tan pequeño de tiempo
no hace sino poner de relieve la enorme distancia entre monarquía y
ciudadanía. La institución alejada de su necesaria y obligada prudencia y
neutralidad, algo cada vez más evidente y que ha tenido episodios como
el del pasado 3 de octubre que le ha costado una ruptura total con la
sociedad catalana.
Pero también el hecho de llevar iniciativas al
Parlament del todo impensables hace muy poco tiempo. El alejamiento cada
vez es mayor.
(*) Periodista y ex director de La Vanguardia
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