Desde que tengo uso de razón, el día de Nochebuena, en mi casa, nos
concentramos todos alrededor de la televisión a las 20:55 para ver el
discurso del rey. Somos una familia republicana, pero nunca está de más
estar informado para luego poder analizar o criticar —si viene a cuento—
el rato en el que un señor al que nadie ha votado nos habla a todos los
españoles.
Por primera vez, este año, he sentido que existo. Tanto yo
como mi entorno existimos. Y, aunque mis expectativas sean muy bajas, he
sentido comprensión. La primera vez en 25 años que siento que el
mensaje de Navidad va dirigido, de verdad, a todos los españoles.
Después de mucho tiempo, el tema central del discurso del monarca
fuimos los jóvenes. Ni Cataluña ni la unidad de España (que también
estuvieron presentes, claro), sino los jóvenes. Por primera vez sentí
que nuestras ambiciones y problemas habían llegado a la Zarzuela, a
pesar de que llevamos casi diez años reivindicando unos derechos
básicos, un trabajo digno, unas condiciones que nos permitan
emanciparnos o el suficiente respaldo económico para formar una familia,
los que queramos.
A diferencia de sus generaciones precedentes,
los millenials no han podido heredar los logros conseguidos. Por primera
vez tras la posguerra, esta tendencia cambia: todos los datos nos dicen
que viviremos peor que nuestros padres. Nosotros lo sabemos. Lo sabemos
por las miles de horas que echamos por un sueldo irrisorio, por no
poder volar del nido, por no poder crecer emocional y personalmente al
no tener ingresos suficientes, por no poder ser autosuficientes...
Lo
sabemos porque lo vivimos. Porque lo sufrimos. Porque
muchos de nosotros, la mayoría, nos hundimos a diario en la
frustración. Otros sufrimos depresión, ansiedad... Y casi ninguno
alberga una mínima confianza en el futuro.
Pero, ¿lo sabe de verdad el rey? ¿lo saben los políticos? ¿Lo sabe el
PP? ¿Y el PSOE? ¿Lo saben Puigdemont, Torra o los protagonistas de la
crisis catalana? ¿Y los que cuelgan la banderita de España en el balcón?
Nos hemos pasado años viendo cómo nuestro futuro era algo secundario en
la agenda política: el paro juvenil, la reforma laboral, las tasas de
las universidades, las prácticas mal pagadas, los trabajos ruineros como
los que ofrecen empresas como Glovo o Deliveroo...
Nada de eso
importaba porque España se rompía, porque había cambio de Gobierno, una
moción de censura, porque hay políticos en el exilio y otros presos.
Obviamente, todos esos temas son importantes. Pero a nosotros nos han
silenciado e ignorado. Tenemos colegas buscándose la vida en otros
países, pluriempleados o con verdaderos problemas familiares por
convivir en casa con sus padres a los 30 años y tener que seguir
pidiéndoles la paga a pesar de tener una carrera y un máster. Y eso no
hay banderita que lo tape.
"Como sociedad tenemos una deuda pendiente con nuestros jóvenes",
decía el rey ante la cámara, "somos responsables de su futuro y las
circunstancias de hoy en día no son, ni mucho menos, las más fáciles".
Hizo mención a las nuevas tecnologías y nuevos "interrogantes" que se
nos plantean. "Queréis vivir y convivir, pero tenéis problemas serios".
"Os tenemos que ayudar a que podáis construir un proyecto de vida
personal y profesional, con un trabajo y un salario dignos, a tener un
lugar adecuado donde vivir y, si así lo queréis, a formar una familia y
poder conciliar con la vida laboral". Llegó un momento no supe si estaba
viendo un discurso de Felipe VI o una asamblea del 15M.
He tenido sentimientos encontrados. Este año he dudado de hasta qué
punto las palabras del monarca están condicionadas por el Gobierno de
turno. Y entonces, ¿de qué me sirve lo que me diga hoy si cambiará en la
próxima legislatura? Por eso, mis expectativas en que el discurso tenga
una traducción real son pocas.
Durante los últimos años he dudado mucho
si sentarme junto a mi familia a escuchar hablar a Juan Carlos I y Felipe VI
o hacer apagón informativo, como pedían muchos colectivos republicanos.
Esta vez decidí escucharle y me quedo con que, al menos, tuve la
certeza de que existimos.
Por un breve momento fue reconfortante
verme reflejada en las palabras del rey. Pero no es suficiente: para las
semanas, meses y años venideros palabras similares deberían salir por
boca de los políticos. Que nos escuchen. Y que actúen. No se puede
seguir construyendo un país ignorando a los que forjamos su futuro.
(*) Estudiante de Ciencias Políticas y Administración Pública en la UAM
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