miércoles, 26 de diciembre de 2018

Un mensaje para los menos monárquicos / Fernando Ónega *

Pocas veces se esperó con tanto interés un mensaje de Navidad del rey de España. Las circunstancias que vive el país, con tantas crisis abiertas, lo justificaban. Lo justificaba especialmente la cuestión catalana y los últimos acontecimientos que hicieron que algunos partidos atribuyan al presidente del Gobierno una rendición ante el independentismo. Y el jefe del Estado habló de Catalunya, aunque no la citó por su nombre. 

Todos interpretamos que se refería a Catalunya cuando habló de convivencia, palabra que repitió cinco veces y la consideró “el mayor patrimonio que tenemos”. Y se refería, sin duda, a Catalunya cuando proclamó la necesidad de cuidar y reforzar “los profundos vínculos que nos unen y que siempre nos deben unir”.

Conciliador en la forma, este mensaje no tiene nada que ver con el del 3 de octubre del 2017, en el que actuó como jefe del Estado al que sólo faltaba el uniforme de capitán general frente al tsunami secesionista. Ahora se puso más en rey de todos los españoles, con un lenguaje buenista, incluso dulzón, y en el que resaltaron siete conceptos. 

Podría ser el sermón real de las siete palabras: reconciliación, concordia, diálogo, entendimiento, integración, solidaridad, convivencia. Si esto no está pensado para Catalunya, que venga Dios y lo vea. Y si esto, ­incluido el tono, no está más cerca de la estrategia de Pedro Sánchez que de los truenos del PP y Ciudadanos, que venga Dios y lo vea también.

Llamativos los párrafos en que habló de los jóvenes, en un esfuerzo por mostrarse sensible ante sus problemas de empleo, de trabajo acorde con su formación, de sus salarios, y de sus dificultades para desarrollar un proyecto de vida. Parecía un discurso dedicado a la juventud, que fue el otro eje de la intervención. Catalunya, los jóvenes... ¿Significa algo? A mi juicio, mucho: significa que Felipe VI ha querido dirigirse al sector poblacional y a la comunidad autónoma donde la monarquía es menos aceptada y está siendo más cuestionada.

Sumado todo esto, a Felipe VI se le nota la preocupación. Mira al país desde la Corona y encuentra que “las circunstancias de hoy no son, ni mucho menos, las más fáciles”. Si un mensaje real es, como pretende, la transmisión de sus “inquietudes y reflexiones sobre nuestra democracia”, hemos visto a un Monarca necesitado de serenar el ambiente y conjurar la división. Incluso hizo una alusión algo desgarrada al rencor y al resentimiento, que pertenecen a “nuestra peor historia”.

Es como si desde la Zarzuela se percibiera que los grandes activos consagrados en la Constitución se hubiesen dañado y, de la misma forma que su padre fue el “motor del cambio”, él se siente en la obligación de enderezar lo que se ha torcido y de restaurar los valores que el tiempo ha deteriorado. Sus llamadas a evitar que se malogre la convivencia o a alejar “el desencanto y el pesimismo” muestran la imagen de un rey tranquilo, pero inquieto por el panorama que divisa.

No se hacen tantas llamadas a los consensos cívicos y sociales, incluso a apoyar a quien cumple con su obligación (¿Pedro Sánchez quizá?) si no hay profundas razones para hacerlo.
 
 

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