Felipe VI es el único español al que la
primera pregunta que le plantearías no tiene que ver con el coronavirus.
De ahí la incertidumbre sobre si pensaba leer el discurso del corona o
el discurso de la corona.
No hubo sorpresas, más allá de presentarse de pie y de ponerse la mano
en el corazón, un rasgo casi histriónico en un monarca inexpresivo.
Aprovechando
el arresto domiciliario al que estamos sometidos, agarre por favor una
hoja de papel y trate de escribir un discurso apañado para un Rey que acaba de abominar de su padre y que se dispone a hablar de otra cosa. Apuesto
a que no se le ocurrirá ni una línea, por lo que cabe disculpar a los
funcionarios atascados en idéntica tesitura. Espolvorearon el coloquial
"mucha fuerza", el beligerante "ganarle al virus", incluso tomaron del
inolvidable Rajoy el clásico "España es un gran país".
La
pobreza retórica de la intervención carece de importancia, porque los
telespectadores que no estaban participando en la cacerolada traducían
libremente "por esta crisis sin precedentes en
que me metieron mi padre y Corinna", "ha alterado nuestras costumbres
en La Zarzuela" y "debemos dejar de lado nuestras diferencias para
explicarle a esta gente de dónde venían y adónde iban los cien
millones".
El pueblo no pedía "solidaridad" sino explicaciones,
más genealógicas que microbiológicas. Felipe VI defraudó porque no
habló de lo otro, pero tampoco podía ensayar a los seis años de reinado
un contrito "lo siento mucho, no volverá a ocurrir". Es duro admitir que
el Rey no tiene salida, y que solo el coronavirus impide el desbordamiento de las incógnitas que plantea la monarquía.
Negar
al predecesor en el trono es peor que matarlo, por lo que se ha
asistido al discurso del Rey huérfano. Felipe VI esquivó el asunto, pero
se exhibió 'Ecce homo' como Isaac obligado a ejecutar a su padre
Abraham. La orfandad en vida es preferible a la pérdida de la corona, pero tampoco garantiza la continuidad en el trono.
¿Huérfano
también de discurso? No hay una sola frase de los siete minutos del
Felipe VI orante que vayan a ingresar en la Historia. Su padre ha tenido
que hacer esfuerzos ímprobos, para arruinar por completo el crédito que
lo consagró como uno de los Jefes de Estado más reconocidos del
planeta. Sánchez orquestó el martes una inyección de 200 mil millones de
euros, para camuflar en un ejercicio de funambulismo su desprecio hacia
las actividades de Juan Carlos I, salvando por los pelos a su hijo.
Felipe VI no ha ocupado nunca el centro de la escena.
En sus apariciones públicas se ve superado por el impacto de su esposa.
Se puede alegar que también John Kennedy se presentaba en París al
grito de "soy el hombre que acompaña a Jackie" pero, Don Felipe, usted
no es Kennedy. Puede ensayar una restauración, pero no puede dejarla a
medias.
(*) Químico, profesor y columnista mallorquín
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