Esta semana se cumplen 37 años de la muerte de Franco (20N) y la
proclamación (que no coronación) de Juan Carlos I como rey de España
(22N). Franco impuso un régimen continuador del Movimiento Nacional: una
"monarquía del Movimiento", decían. No todo les salió bien. El tránsito
a la democracia culminó en 1978 con la Constitución y como forma
política del Estado la monarquía parlamentaria. El rey ni juró, ni
prometió la Constitución. Solo la sancionó. Su poder era previo:
franquista y monárquico.
Franco estableció las bases para el futuro monárquico de España en 1947, con la Ley de Sucesión en la Jefatura del Estado, que declaraba a España Reino y otorgaba al Jefe del Estado la facultad de proponer a las Cortes la persona que lo sucedería a título de rey. A Franco le hubiera gustado ser rey de España, por la gracia de dios, y usurpó prerrogativas reales, concedió títulos nobiliarios bajo palio y con guardia mora. Vivió como un rey, con el boato y protocolo franquista, parecido a la corte real de Alfonso XIII, pero con guerrera blanca, camisa azul y boina roja, España era una democracia orgánica, sin democracia, además de un reino sin rey.
Ya había reino sin trono, sustentado por una cruel dictadura; faltaba elegir a la persona, al sucesor; y no iba a ser el heredero del anterior rey -Alfonso XIII había sido declarado culpable de alta traición, degradado de sus dignidades y expropiados sus bienes por las Cortes de la República-. Franco cerró la puerta a don Juan en la propia Ley de Sucesión: El Jefe del Estado puede proponer a las Cortes la exclusión de la sucesión a aquellas personas reales carentes de la capacidad necesaria para gobernar o que “por su desvío notorio de los Principios Fundamentales del Estado o por su actos, merezcan perder derechos de sucesión establecidos por esta Ley”. Don Juan no reunía las características adecuadas; parece que era demasiado liberal, pero su hijo podría resultar.
Demasiadas intrigas e intereses para la reinstauración (restauración o instauración según lo dijeran unos u otros) de la monarquía en España. Tras descartar al heredero legítimo, elige al hijo del pretendiente. Un niño al que podría adoctrinar en la ideología del régimen, como hizo. Comenzó cambiándole el nombre; de Juanito, a Juan Carlos. No es hasta el 22 de julio de 1969, cuando con el título de Príncipe de España, Juan Carlos jura como sucesor de Franco.
Ese fue el primer acto institucional del actual rey en su camino al trono de España. Jura fidelidad a los principios del Movimiento, acepta ser sucesor de Franco a título de rey, “recibiendo de Su Excelencia, la legitimidad política surgida del 18 de julio”. Aseguraba para él y los suyos una corona que hoy todavía ostenta; y el régimen garantizaba el franquismo sin Franco, convencidos de que un príncipe que jurase fidelidad a los principios y leyes del Movimiento, traicionando a su padre, sería fácil de manejar.
Juan Carlos fue nombrado sucesor del dictador. Franco delegó en él en dos ocasiones por motivos de salud, por lo que podría decirse que el rey “ejerció de dictador suplente” en dos ocasiones, antes de ser rey. El monarca se acomodó al sistema, y el pueblo se acostumbró a un rey, al que mantenía económicamente, sin opinión, salvo el día de nochebuena, delante de un “belén” y acompañado de anís y sonidos de zambomba y pandereta.
La monarquía, por su naturaleza, es antidemocrática; atenta contra la igualdad de oportunidades y al principio constitucional de igualdad ante la ley. Es un órgano del Estado, sobre el que el propio Estado no tiene ningún tipo de control: ni político, ni económico, ni de ninguna naturaleza. Las Cortes que representan a la soberanía nacional, no tienen competencia alguna sobre la gestión de la Casa Real. La persona del rey es inviolable constitucionalmente, lo que le sitúa por encima de la ley. La corona es un órgano opaco, poco transparente, que no da cuentas a nadie, sobre nada y de todo. Es tiempo de pensar en el cambio, por cuestión de salud democrática.
“Ningún demócrata puede negar la afirmación de que ninguna generación puede comprometer la voluntad de generaciones sucesivas”, dijo Luis Gómez Llorente en la Comisión donde se debatía el texto constitucional.
La monarquía está en los momentos más bajos de popularidad y hoy no quiero poner más puntos negativos, a la monarquía que representa la persona de un rey irresponsable legalmente. Bastante tiene en casa con los casos de supuesta corrupción familiar, sus negocios, sus amistades peligrosas y sus escapadas a cacería y supuestos amoríos. Juan Carlos es un rey marcado por los elefantes y las armas de fuego. Ya el 23F de 1981, el “elefante blanco” no llegó a entrar en el hemiciclo, aunque todo parece que sí llegó a las Cortes, “en nombre del rey”, para proponerse como solución al golpe de estado, con otro golpe palaciego. El otro elefante es africano y calló abatido por una bala real. Los dos actos los salvó con dignidad.
Durante la Transición se establece la monarquía parlamentaria como modelo político del Estado. Todo fue posible por el acuerdo tácito de pasar página; por miedo y por el ansia y anhelo de libertad. La Constitución fue un trágala para salvar la monarquía, una operación de blanqueo e hipnotismo ejemplar: “o te comes la manzana con gusano o no hay manzana”, dice el profesor Vicenç Navarro. El rey ostentaba la legalidad fáctica heredada de Franco, la legitimidad dinástica de su padre, pero no fue hasta el 23F en el que pasó, de ser el rey de Franco, a salvador de la democracia. Se trataba de consolidar al rey, ya fuese con el triunfo del golpe de estado o con su fracaso. Y lo consiguieron.
Franco estableció las bases para el futuro monárquico de España en 1947, con la Ley de Sucesión en la Jefatura del Estado, que declaraba a España Reino y otorgaba al Jefe del Estado la facultad de proponer a las Cortes la persona que lo sucedería a título de rey. A Franco le hubiera gustado ser rey de España, por la gracia de dios, y usurpó prerrogativas reales, concedió títulos nobiliarios bajo palio y con guardia mora. Vivió como un rey, con el boato y protocolo franquista, parecido a la corte real de Alfonso XIII, pero con guerrera blanca, camisa azul y boina roja, España era una democracia orgánica, sin democracia, además de un reino sin rey.
Ya había reino sin trono, sustentado por una cruel dictadura; faltaba elegir a la persona, al sucesor; y no iba a ser el heredero del anterior rey -Alfonso XIII había sido declarado culpable de alta traición, degradado de sus dignidades y expropiados sus bienes por las Cortes de la República-. Franco cerró la puerta a don Juan en la propia Ley de Sucesión: El Jefe del Estado puede proponer a las Cortes la exclusión de la sucesión a aquellas personas reales carentes de la capacidad necesaria para gobernar o que “por su desvío notorio de los Principios Fundamentales del Estado o por su actos, merezcan perder derechos de sucesión establecidos por esta Ley”. Don Juan no reunía las características adecuadas; parece que era demasiado liberal, pero su hijo podría resultar.
Demasiadas intrigas e intereses para la reinstauración (restauración o instauración según lo dijeran unos u otros) de la monarquía en España. Tras descartar al heredero legítimo, elige al hijo del pretendiente. Un niño al que podría adoctrinar en la ideología del régimen, como hizo. Comenzó cambiándole el nombre; de Juanito, a Juan Carlos. No es hasta el 22 de julio de 1969, cuando con el título de Príncipe de España, Juan Carlos jura como sucesor de Franco.
Ese fue el primer acto institucional del actual rey en su camino al trono de España. Jura fidelidad a los principios del Movimiento, acepta ser sucesor de Franco a título de rey, “recibiendo de Su Excelencia, la legitimidad política surgida del 18 de julio”. Aseguraba para él y los suyos una corona que hoy todavía ostenta; y el régimen garantizaba el franquismo sin Franco, convencidos de que un príncipe que jurase fidelidad a los principios y leyes del Movimiento, traicionando a su padre, sería fácil de manejar.
Juan Carlos fue nombrado sucesor del dictador. Franco delegó en él en dos ocasiones por motivos de salud, por lo que podría decirse que el rey “ejerció de dictador suplente” en dos ocasiones, antes de ser rey. El monarca se acomodó al sistema, y el pueblo se acostumbró a un rey, al que mantenía económicamente, sin opinión, salvo el día de nochebuena, delante de un “belén” y acompañado de anís y sonidos de zambomba y pandereta.
La monarquía, por su naturaleza, es antidemocrática; atenta contra la igualdad de oportunidades y al principio constitucional de igualdad ante la ley. Es un órgano del Estado, sobre el que el propio Estado no tiene ningún tipo de control: ni político, ni económico, ni de ninguna naturaleza. Las Cortes que representan a la soberanía nacional, no tienen competencia alguna sobre la gestión de la Casa Real. La persona del rey es inviolable constitucionalmente, lo que le sitúa por encima de la ley. La corona es un órgano opaco, poco transparente, que no da cuentas a nadie, sobre nada y de todo. Es tiempo de pensar en el cambio, por cuestión de salud democrática.
“Ningún demócrata puede negar la afirmación de que ninguna generación puede comprometer la voluntad de generaciones sucesivas”, dijo Luis Gómez Llorente en la Comisión donde se debatía el texto constitucional.
La monarquía está en los momentos más bajos de popularidad y hoy no quiero poner más puntos negativos, a la monarquía que representa la persona de un rey irresponsable legalmente. Bastante tiene en casa con los casos de supuesta corrupción familiar, sus negocios, sus amistades peligrosas y sus escapadas a cacería y supuestos amoríos. Juan Carlos es un rey marcado por los elefantes y las armas de fuego. Ya el 23F de 1981, el “elefante blanco” no llegó a entrar en el hemiciclo, aunque todo parece que sí llegó a las Cortes, “en nombre del rey”, para proponerse como solución al golpe de estado, con otro golpe palaciego. El otro elefante es africano y calló abatido por una bala real. Los dos actos los salvó con dignidad.
Durante la Transición se establece la monarquía parlamentaria como modelo político del Estado. Todo fue posible por el acuerdo tácito de pasar página; por miedo y por el ansia y anhelo de libertad. La Constitución fue un trágala para salvar la monarquía, una operación de blanqueo e hipnotismo ejemplar: “o te comes la manzana con gusano o no hay manzana”, dice el profesor Vicenç Navarro. El rey ostentaba la legalidad fáctica heredada de Franco, la legitimidad dinástica de su padre, pero no fue hasta el 23F en el que pasó, de ser el rey de Franco, a salvador de la democracia. Se trataba de consolidar al rey, ya fuese con el triunfo del golpe de estado o con su fracaso. Y lo consiguieron.
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