martes, 18 de diciembre de 2012

La Casa Real apuesta por la cirugía / Javier González Méndez

Salvando el "ahora caigo" de Arturo Valls, las posibles caídas que mantenían a los españoles más atentos a la pantalla han sido las del Rey, en cada recepción oficial en la que daba un traspiés ante Dios, los dignatarios del mundo y las cámaras de televisión.

Pero la Casa Real ha decidido eliminar el número del Monarca equilibrista, y el pueblo se ha quedado, de golpe y sin anestesia, sin "pan" por parte de La Moncloa y sin "circo" por parte de La Zarzuela, o sea, sin las dos patas trascendentales de supervivencia que legó el imperio romano a los futuros poderes establecidos.

A lo mejor daba más resultado prolongar la inestabilidad física de su Majestad, oye. Porque una cosa son los españoles, más o menos sádicos, que esperaban como agua de mayo un simple tropezón de su Rey para practicar inofensiva risoterapia colectiva, asunto que parece haber dejado zanjado el bisturí del doctor Villamor.

Y otra, muy distinta, los españoles que llevan un horror haciendo vudú para que la Corona pierda su equilibrio institucional, a ver si pueden aplacar un curioso síndrome de abstinencia republicana heredado por transmisión genética.


Pero Zarzuela ha decidido afrontarlo todo a la vez. Ya puestos a practicar intervenciones quirúrgicas, ha reparado la maltrecha cadera de Juan Carlos I, ha rechazado la prótesis plebeya de Urdangarín con defectos de fábrica y le ha implantado a la institución una prótesis on line para que deje de ir renqueando por los inescrutables caminos de la opinión pública y la opinión publicada.

Según los partes médicos de Ángel Villamor, Rafael Spottorno y Javier Ayuso, las operaciones se han desarrollado con éxito y el Monarca y la Monarquía se recuperan satisfactoriamente. Ya se ha anunciado en un comunicado que el pueblo empieza a olvidar el asunto de Botsuana que, por cierto, sólo en un país de charanga y pandereta como el nuestro se puede convertir en un grave asunto de Estado.

Lejos de mí la funesta manía de ser monárquico o todo lo contrario, director. Teniendo en cuenta el histórico de los servicios que ambas fórmulas le han prestado a España, ni con una cosa ni con la otra, a mis escasas luces, han tenido nuestros males remedio.

Cierto es, señores del jurado, que la sangre azul borbónica ha contagiado de "hemofilia" a nuestra historia. Pero es que, en las contadas ocasiones en las que han corrido por las venas de nuestras instituciones gotas de sangre jacobina, brotaban de manantiales tan excesivamente serenos (apáticos, teóricos) los versos de los Machados y las prosas de los Azañas, que el pueblo acababa liándose a garrotazos como los proféticos personajes de Goya.


Ni me pone el futuro de los realistas que quieren que sus nietos conozcan a Felipe VI, ni el de los "raholistas" que quieren plantar los "pilares" de la 3ª República. Aburren las jóvenes réplicas de Anson, que ni siquiera piden una caña, sino "Coronitas". Y conmueven los jóvenes y las jóvenas, con sus tricolores al viento, que viven un apasionado amor platónico de oídas con la República y otro apasionado amor a ojo, virtual, con un desconocido/a en las antípodas del ciberespacio.

A lo que yo he venido aquí, director, es a hablar de las prótesis Reales, como Umbral fue una vez a televisión a hablar de su libro. De las que le han puesto al Rey para que su vereda deje de estremecerse al ritmo de sus caderas. De esa on line que le han colgado a La Corona para que pueda trabajar con Red de aquí en adelante.

De la que le ha copiado el Vaticano a La Zarzuela, en una clara demostración de que ni Dios, en estos tiempos, se atrevería a enviar a sus discípulos a "pescar hombres", sino a "pescar internautas". Rafael Spottorno ha iniciado la renovación pendiente de la monarquía con un ambicioso plan de estabilidad protésica. Extirpado Marichalar, desactivado Urdangarín y operada por fuera y por dentro la Princesa Letizia, el Jefe de la Casa Real aseguran que vuelve a gritar por los corredores de La Zarzuela: ¡larga vida al Rey!


Servidor, no es por aguar la fiesta, pero en términos anatómicos a la Corona le sigue fallando la cadera izquierda. Desde que se fue Felipe, el último gran valido de un Borbón en tierra hostil, Zarzuela escora a babor. A Felipe es que le seguían dando yuyu los caudillos, y con razón, y se aferró con uñas y dientes al mal menor de un Rey al que bendijo urbi et orbi ante la izquierda sociológica española.

Pero luego llegó Zapatero, el talante, la ceja, el buen rollito y la alergia genética que le produce históricamente la Monarquía a la progresía, y una mayoría del pueblo español empezó a revisar aquel grito prácticamente unánime que había dado el 20-N de 1975: ¡Franco ha muerto!, ¡Viva el Rey!

Como además la cadera política derecha que sustenta a la Corona padece una luxación crónica, o sea, no es menos monárquica porque no entrena, para La Zarzuela son una tragedia las mayorías absolutas del PP, como para el Rey, hasta hace unos días, eran un drama los actos públicos en salones con desniveles.

Aznar gobernó obsesionado con poder poner las piernas sobre una mesilla Real para demostrarle al pueblo quién mandaba aquí. Al final tuvo que conformarse con la foto friqui del rancho de Texas. Rajoy disimula más, como buen gallego, pero al rey no se le ve cómodo, chico, y no logra disimular la nostalgia de aquel tiempo, ¡qué tiempo tan feliz!, en el que Felipe era la pareja de baile de la Corona, con el mismo éxito que Fred Astaire y Ginger Rogers. ¿A qué espera Teresa Campos para llevarles a su programa?


El Rey está triste, ¿qué le ocurre a su Majestad...? Pues, chico, que Rajoy le pone los cuernos a la Corona con el dichoso déficit y la acaparadora prima de riesgo. Que Moncloa supervisa más sus discursos y sus intervenciones que la Troika las medidas a los gobiernos rescatados.

Que el PP le dejó más sólo ante el peligro de los elefantes de Botsuana que Fred Zinnemann a Gary Cooper en la célebre película. Que el país está en crisis económica, política, social y existencial, y su Majestad con esos pelos, con esos yernos, con esos instintos independentistas, con esa erupción republicana, con ése PSOE, con ese sucesor actual de González, Alfredo Pérez Rubalcaba, el último mohicano del "felipismo", que sería su gran esperanza blanca si pudiese ganar y llevar de nuevo a la izquierda sociológica por el buen redil "juancarlista". El problema es que todo parece indicar que tiene todas las papeletas para desvanecerse en la historia.

¿Qué va a ser de la Constitución, de la Corona, de Cataluña y Euskadi, de España, de los españoles? La respuesta, amigos míos, flota en el viento de la historia que todavía no tiene quien la escriba.

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