sábado, 12 de enero de 2013

La monarquía real - ( Editorial Diario de Gipuzkoa)

La campaña de marketing de la Casa Real para adecentar una imagen pública absolutamente deteriorada de Juan Carlos I, sobre todo como consecuencia de la infame caza de elefantes en Botsuana y la alargada sombra del denominado caso Urdangarin, difícilmente surtirá el fruto deseado -también en aras a la sucesión dinástica- mientras el exsocio de su yerno, Diego Torres, siga poniendo en manos del juez información sumamente comprometedora para el monarca. 

Si ya el pasado marzo remitió cinco documentos en los que se refería a la supuesta mediación del rey en favor de su yerno en un proyecto vinculado a la Copa América (operación en la que también habría intervenido la infanta Cristina), en las últimas horas ha aportado un correo electrónico en el que la amiga del monarca, Corinna Zu Sayn-Wittgenstein, agradece al Instituto Nóos su contribución para que asistiera al Valencia Summit de 2004, "magníficamente organizado" según la noble alemana, por Urdangarin y Torres. 

Ha bastado ese correo para licuar los efectos del publirreportaje de TVE con la servil entrevista de Jesús Hermida. La España cortesana puede echarse a temblar, en la misma medida que la Casa Real, si Torres se sigue guiando por la muy humana sed de venganza, pues Urdangarin le achacó toda la responsabilidad de las irregularidades del Instituto Nóos -organismo sin ánimo de lucro desde el que se desviaron a empresas privadas casi la mitad de lo que facturó a distintas Administraciones entre 2004 y 2006-. Además, la esposa del exsocio del infante consorte ha sido imputada mientras Cristina de Borbón no, pese a operar como socia de la inmobiliaria Aizoon, involucrada en la trama. 

Por lo demás, el último episodio del caso Urdangarin no hace más que reeditar las sospechas de que el rey dejó hacer a su yerno hasta que el cerco se estrechó tanto que amenazó su propia estabilidad, por lo que optó por marcar distancias enviándolo a EEUU permitiéndole, eso sí, cobrar de Telefónica. Una aportación de incalculable valor para la causa republicana, pues poniendo en solfa el juancarlismo se cuestiona la propia institución monárquica, algo que es ya una realidad entre una juventud que no vivió la transición y en la que difícilmente puede calar la idea de que el factotum de la democracia es quien fue designado como sucesor por el dictador que sojuzgó al país durante 40 años. 

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