La campaña de marketing de la Casa Real para adecentar una imagen pública absolutamente deteriorada de Juan Carlos I, sobre todo como consecuencia de la infame caza de elefantes en Botsuana y la alargada sombra del denominado caso Urdangarin, difícilmente surtirá el fruto deseado -también en aras a la sucesión dinástica- mientras el exsocio de su yerno, Diego Torres,
siga poniendo en manos del juez información sumamente comprometedora
para el monarca.
Si ya el pasado marzo remitió cinco documentos en los
que se refería a la supuesta mediación del rey en favor de su yerno en
un proyecto vinculado a la Copa América (operación en la que también
habría intervenido la infanta Cristina), en las últimas horas ha aportado un correo electrónico en el que la amiga del monarca, Corinna Zu Sayn-Wittgenstein,
agradece al Instituto Nóos su contribución para que asistiera al
Valencia Summit de 2004, "magníficamente organizado" según la noble
alemana, por Urdangarin y Torres.
Ha bastado ese correo para licuar los efectos del publirreportaje de TVE con la servil entrevista de Jesús Hermida.
La España cortesana puede echarse a temblar, en la misma medida que la
Casa Real, si Torres se sigue guiando por la muy humana sed de venganza,
pues Urdangarin le achacó toda la responsabilidad de las
irregularidades del Instituto Nóos -organismo sin ánimo de lucro desde
el que se desviaron a empresas privadas casi la mitad de lo que facturó a
distintas Administraciones entre 2004 y 2006-. Además, la esposa del
exsocio del infante consorte ha sido imputada mientras Cristina de
Borbón no, pese a operar como socia de la inmobiliaria Aizoon,
involucrada en la trama.
Por lo demás, el último episodio del caso Urdangarin
no hace más que reeditar las sospechas de que el rey dejó hacer a su
yerno hasta que el cerco se estrechó tanto que amenazó su propia
estabilidad, por lo que optó por marcar distancias enviándolo a EEUU
permitiéndole, eso sí, cobrar de Telefónica. Una aportación de
incalculable valor para la causa republicana, pues poniendo en solfa el juancarlismo
se cuestiona la propia institución monárquica, algo que es ya una
realidad entre una juventud que no vivió la transición y en la que
difícilmente puede calar la idea de que el factotum de la democracia es
quien fue designado como sucesor por el dictador que sojuzgó al país
durante 40 años.
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