Los cambios de comportamiento provocados por la crisis han alcanzado a
la jefatura del Estado. El Rey ha cambiado los discursos oficiales
escritos en jerga institucional por el lenguaje de la calle.
Don Juan Carlos le ha dicho a los periodistas que viajaron con él a la
India lo que cualquier español le dice al camarero mientras toma café en
el bar. "¿Cómo estamos esta mañana?" "Pues ya ves, para llorar, todo
son penas".
El Rey ha reproducido con exactitud el sentimiento de todos y cada uno de los españoles.
Donde el lenguaje político dice coyunturas estabilizadas y de
desaceleraciones congeladas, el Monarca coloca palabras como "pena" y
"llanto".
Desde su percance en Botsuana, el Rey ha cambiado. Primero pidió perdón públicamente,
después abrió un blog y ahora no le importa hacer declaraciones a los
periodistas con lenguaje de psicólogo social. Tal vez haya visto que la
gente está un poco harta del lenguaje de madera con el que la política
intenta dulcificar las muchas tragedias personales provocadas por la
crisis.
Los ciudadanos no estamos acostumbrados a oír hablar al Rey como si fuera el vecino del quinto
con el que nos cruzamos en el ascensor por la mañana. La Familia Real
española está sufriendo toda una metamorfosis. La Reina también está
enseñando una faceta oculta hasta ahora: la de mujer. Doña Sofía ha
hecho lo que haría cualquier mujer que se siente atacada en su honor:
presentar una demanda ante los tribunales. La Familia Real también vivía en su propia burbuja irreal que ha estallado, como todas las demás.
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