viernes, 30 de noviembre de 2012

Milans del Bosch se llevó a la tumba la verdad del 23-F

MADRID.- Tras el fracasado golpe de Estado muchos especularon con que participó para salvaguardar al Rey. Nacido en una familia de arraigada tradición aristocrática, nunca fue falangista sino más bien un convencido monárquico. Todo empezó y acabó en el Alcázar de Toledo. Fue durante la Guerra Civil española, en aquel verano de 1936, cuando nació su mito al contarse entre los defensores de la Academia General de Infantería bajo el mando del coronel Moscardó. Con las dos Españas hablando a través de las bocas de los máuser, el cadete Milans del Bosch, nacido en una familia de arraigada tradición aristocrática y militar, dio sus primeras muestras de valor durante el asedio de las fuerzas republicanas, recuerda 'La Gaceta'.

La imagen le muestra sonriente y barbudo, como todos sus camaradas de armas, mientras posa junto a su padre, capitán de las fuerzas del general Varela que levantaron el cerco al Alcázar. Era el otoño de 1936 y el vetusto edificio toledano se había convertido en todo un símbolo para el bando nacional. Por eso se convirtió en objetivo prioritario para los republicanos: pero Franco fue muy claro: Madrid podía esperar, Toledo no. El golpe, si Moscardó caía, no sólo era militar. El ferrolano sabía que en la guerra de los corazones y las mentes, la de la propaganda, la rendición del bastión a orillas del Tajo hubiera sido letal.
En 1936 Milans del Bosch no podía sospechar lo que le depararía el destino. Criado en un ambiente de patriotismo y lealtad monárquica , Milans se alistó, ya como oficial, en las filas de la Legión. De la campaña saldría con varios ángulos de herido y la preciada Medalla Militar Individual, la segunda condecoración más importante.
La llamada de las armas volvió a picarle en el verano de 1941, cuando Ramón Serrano, desde el balcón de la Secretaría General del Movimiento, en la madrileña calle de Alcalá, clamaba un “¡Rusia es culpable!” y miles de almas al rojo vivo daban un paso al frente para alistarse en la División Azul. Milans no era falangista, nunca lo fue, pero sí militar profesional. Con estrellas en la bocamanga, encuadrado en la novena compañía del III Batallón del Regimiento 262, Milans hizo una campaña durísima, la primera invernal rusa, que cogió desprevenido a todo el dispositivo militar alemán. En junio de 1942 cayó herido y en agosto de ese mismo año los alemanes le concedieron la Cruz de Hierro de segunda clase. Unos días más tarde, volvió a España y siguió su carrera.
En 1974 fue designado general jefe de la División Acorazada Brunete, una de las joyas de la corona del Ejército español de la época. Durante tres años estuvo a su frente. Las fotografías de ese periodo muestran a Milans relajado junto a Don Juan Carlos. En una de ellas se les puede ver dando cuenta de sendos bocadillos o contemplando la evolución de las fuerzas con Milans pitillo en mano. Luego, la Capitanía General de Valencia, y el 23 de febrero de 1981, los bandos, la palabra Rey y los tanques.
Y un golpe de Estado extraño, chusco incluso, su procesamiento, el mutismo, las dudas por su relación con Don Juan Carlos, la expulsión del Ejército, su salida de la cárcel y el silencio, en su chalé de La Moraleja, hasta su muerte el 26 de julio de 1997. Su participación en el 23-F le colocó frente a camaradas de armas en el frente ruso y miembros del generalato como Quintana Lacaci o Aramburu Topete. Sus restos reposan en la cripta del Alcázar de Toledo, donde comenzó a escribir su hoja de servicios.
Y, con ellos, tal vez algunos de los secretos de la Historia reciente de España.

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