miércoles, 13 de febrero de 2013

La zarzuela y los pitos al rey / J.M. Esquembre

Siempre he creído que la tauromaquia, incluso con su brutalidad, es una buena metáfora de la vida, sobre todo de la vida española. Los pitos y las palmas son la expresión del público ante la actuación no sólo del matador, sino de sus subalternos, y también del presidente del festejo o del ganadero. En 1932 se estrenó en Madrid «Pitos y palmas», del maestro Alonso con texto de los hermanos Quintero, uniendo así para siempre los pitos y las palmas a la zarzuela. No es de extrañar por tanto que cuando el respetable cree que con todo merecimiento se es acreedor de pitos por un determinado fracaso lo manifieste de esta forma, sea una plaza de toros o un campo de baloncesto. 

Y es que estamos hartos de tanta tontería, de tanta impunidad y de tanta vejación. La dignidad del Estado, de España, es lo que está en juego. Estamos comprobando que nuestra democracia, nuestra Justicia o nuestro Tribunal de Cuentas, no son capaces de ser cauces ni modos de expresión de nuestro malestar.

Con las constantes pitadas al rey se manifiesta, en gran parte de los casos, la demanda de muchos españoles para que sea capaz de dar un golpe de timón a nuestra democracia como lo fue un 23 de febrero, hace ya muchos años. Si el rey quiere escuchar y quiere interpretar nuestros silbidos, le estamos pidiendo el liderazgo necesario para decir «Basta ya» a tanta vileza, mediocridad y ataques a la dignidad de un pueblo. Le estamos pidiendo que arbitre y modere de hecho el funcionamiento de las instituciones tal como dice el artículo 56 de nuestra Constitución. Le estamos pidiendo que haga algo definitivo para que los padres podamos mirar a los ojos de nuestros hijos y les podamos decir que España es su país que, recordando el final del poema de Kipling, pueda ser un país en el que se pueda llenar el inexorable minuto con sesenta segundos de lucha bravía.

Todo eso que no es poco, le pedimos a Su Majestad con los pitos. Entre otras cosas, porque tampoco hemos regateado las palmas cuando se las ha merecido.

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