martes, 2 de abril de 2013

La insoportable realidad de la monarquía / Javier Pérez de Albéniz

“Lo siento mucho; me he equivocado”, dijo el rey Juan Carlos poniendo la misma cara mohína que hubiese puesto el Mochuelo, personaje de Delibes, tras romper un cristal de la ventana de un balonazo. “No volverá a suceder”, aseguró, a sabiendas de que todo lo que tenía que suceder ya había sucedido. Desde ese momento nada ha vuelto a ser lo mismo con respecto a la monarquía, y el rey lo sabía. La institución había perdido en décimas de segundo, lo que tarda en llegar a su destino una bala de un rifle 460 Weatherby Mag, o quizá el tiempo que le cuesta abrirse y cerrarse al obturador de una cámara fotográfica, el prestigio de siglos.

La culpa fue de un elefante. Concretamente de la foto de un elefante muerto. Esa imagen levantó la liebre, hizo que el pueblo perdiera el respeto a su majestad, y desencadenó una crisis monárquica irreversible que vive estos días su penúltimo capítulo, la enésima cuenta de un rosario de penurias. Una cacería en Botsuana que entonces nos pareció un escándalo y que ahora, tras las aventuras de Urdangarín, las amistades con Corinna, las comisiones por servicios prestados y los 375 millones de pesetas en una cuenta suiza, se ha quedado en mera extravagancia cinegética.

Tras leer la informacion publicada por El Mundo, Izquierda Unida reclama al ministro Montoro que aclare si el rey declaró o no a Hacienda la herencia suiza de Don Juan.  ¿Habrá cumplido su majestad sus obligaciones tributarias? No olvidemos que apartó al bueno de Urdangarín porque su conducta resultó “no ejemplar”. Quizá nunca lo sepamos, como sucede con demasiadas cosas en esta democracia de chichi nabo que tenemos. Puede que ya ni siquiera tenga importancia…

“Lo siento mucho; me he equivocado y no volverá a suceder”, dijo el rey bajando la mirada como la bajaba Jaimito cuando su madre le pillaba sisando las vueltas del pan. Sabía que el momento estaba cerca, que el final era inevitable, que ya solo podía salvar los muebles. Quizá su hijo acierte a recoger las migajas. La reflexión de José Ortega Y Gasset sobre la república, aquello de que solo había de salvarla “pensar en grande, sacudirse de lo pequeño y proyectar hacia lo porvenir”, suena cercana, creible y hasta posible.

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