No es una entronización, ni una coronación, ya lo
sabemos. Es una proclamación, cual reza nuestra Carta Magna, algo que
suena más a ceremonia republicana que a liturgia monárquica. He aquí uno
de los puntos de la confusión. El heredero será proclamado Rey de España mediante solemne juramento en sesión parlamentaria. No será coronado, ni entronizado por
lo que no es menester colocarle tan atávicos artefactos bien en la
testa o bajo sus augustas posaderas. Durante la ceremonia de
proclamación, la corona reposará en una almohadilla bemeja, sobre la que
el nuevo Rey jurará su compromiso de guardar y hacer guardar la
Constitución. En esta ocasión, no habrá crucifijo en el cojín, pero nada
se ha dicho por ahora de retirar el cetro.
En la adusta ceremonia no estará presente el Rey don Juan Carlos, que se habrá quedado en la Zarzuela viéndolo por Cuatro o la Sexta, si no hay tertulia de Pablo Iglesias a esa hora. Tampoco habrá jefes de Estado extranjeros o representantes de Casas Reales europeas, pese a que el Príncipe Felipe se
ha pasado media vida en un avión averiado haciendo kilómetros o
reuniendo puntos de Iberia para asistir a las tomas de posesión de miles
de presidentes iberoamericanos melosos y bajitos que odian a España pero que dicen adorar al Rey.
Ni caballos ni carruajes
Tras la sesión de las Cortes, unos cuantos soldados como de atrezzo
simularán una parada militar pero cortita. Luego, algún desalmado ha
dispuesto finalmente que Sus Recién Proclamadas Majestades recorran las
principales arterias de la ciudad en un vehículo modesto, nada
ostentoso, como un utilitario holgadito. Con cinco millones de parados
se pueden pagar los sueldos a tres millones de asesores y cuñados, pero
no un paseo de los Reyes por la ciudad donde se celebra su coronación
(con perdón). Ni hablar de recurrir al carruaje con tiro de caballo, que
ni habría que comprarlo pues los hay a cientos, muy bien conservados,
en un espectacular Museo casi único en Europa. Habría, eso sí, que pagar
la alfalfa de los nobles equinos. Otro despilfarro.
No habrá Misa de Coronación, ni si quiera un recatado tedéum, por no irritar a Rosa Díez
y a algún otro diputado sensible. La Constitución señala que somos un
país aconfesional pero algunos delirantes aún piensan que nuestra
Monarquía es tirando a católica desde hace más de cinco siglos. Los
presidentes de los EE.UU., incluído Obama, juran sobre la Biblia de Licoln y concluyen sus palabras con el "que Dios os bendiga, que Dios bendiga a América". Unos meapilas. En la proclamación de Felipe VI, ni rastro de Dios. No hay que provocar. Ni Rey saliente ni Dios mediante.
La austeridad y la tradición
Se ha concedido finalmente un guiño al populacho cortesano cual es que el recien proclamado Rey y su esposa, ya entonces reina Letizia,
aparezcan en el balcón del Palacio Real junto a sus padres, que
seguirán siendo Reyes, y sus hijas, que una ya será Princesa, para
recibir el calor de los allí congregados. Pero un calor 'ciudadano y republicano' como dijo un representante del ala más intelectual del partido de Cayo Lara.
La histórica jornada concluirá con una escueta recepción en el Salón
del Trono de Palacio (si para entonces no han retirado el trono, a
saber) para las autoridades provinciales, comarcales y municipales
asistentes, en la que se servirá algún sangüiche modestito y todos para
casa. Y así que pasen otros cuarenta años, a lo mejor ya no hay ni
sangüiches. O ni Corona. Es lo que tiene confundir la Monarquía con las
fiestas de tu pueblo o tener miedo de respirar por si alguien se ofende.
España es una Monarquía constitucional y parlamentaria, como aprobó
una abrumadora mayoría del censo electoral hace casi cuatro décadas.
Pero ahora se trata de que no se note mucho. La quieren una monarquía 'trampantojo',
que lo sea pero que no lo parezca. O al revés. Muy español. Un adornito
y que no resulte caro. En quinientos años de historia, España ha sido
republicana apenas un quinquenio, en dos entregas. La primera, un
exotismo delirante. La segunda, una sangrienta tragedia. Echen cuentas.
"Aun en un palacio, un hombre puede llevar una vida recta", sentenciaba Marco Aurelio. Y de eso se trata. Este jueves, asistiremos a la proclamación del nuevo Monarca. De gritar '¡Viva el Rey!', ni hablamos.
(*) Periodista
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