domingo, 27 de enero de 2013

Un viajero en La Zarzuela / Fernando Jáuregui *

"Hablando se entiende la gente", fue la frase con la que el Rey sedujo a la opinión pública tras haberse entrevistado, como era su obligación protocolaria, con el entonces nuevo presidente del Parlament catalán, Ernest Benach, un miembro del 'ala dura' de Esquerra Republicana de Catalunya. Esta semana tendrá ocasión de ejercitar nuevamente su simpatía dialéctica en campo propio, pero ante un equipo contrario, ahora con el molt honorable president de la Generalitat de Catalunya.O sea, con ese Artur Mas que no solamente no quiere ni ver al jefe del Estado en Cataluña, sino que está poniendo las vías para separarse deEspaña. ¿Qué saldrá del encuentro, sin duda difícil, de este miércoles? A la entrada  del palacio de La Zarzuela que el president de la Generalitat habrá de franquear hay, faltaría más, una bandera de España. Pienso que la casa del Rey es como el corazón simbólico del Estado, el templo de la unidad territorial y de muchos de los valoresde los que, precisamente, Mas abomina. Por eso mismo me parece tan útil este encuentro, del que probablemente no lleguemos a saber demasiado. O tal vez sí, dependiendo del grado de acuerdo o desacuerdo al que lleguen las partes.

Pienso, como algunos banqueros y empresarios catalanes, como algunos miembros del socialismo nacional y del catalán, como la propia representante del Partido Popular en Cataluña, Alicia Sánchez Camacho, que esta enorme crisis puede reconducirse, desde La Zarzuela, desde La Moncloa y desde el Palau Sant Jaume. Pero se precisa la obra de estadistas, y Mas, desde luego, no lo es; Rajoy aún tiene quedemostrarlo y, en cambio, Don Juan Carlos de Borbón lo tiene más que demostrado. Así que me parece que cabe albergar algún cauto optimismo en el encuentro de esta semana, a la espera de que el presidente del Gobierno central y el de la Generalitat se reúnan dentro de, dicen, algunos días. Creo que comparto el optimismo, tal vez sin causa, de Alfredo Pérez Rubalcaba cuando piensa que una reforma constitucional, que aún no detalla, podría hacer que las ansias independentistas que Convergencia (y Unió, aunque en otro tono) y, sobre todo, Esquerra Republicana muestran, podrían aplacarse. Sí creo fervientemente que se puede mantener a Cataluña dentro de las fronteras del Estado sin necesidad de aplicar esa mano dura que algunos miopes, a los que les gustaría ver al Ejército imponiendo el artículo 155 de la Constitución, buscan. Aún me horrorizo al escuchar los ecos de algunas intervenciones radiofónicas en un programa nostálgico de este mismo domingo. Simplemente, no es ese el camino, ni siquiera cuando se pueda pensar, y no es descabellado, que el 'reinado' de Mas va a ser tirando a breve y, desde luego, con serios conflictos internos.

Quienes conocen al Rey saben que no es hombre ni de soluciones extremas, ni de amenazas, ni de prédicas de mano dura. No; él cree, me parece que sinceramente, que hablando se entiende la gente. Sabe mucho porque ha aprendido de algunos errores que él mismo ha cometido, y sospecho que volcará esa experiencia en la entrevista con Mas, que bien puede llegar a ser importante, si ambos no se escapan por la vía de lo rutinario y si el president no se mete en el caparazón del mesianismo. Artur Mas ha colocado al Estado en una vía difícil, que no admite rutinas ni más de lo mismo, pero tampoco cortes de manga ni vociferaciones patrioteras; hay que encontrar, dice Rubalcaba, la vía justa para que los nacionalistas se sientan cómodos dentro del Estado. Lo suscribo, desde luego, pero lo malo es que Rubalcaba ni explica mejor cuál es esa vía ni tendría, él solo, poder para aplicarla, y en La Moncloa no parecen dispuestos, al menos hasta ahora, a procurar soluciones imaginativas, sino a aguardar a que la situación se pudra. Que se pudrirá, sin duda, pero quizá cuando otras muchas cosas se hayan deteriorado al máximo. He aquí un caso en el que se demuestra el enorme valor que, en estas circunstancias, tiene la figura del Monarca, bien secundado en esto por la prudencia del Príncipe. Lo malo, ya digo, es que estamos ante el penúltimo eslabón de la cadena.

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