lunes, 16 de junio de 2014

Monarquía y paro / José Haro *

Qué prefieres, monarquía parlamentaria o república?». «Un trabajo». Este diálogo se reproducía en una viñeta de El Roto publicada en El País, y nos remite a una reflexión bien asentada en el seno de la opinión pública en virtud de la cual lo relevante en estos momentos son las condiciones de vida y trabajo de la gente, y no tanto la forma de elección de la Jefatura del Estado. 

Entiendo perfectamente el planteamiento por cuanto no se aprecia, aparentemente, el vínculo directo o la relación de causalidad entre el modo de acceso a la máxima institución del Estado y el porcentaje de paro que registra en un momento dado una sociedad. Aún lo comprendo más si establecemos una jerarquía de prioridades en relación al grado de urgencia de resolución de uno u otro asunto.

Ahora bien, es un hecho conocido en la ciencia política (si es que tiene algo de ciencia) que la estructura institucional de una sociedad guarda correspondencia tanto con su grado de desarrollo como con la traslación que del mismo se da a la ciudadanía. Igualmente lo es que el nivel de democracia de un país es directamente proporcional a la progresividad en la distribución del ingreso. 

Pues bien, la monarquía española es la cabeza del andamiaje político levantado en la transición. Así pues, lo que hemos de preguntarnos es si el régimen de 1978, del que el monarca legalmente inviolable es su máxima expresión, es un sistema democrático avanzado que aspira a reducir al máximo el nivel de desigualdad social. A estas alturas de la película, la llamada transición modélica exhibe sin pudor sus miserias y carencias, resultado del apaño que se hizo tras la muerte del dictador. Dicho arreglo consistió, en lo fundamental, en que las doscientas familias que dirigían el país bajo el franquismo lo seguirían haciendo bajo una democracia formal que serviría para cooptar a la nueva clase política del bipartidismo en el seno de la élite dominante, a través del control partitocrático de todos los poderes del Estado, de la corrupción y de la llamada puerta giratoria. 

El 23F posibilitó el afianzamiento de esta democracia restringida y oligárquica, caracterizada por la ausencia total de división de poderes y por un reparto muy regresivo de la renta, resultado, como asegura el profesor Vicenc Navarro, de la hegemonía de los sectores conservadores posfranquistas en todo el proceso de la transición.

El desmontaje y privatización que tanto Felipe González como Aznar hicieron de la estructura industrial pública que persistía en nuestro país, confirmaron esta naturaleza del sistema político. Y el resultado lo estamos viviendo dramáticamente en estos momentos: de entre las democracias parlamentarias de nuestro entorno, no hay país más corrupto, desigual y empobrecido (desde su nivel de renta relativa) que éste en el que vivimos los españoles. 

No se corresponde en absoluto nuestra renta per cápita (un 90% de la media de la eurozona) con los salarios ínfimos y esclavizantes que se pagan, lo que a su vez alimenta la falta de demanda solvente y, en consecuencia, el nivel de paro. Tampoco se corresponde la caída del empleo que hemos sufrido con la reducción del PIB desde 2008. Como ejemplo, tenemos el nivel de paro de Grecia, similar al de España, pero allí la economía ha caído más de un 25%, mientras que la nuestra sólo lo ha hecho un 7%. 

El bipartidismo ha sido el más servil colaboracionista de esa ocupación que sufrimos (que ha acabado con la soberanía del país) por parte de los mercados financieros y de Alemania. Ahí está la modificación del artículo 135 de la Constitución, auspiciada por PSOE y PP, que establece que el pago de la deuda privada de nuestros bancos a los bancos alemanes se hace con cargo a los presupuestos del Estado a costa de la sanidad, la educación y los servicios sociales. 

Así pues, la monarquía que tenemos sí tiene que ver con el empleo, porque la mala calidad de una democracia es una fábrica de parados.

(*) Profesor

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