MURCIA.- El inminente Rey Felipe VI, como se decía en la huerta, debería besar
el suelo por donde andan los murcianos. Porque el último monarca que
llevó su mismo nombre, Felipe V, allá por los albores del siglo XVIII,
le debió su corona en gran medida a esta remota tierra y a la valentía
de un obispo, el cardenal Belluga, que igual se extasiaba al consagrar en la Catedral que
blandía la espada con apocalíptica maestría, recuerda hoy el diario 'La Verdad'.
No fue necesario siquiera que Felipe V fuera rey para comprobar la
lealtad de los murcianos. Incluso durante la Guerra de Sucesión que le
valiera el trono, la ciudad y su Reino se mantuvieron leales al futuro
monarca. Esta fidelidad sería premiada más tarde, el 16 de septiembre de
1709, cuando el nuevo monarca otorgó a Murcia la séptima corona que aún
luce en su escudo. Junto a ella, le concedió el lema 'Priscas novissima
exaltat et amor' (ensalzar y amar lo antiguo y lo nuevo). En 2009, al
cumplirse 300 años de la gesta, el Rey Juan Carlos I declinó conceder a
la ciudad de Murcia la octava corona para conmemorar la efeméride.
Bajo el reinado de Felipe V, Murcia experimentó una época de progreso
que quedó inmortalizada en diversas obras barrocas que se convertirían
en auténticos símbolos de la ciudad. El imafronte de la Catedral,
iniciado en 1736, el Puente Viejo (1740), el santuario de la Fuensanta
(1705), la Fábrica del Salitre, el muro del Malecón contra las avenidas
del Segura (1736), el monasterio de los Jerónimos o la plaza de toros de
Camachos son algunos de los ejemplos de la vitalidad artística de la
época. Sin contar los beneficios otorgados a otras ciudades como
Cartagena, que fue nombrada capital del Departamento Marítimo del
Mediterráneo.
Fueron aquellos años, los del escultor Francisco Salzillo y del
nombramiento de la Virgen de la Fuensanta como patrona, un tiempo propicio para la
creación de nuevas pedanías en Murcia.
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