Lo escribí hace un lustro en El Mundo. En el primer artículo que
publiqué en El Imparcial hace siete años, planteaba como imprescindible
la reforma constitucional. Las cosas estaban claras. Ya una década atrás
era evidente el divorcio de las nuevas generaciones con el sistema.
En la encuesta más solvente que se publica en España, los partidos
políticos suspenden en aceptación popular con un 1,8; el Gobierno, con
el 2,4; los sindicatos, con el 2,5; el Congreso, con el 2,6; la Iglesia
Católica, con el 3,5. La Monarquía también suspende pero es todavía, con
el 3,7, la institución civil más aceptada solo por detrás de las
Fuerzas Armadas y de Seguridad.
Y ha sido precisamente la Monarquía, la primera institución que se ha
enfrentado con la necesaria renovación; la primera que se ha dado cuenta
de que o hacemos la reforma constitucional ordenadamente desde dentro o
nos la harán revolucionariamente desde fuera. El Rey Juan Carlos,
siempre al servicio del pueblo, ha hecho el sacrificio personal de
abdicar la Corona en su hijo para que ocupe la Jefatura de Estado
persona que pertenece a las generaciones divorciadas del régimen.
De poco servirá este gesto si los partidos políticos, los sindicatos,
el Gobierno y el Parlamento no emprenden su propia regeneración para que
todos juntos puedan abordar la reforma constitucional que se precisa y
que terminará en un referéndum en el que los españoles todos, incluidos,
claro, los catalanes, decidirán cómo quieren que sea la España del
futuro.
(*) De la Real Academia Española
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