sábado, 5 de enero de 2013

¿Monarquía o República? / Antonio Papell *

El dilema monarquía o república ha empezado a plantearse, aunque con escaso énfasis, a raíz de los últimos episodios en que se ha visto envuelta la institución monárquica, el caso Urdangarin, la cacería de Botswana, que han producido una caída objetiva de su popularidad. Una encuesta de un periódico estatal de esta misma semana aseguraba que el apoyo de los españoles a la Corona ha bajado seis puntos, hasta el 54%, en un año, mientras el rechazo ha subido ocho, hasta el 41%. El rey está más desgastado que la Corona, ya que sólo el 50,1% le valora positivamente, 26 puntos menos que hace un año; y el príncipe tiene el apoyo del 62,3% de los encuestados. Además, el 45% es partidario de la abdicación del rey al cumplir precisamente hoy 75 años, en tanto el 40% la rechaza.

Para gestionar intelectualmente el dilema monarquía-república hay que precisar algo más: la alternativa de la monarquía constitucional es la república parlamentaria, Italia, Alemania, Portugal, en que el presidente, designado por el Parlamento, no tiene poder ejecutivo ni legislativo alguno y se dedica tan sólo a funciones institucionales y protocolarias estrictamente tasadas. Lejos de este modelo están las repúblicas presidencialistas, Estados Unidos o Francia, en que el presidente, elegido por sufragio universal, ostenta el poder ejecutivo y comparte con el parlamento el poder legislativo.

En otras palabras, nuestra disyuntiva más cercana, a menos que quisiésemos explorar otros modelos más remotos, se plantea entre la actual monarquía, que desempeña un papel simbólico y moderador, y una república cuyo presidente, un prohombre político en retirada, ¿González?, ¿Aznar?, ejercería un rol semejante. No parece, a primera vista, que el cambio nos reportase muchas ventajas objetivas, por más que muchos ciudadanos, asidos a criterios de racionalidad política, prefiramos el sufragio democrático al derecho hereditario.

El rey, que desempeñó de forma singular e irrepetible un papel activo de impulso democrático en los comienzos de su reinado, debe ser reconocido por ello, sin olvidar una indudable contribución positiva al desarrollo político y a la imagen exterior de este país, empañado por las referidas lagunas pero con un saldo global favorable sin duda. 


El gran reto para la institución monárquica será la sucesión, ya que el heredero no contará con el vehemente apoyo social que ha acompañado a su progenitor en virtud de los servicios prestados, si bien el príncipe Felipe posee una preparación esmerada que debería proporcionarle réditos en términos de eficiencia y capacidad de liderazgo. Con todo, no es difícil de entender que el heredero estará moralmente a prueba ante el escrutinio de la opinión pública hasta que se afiance definitivamente. O no. Pero sin duda el único hijo varón de don Juan Carlos merece un margen de confianza.

En la Constitución de 1978, el rey es el "símbolo de la unidad y permanencia" del Estado (artículo 56 C.E.). Semejante definición legal es relevante en momentos como el actual en que el Estado tiene que gestionar la pulsión independentista de un sector en apariencia mayoritario de uno de los territorios españoles, Cataluña. 

Por supuesto, la Corona no es la encargada de encarrilar o resolver el pleito, pero sí puede actuar inteligentemente para aplacarlo y orientarlo en la dirección más adecuada.

(*)  Ingeniero de Caminos, profesor de Piano, y director de Publicaciones de la Agencia Española de Cooperación Internacional y Desarrollo.

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