sábado, 5 de enero de 2013

¿Quo vadis, Monarquía? / Enric Sopena *

Lección de periodismo prefabricado. O, a priori, censurado. Periodismo también de botafumeiro. Honra y gloria, pues, al Rey de España. Jesús Hermida, tan empalagoso siempre, tan veleta, tan oportunista, se dirigía a él, diciéndole solemnemente Vuestra Majestad. Y Vuestra Majestad le agradecía encantado su incienso y, por supuesto, le tuteaba. El Rey es el Rey, y los demás, vasallos.

Los cortesanos, los asesores palaciegos, los periodistas tiralevitas, andan inquietos y con temores comprensibles. El ciclo de Juan Carlos I parece que llega a su fin por razones biológicas y además políticas. Le tocó la lotería cuando el dictador, que lo separó deliberadamente de su padre, Juan de Borbón, lo nombró Rey. Juró los principios del régimen franquista y se dispuso a defenderlos.

Constantino, su cuñado
Pero, muerto Franco, y desde luego un poco antes, Juan Carlos I se dio cuenta de que o giraba hacia la restauración de las libertades tras el ominoso casi medio siglo de fascismo –en versión española-, o le podía pasar lo que le pasó a su cuñado el entonces rey de Grecia, Constantino. El golpe de los coroneles griegos, abril de 1967, fue brutal y por ende sanguinario.

Alfonso XIII
Constantino no se opuso a la barbarie militar y acabó exiliado y con Grecia republicana. Al abuelo de Juan Carlos I, Alfonso XIII le aconteció algo parecido, aunque sin violencia ni excesiva crueldad, cuando impulsó el golpe de Estado de 1923. Ese episodio le costó la Corona al abuelo de Juan Carlos I y abrió la puerta a la II República.

Su verdadero padrino
Juan Carlos pudo y supo distanciarse de su verdadero padrino, que fue el Generalísimo. Acertó de pleno. Traicionó el legado de Franco, se salvó y, cierto es, contribuyó a salvarnos a los ciudadanos, hartos ya del tirano y de su vomitivo tinglado. Juan Carlos I designó como primer ministro, o jefe del Gobierno, a Adolfo Suárez, que –habiendo sido secretario general del Movimiento- consiguió darle la vuelta a la tortilla para que la democracia y la Constitución suplieran al Antiguo Régimen.

Querido por mucha gente
Los partidos fueron legalizados, incluidos el comunista, el socialista y los nacionalistas periféricos. El 23-F de 1981 el Rey volvió a no equivocarse. Empezó a ser querido por mucha gente. La izquierda, en general, lo quiso sin tapujos y hasta con un cierto orgullo.

Sospechosos, todos ellos
El Rey, por consiguiente, hizo muy bien sus deberes como jefe del Estado o como Rey que reina, pero que no gobierna. Los problemas graves, sin embargo, han venido por otras vías mucho menos épicas que las políticas. Por La Zarzuela entraban, como Pedro por su casa, conocidos multimillonario, sospechosos casi todos. De un modo u otro, acabaron esos personajes deleznables condenados por la Justicia. Aquello se fue divulgando, no sin dificultades objetivas, yendo de boca en boca o a través de algún que otro libro de José García Abad.

Descenso paulatino
De entonces acá la Monarquía ha ido descendiendo paulatinamente a ojos de los ciudadanos. Ahora, la situación del Rey y, posiblemente, incluso la de su sucesor, Felipe de Borbón, un Príncipe con hechuras solventes, está peor que nunca. El escándalo de Iñaki Urdangarin es, según y cómo, letal. Los devaneos del monarca oscilan ahora entre la caza de elefantes, los negocios de su yerno y hasta de su hija, la infanta Cristina. Y habría que añadir sus amistades femeninas, peligrosas para un Rey en sus horas bajas y máxime con su país en crisis y bancarrota.

Ni un minuto para la autocrítica
La entrevista de TVE fue infumable. No eludiendo las preguntas no ya de un periodista, sino de varios más y de ideologías distintas, esa entrevista hubiera impactado favorablemente en la opinión pública. Pero los consejeros del monarca y él mismo optaron por escurrir el bulto, acumular lugares comunes, chascarrillos de café, frases hechas y hueras y no hubo un minuto siquiera para la autocrítica.

Una cortina de humo
Eso no era una entrevista al Jefe de Estado del Reino de España. Eso parecía una charleta de dos respetables abuelos hablando de qué bien lo hicimos y qué guapos fuimos y seguimos siéndolo. Eso fue sencillamiente una cortina de humo tratando de silenciar como fuere asuntos en absoluto positivos para la Monarquía. Al Rey se le vió el plumero enseguida. No fue una entrevista periodística de calidad y sin censuras previas. No pasó de ser un sainete sin apenas interés alguno. ¿Quo vadis, Monarquía?

(*) Enric Sopena es director de elplural.com

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