La frase es un aviso para navegantes coincidente con
el alta hospitalaria del sábado. Un breve editorial de obligada lectura
entre quienes veían en el postoperatorio de don Juan Carlos un ensayo general con todo. Su hijo, don Felipe de Borbón y Grecia,
se seguirá curtiendo en el oficio de Rey. Una nueva oportunidad de
familiarizarse con la herencia. Pero no debe quedar ningún resquicio por
el que puedan colarse las hipótesis sobre la eventual abdicación del
Rey. Tomen nota: “El Príncipe de Asturias lo representa, pero no lo sustituye”.
Es doctrina oficial de la Casa del Rey. De inmediata aplicación a los tres, cuatro o cinco meses (el doctor, Manuel de la Torre,
no ha sido más preciso) que empiezan a correr desde la salida de don
Juan Carlos de Borbón de la clínica La Milagrosa, donde hace una semana
fue operado de una doble hernia discal. Una eficaz forma de atajar preventivamente las especulaciones
sobre un eventual paso atrás del Rey so pretexto de un periodo más o
menos largo de rehabilitación. Los impedimentos físicos le apartan de
los actos públicos, no de la agenda oficial entre las cuatro paredes de
su despacho, según información de Zarzuela. Antes y después de pasar por
el quirófano, el Rey mantiene y mantendrá “integras” sus funciones
constitucionales.
Por si hubiera dudas, nos queda la estampa inducida y bien calculada
del paso por la clínica de los tres poderes del Estado en las personas
de sus respectivos titulares. Creo que este pleno no tiene precedente:
el presidente del legislativo, Jesús Posada; el del ejecutivo, Mariano Rajoy, y el del judicial, Gonzalo Moliner. Completaron el cuadro, el presidente del Tribunal Constitucional, Pascual Sala, y la Defensora del Pueblo, Soledad Becerril.
Algo más que una ronda de visitas oficiales al enfermo, amén de las
consabidas de la familia. Queda visualizado el reconocimiento
institucional a la potestas del vigente jefe del Estado. Incluso el reconocimiento político, perfectamente expresado en las visitas de Rajoy y Rubalcaba, en nombre de los dos partidos-pilares sobre los que se asienta nuestro sistema de representación electoral, PP y PSOE.
Como
se ve, tanto en el plano político como en el institucional ha calado la
apelación al mutuo arropamiento mientras tiende a crecer la distancia
entre la ciudadanía y su clase dirigente. El mal se llama desafección. La Corona se ha convertido tal vez en el síntoma visible,
pero alguien ha debido pensar que eso no es justo y está dispuesto a
evitarlo por razones de equidad. Ningún momento más adecuado que este,
cuando la persona que corona el edificio constitucional sufre serios
desperfectos en su imagen física, como inoportuna metáfora de los
desperfectos que sufre en su imagen institucional.
De
entrada, los portavoces de la Casa del Rey ya han advertido de que la
imagen de don Juan Carlos en silla de ruedas va a ser un bien escaso,
por no decir inaccesible a los medios de comunicación.
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