Desde que se supo que don Juan Carlos
sería intervenido, en la madrileña clínica de La Milagrosa, el personal
especulaba con la posibilidad de que, con lo que está cayendo, se
produjera el milagro de la presencia de la sufridora esposa, la reina
Doña Sofía. Motivos había para dudarlo.
Las circunstancias son hoy mucho peores que las de abril de 2012, tras la operación de la cadera.
En aquella ocasión, el accidente de Botswana había destapado la
existencia pública de la princesa Corinna. Ello motivó que la reina se
negara a interrumpir sus vacaciones en Grecia. Cuando lo hizo, tardó en
regresar tres días. Y, al llegar a Madrid, se acercó a la clínica San
José para una “visita de médico”, de menos de quince minutos. Dicen que
ni siquiera le vio.
En esta ocasión, la intervención quirúrgica del Rey, ayer a las 13,15
horas, se ha desarrollado bajo los efectos del “tsunami” Corinna. No
solo presente en el periódico “El Mundo” y la revista “Hola” sino en la
mente de todos los españoles, dañando la dignidad de la reina más que
entonces.
Después del paso de doña Sofía por el Cristo de Medinaceli (se ignora
que tres gracias le habrá pedido), se esperaba el milagro de la
presencia de la soberana en la clínica, como así ha sido.
Llegó a la clínica 55 minutos después que lo hiciera el Rey, en
compañía de sus hijas las infantas, Elena y Cristina (ésta, lógicamente,
sin Urdangarin) que, en todo momento, evitó dirigir la mirada hacia la
prensa. Durante el tiempo que permaneció en la clínica no vio en ningún
momento al Rey. No porque no quisiera. Simple y sencillamente porque a
la entrada el soberano ya se encontraba en el quirófano, preparándose
para la intervención y cuando se marchó, en la UCI recuperándose.
De nuevo el Príncipe, posiblemente, ha querido marcar distancias con
su hermana Cristina, evitando la fotografía. Su llegada, en compañía de
Letizia, se produjo casi tres horas después. Hacía ya una hora
cuarenta minutos que había comenzado la intervención.
Mientras el rey era operado por el doctor De la Torre Gutiérrez,
sobreponiéndose al drama de haber perdido a su esposa hacía solo quince
días en un trágico accidente, por la mala combustión de la caldera, doña
Sofía y sus hijas bajaron a la cafetería para almorzar: ella, unos
espárragos; las infantas, el plato del día. La preocupación, que era
manifiesta, la soportaba la reina a golpe de abanico.
Una vez más y, a pesar de que la intervención era muy delicada, ni la
Casa Real ni el Gobierno pusieron en marcha las previsiones sucesorias
por lo que pudiera pasar. (Artículo 59.2: “Si el rey se inhabilitara
para el ejercicio de su autoridad y la imposibilidad fuera reconocida
por las Cortes Generales, entrará a ejercer inmediatamente la regencia
el príncipe heredero de la Corona”. Y Artículo 59.5: “La regencia se
ejercerá, por mandato constitucional, y siempre en nombre del rey”).
Afortunadamente, nada. Pero, de todas formas, en ningún momento se habla
de abdicación.
Se me olvidaba. Sobraba la presencia en la clínica de García Revenga, que todavía sigue imputado.
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