miércoles, 30 de enero de 2013

El espejo de la monarquía holandesa / Gorka Zumeta

Los holandeses no presumían nada en torno al contenido de la comparecencia pública que se había anunciado por parte de su reina Beatriz. A pesar de que el mensaje había sido grabado algunas horas antes, su contenido no había trascendido ni, curiosamente, se había filtrado. Sin embargo, la abdicación de la “Princesa Sonrisas” (su apodo antes de llegar al trono en 1980) no causó tanto revuelo entre los holandeses. ¿Por qué? No solo por la madurez democrática de los Países Bajos o la posición de una monarquía sólida y ejemplar, sino también por la tradición y la historia de la Casa Real holandesa. La reina Beatriz llegó al trono porque su madre, la reina Juliana, abdicó en su favor, y antes lo hizo su abuela, Guillermina, en 1948. 

El camino de la abdicación es, pues, casi la norma de sucesión del último siglo de la Casa Real holandesa. La reina Juliana decidió abandonar el trono a los 71 años. Su hija lo ha hecho cuando le quedaban tres días para cumplir los 75. El príncipe heredero, Guillermo Alejandro, llegará al trono holandés con 45 años.

Resulta tan inevitable como recurrente comparar a la monarquía holandesa, tras esta noticia, con la española. Aparte de las coincidencias menores que encontramos: el rey Juan Carlos ha cumplido justo los 75 años, como la reina Beatriz y el príncipe heredero, Guillermo de Holanda, asumirá el trono con 45 años, los mismos que cumple este año Felipe de Borbón, nuestro heredero, el resto de circunstancias no son tan coincidentes. En cuestiones cronológicas existen, como vemos, similitudes entre ambas Casas Reales. También en carácter: la reina Beatriz se ha ganado a su pueblo, ahí está su índice de popularidad del 80 por ciento para certificar esta afirmación. Pero también atravesó en su periplo un momento crítico, cuando eligió como príncipe a Claus von Amsberg, un diplomático alemán, cuya militancia en las  Juventudes Hitlerianas y en la Wehrmacht irritó a los holandeses, hasta provocar algunas protestas airadas durante la boda real que tuvo lugar en 1966. El príncipe Claus, fallecido en 2002, supo ganarse luego, a base de esfuerzo, trabajo y simpatía, al pueblo holandés y adoptar un discreto segundo plano tras la sombra de la reina Beatriz.

Como la reina holandesa, nuestro monarca ha sabido ganarse al pueblo español, mucho más difícil de contentar que el holandés, al correr por sus venas sangre latina, que nos hace ser más viscerales y tal vez más inconformistas que nuestros vecinos de los Países Bajos. De hecho, la falta de tradición monárquica de la Casa Real española, interrumpida por la II República y por la dictadura franquista, hizo necesario acuñar el término ‘Juancarlista’ para referirse a los españoles que, no siendo monárquicos de corazón, aceptaban de buen grado a Juan Carlos de Borbón y Borbón por su tenacidad en pro de las libertades y defensa de la democracia, que él mismo se ocupó de devolver a los españoles en una transición modélica.

Durante mucho tiempo la Casa Real española fue intocable. El rey, aunque no la necesitaba, al derrochar un comportamiento público íntegro, gozaba casi de impunidad mediática y se movía despreocupado por la crítica –inexistente- confirmando, encuesta tras encuesta, que su popularidad gozaba de buena salud. Pero ese statu quo pasó a la historia, y se abrió la veda. Lo que permanecía oculto otrora, en la nueva etapa afloró, como las supuestas correrías nocturnas del monarca, que se escapaba en moto de La Zarzuela o las presumidas amigas del rey, que devuelven a la Corona de los Borbones a los capítulos más rancios de su historia menos decorosa. Estos asuntos –con los que los españoles se muestran más indulgentes-, sin embargo, resultan casi infantiles, comparados con los que se han producido en los últimos meses.

La Casa Real española vive uno de sus momentos de popularidad más bajos. El rey Juan Carlos ha sido no solo víctima de los hechos perniciosos para su imagen que se han producido, sino también provocador de parte de ellos. La llegada de los yernos del rey no pudo resultar más dañina. Jaime de Marichalar se separó de la infanta Elena en 2007 y, dos años más tarde, ambos, “de mutuo y común acuerdo” anunciaban a través de un breve comunicado su divorcio. La Familia Real perdió a uno de sus miembros, catorce años después de incorporarse, y Marichalar fue apartado de la actividad pública. Al rey no le gustó anunciar esta ruptura, pero no le quedó otro remedio. Las desavenencias de la pareja eran vox populi y era cuestión de tiempo que la herida gangrenara, si no se cortaba de raíz la infección.

El episodio del accidente del nieto mayor del rey, Froilán, el año pasado, que se disparó a sí mismo en el pie con una escopeta tampoco ayudó mucho a la Casa Real. Las especulaciones alimentaron decenas de tertulias y, de nuevo, la perjudicada fue la imagen de la Corona. Por si fuera poco, la rotura de la cadera del propio Juan Carlos en Botsuana, durante una cacería de elefantes, lo que obligó a trasladarle de urgencia a Madrid, vía aérea, fue la gota que colmó el vaso de la opinión pública. Tantos puntos perdió el monarca en este desgraciado accidente y su entorno, que se vio obligado, aconsejado y apoyado por el príncipe Felipe, a pedir perdón públicamente a los españoles con aquellas diez palabras “Lo siento mucho, me he equivocado, no volverá a ocurrir”, pronunciadas con rostro compungido y completamente solo, en el marco de un frío hospital. La disculpa amortiguó la caída. De nada sirvió luego extender por los mentideros mediáticos que no se trataba de una cacería particular del rey, sino del cierre de un trato con el ministro de defensa saudí para adjudicar a nuestro país un contrato millonario del AVE.

Pero sin duda, el asunto más perjudicial por el que está sufriendo la Casa Real es el derivado del proceso judicial que se sigue contra Iñaki Urdangarín, el otro yerno. Muy lejos de la primitiva imagen que transmitía a los españoles -la de un joven enamorado, serio, deportista, amante de la superación personal a través del esfuerzo- la policía y los tribunales están demostrando que, bajo la piel de un cordero, se escondía una persona fría, calculadora y materialista. Como titula Teinteresa.es el 23-F vuelve a resultar una fecha fatídica para la Corona, al haber sido de nuevo convocado ante los tribunales Iñaki Urdangarín, que todavía sigue siendo el marido de la infanta Cristina, aunque ya no forme parte del núcleo duro de la Familia Real española. El rey decidió apartarlo, en uno de los momentos más difíciles de su reinado.

La Casa Real holandesa no ha atravesado por este via crucis. El único capítulo adverso reciente tuvo lugar cuando el príncipe heredero eligió en 2002 como pareja a la argentina Máxima Zorreguieta. Los holandeses no olvidaban lo que ocurrió con el origen del príncipe Claus y sus simpatías nazis, y con Máxima Zorreguieta se reeditó la investigación sobre su pasado, descubriendo que su padre fue funcionario de uno de los gobiernos militares de las dictaduras argentinas, presidido por el general Jorge Videla.  Máxima, sin embargo, como Claus, una mujer dotada de una cordialidad natural contagiosa, ha sabido ganarse al pueblo holandés. Este capítulo tiene más que ver con la polémica, en parte ficticia, abierta por los más monárquicos cuando, aquí en España, el príncipe Felipe hizo público su compromiso matrimonial con la periodista Leticia Ortiz. Pero nada que ver, desde luego, con el resto de los escándalos que han minado la fortaleza de la imagen de la Corona española.

El rey no está en su mejor momento, ni físico –sus dolencias se multiplican, aunque van parcheándose-, ni psicológico –tiene que reinar en una España enferma por la crisis, con seis millones de personas en paro, sobrellevando la losa del proceso judicial contra Urdangarín que emborrona su imagen-. Por eso, ante esta tesitura, el rumor de su posible, e inminente, abdicación en el príncipe Felipe fue cobrando fuerza. En este punto del relato es donde más efecto ejerce lo ocurrido en Holanda con la reina Beatriz. En su retina, seguro que el rey Juan Carlos tiene muy presente también aquel emotivo y trascendental acto de generosidad del su padre, Juan III, cuando abdicó en su favor en La Zarzuela, el 14 de mayo de 1977. 

Pero el rey Juan Carlos no quiere dejar a su hijo ninguna herencia contaminada. Prefiere aguantar, plantarle cara a la adversidad –como siempre ha hecho-, afrontar el desenlace de lo que pueda derivarse del proceso judicial del “Caso Urdangarín”, asumirlo, y analizar la nueva situación. Felipe de Borbón debe llegar al trono con una España en vías de recuperación económica y en el marco de una regeneración de la Casa Real que él deberá liderar, logrando la difícil, pero no imposible, tarea de trocar a los Juancarlistas en Felipistas.  

El príncipe Felipe está siendo una pieza clave en la renovación de la Casa Real. La incorporación de una moderna web, y hasta de un canal en Youtube, son pequeñas muestras de los nuevos pasos de adecuación a los nuevos tiempos que está dando la Corona, para ponerse al día, y sobre todo, para cumplir con uno de los compromisos fundamentales en cualquier proceso de comunicación pública: la transparencia. No olvidemos que Leticia Ortiz antes de ser princesa fue periodista, y desde luego, en este oficio, si se aprende, el olfato no se pierde nunca. El manejo de Felipe de Borbón del lenguaje verbal, paraverbal, e incluso del no verbal, en sus intervenciones públicas ha mejorado sustancialmente en sí mismo, superando en dominio del escenario al rey. Tiene la profesora en casa. Y él es un buen alumno. 

Felipe de Borbón no es un jarrón de porcelana. Está ya actuando, y decidiendo junto a su padre. Tal vez carezca de la campechanía del rey, de su inteligencia natural para acercarse a la gente; pero tiene la mejor formación intelectual que ha tenido nunca en rey de España en toda su historia, y ha aprendido mucho, y bien, de la manera en que los españoles concebimos la monarquía, una institución que actúa como árbitro de la vida política del país, tutelándola desde la autoridad moral de un monarca que es el primer funcionario de España. La monarquía está en crisis, como el país. Pero el objetivo de la Familia Real es salir fortalecida de la adversidad… como el país. Ojalá.

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