Hoy 30 de enero, el Príncipe de Asturias cumple 45 años. Quienes le conocen dicen que es prudente, reflexivo, que conoce bien la actualidad y que le gusta más escuchar que hablar. Un hombre en plena madurez que tiene sobre sus hombros la difícil tarea de recomponer el prestigio de una institución que, paradójicamente, no sabe cuándo ni de qué manera acabará heredando. Las encuestas dicen que ahora mismo goza de más popularidad que su padre.
Y
ya tiene mérito, porque él no ha podido brillar en momentos dramáticos y
excepcionales como sí pudo hacerlo Don Juan Carlos. Es decir, que esos
índices de aceptación los ha ganado desde la sobriedad y la seriedad que
se intuyen en el segundo plano.
El rey, la Familia Real, la monarquía española, se enfrentan a su momento más delicado desde 1978.
El inmenso capital acumulado por Don Juan Carlos en los difíciles años
de la Transición, el respeto de los ciudadanos y el celo de la clase
política por preservar la estabilidad de una joven democracia...
sirvieron para obviar algunos excesos que se perdonaron con facilidad y
fueron retrasando además la necesidad de regular legalmente y dotar de
profesionalidad y transparencia democrática a la Casa Real y su entorno.
Pero
ahora estamos en 2013. En medio de una crisis que ha sacudido con
crudeza a millones de ciudadanos y que ha sacudido también nuestras
creencias y nuestra confianza en las instituciones. En este tiempo, la familia real ha sumado miembros para los que no había estatuto, rodeados de un personal que no ha sabido de los peligros. O que no ha sido escuchado.
Y
al frente de todo esto, un cabeza de familia, pero también un jefe del
Estado, convencido de que ya se había ganado el derecho a su descanso y
había bajado la guardia. Estalló el caso Urdangarin y se empezó a
reaccionar. Tarde y con una estrategia errática. No se ha cortado radicalmente con el duque de Palma. Se le ha calificado de "poco ejemplar",
se le ha retirado de la página web de la Casa Real, se le ha hecho el
vacío, se le ha vuelto a incorporar a la estampa familiar... Respuestas
ante cada nuevo golpe de titular que no han abordado el fondo de la
cuestión. Y en medio del escándalo, la cacería de elefantes fue todo un
síntoma de desconexión con la realidad y el reflejo final de lo que
había sido una época. Y asistimos a la escena insólita del rey pidiendo
perdón.
Juan Carlos I ha sido fundamental para este país. Por su
prestigio internacional, por su capacidad para moderar, tender puentes y
cohesionar una España con muchas fuerzas centrífugas. Con sólo 37 años
construyó, con la colaboración de todos los españoles, monárquicos y
republicanos, la monarquía parlamentaria más exitosa del siglo XX. Pero tanto el rey como su hijo necesitan recuperar para la Jefatura del Estado,
que representa el uno y a la que aspira el otro, la conexión con la
ciudadanía. Y necesitan también una arquitectura jurídica más sólida que
defina las reglas del juego y modele la institución en el siglo XXI.
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